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El hangar de los recuerdos

A una hora de la Casa Blanca, el Centro Udvar-Hazy, del Museo de Aire y Espacio, levanta vuelo




WASHINGTON DC.- La capital administrativa y política es también la capital de los museos de Estados Unidos. Sólo el Instituto Smithsoniano controla en esta ciudad dieciséis museos, trece de ellos en la muy turística zona del National Mall, junto con la Casa Blanca, el Capitolio, el Monumento a Washington (el obelisco) y otros iconos de postal.
La mayoría, siempre con entrada gratuita, recibe muchísimos visitantes. Pero algunos son más populares que otros, como el Museo de Historia Americana, el de Historia Natural y la Galería Nacional de Arte. Y también el Museo de Aire y Espacio, dedicado a la aviación y los viajes espaciales, por el que cada año pasan aproximadamente nueve millones de personas.
El museo es un éxito y la colección, impresionante, aunque hasta hace poco sólo se alcanzaba a exhibir el diez por ciento de sus aviones y naves. Desde fines de 2003, sin embargo, y especialmente desde el último año, cuando se terminaron de habilitar las últimas secciones, el Air And Space Museum cuenta con el anexo que necesitaba.
No está en la ciudad, sino en Virginia (D.C. queda justo entre este estado y el de Maryland), a poco menos de una hora en auto y a minutos del Aeropuerto Nacional de Dulles, cada vez más utilizado y en plena ampliación.

Tres canchas de fútbol

Convenientemente, para este anexo, llamado Centro Steven F. Udvar-Hazy, no se preparó un edificio, sino un hangar de 70 mil metros cuadrados, donde desde la inauguración, en diciembre de 2003, se incorporaron piezas, del encendedor de un piloto de la Segunda Guerra Mundial a un modelo de prueba de taxi espacial.
Lo primero que se ve al ingresar es un buen golpe de efecto: la nariz del Lockheed SR-71, más conocido como Blackbird, famoso por su habilidad para burlar radares y todavía intimidante, a pesar de haberse jubilado en 1998 sin ser necesariamente un avión de combate. Como las demás máquinas en este hangar, del tamaño de tres canchas de fútbol y la altura de diez pisos, el Blackbird está ahí, al alcance de la mano.
Otras estrellas del rubro aviación son un Boeing Stratoliner, otro 367-80, un Concorde (!) y modelos mínimos como el Bensen B-6 Gyroglider, que se vendía en un kit listo para armar.
Y en una categoría difícil de determinar está también el Enola Gay, restaurado, que el 6 de agosto de 1945 lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima. Al momento de la apertura del museo, sobrevivientes japoneses y militantes pacifistas exigieron (y lanzaron pintura colorada sobre el artefacto) que en la explicación que acompaña la muestra se mencionen las 140 mil víctimas del bombardero B-29, pero las autoridades del Smithsonian adujeron que sólo dan información técnica de sus aviones.
En el sector espacial, entre radares y misiles, la mirada se va siempre hacia el Enterprise, que no es la nave de William Shatner en Viaje a las estrellas, sino un Space Shuttle que nunca salió al espacio, pero que fue fundamental en la etapa de prueba de estas naves.
Además, el museo cuenta con simuladores de vuelo (6 dólares; primitivos y no muy recomendables), gift shop (lo mejor, paquetes con comida de astronautas), un cine Imax, un McDonald s y una torre de observación al aeropuerto de Dulles.

Misión: infiltrarse en el Spy Museum

WASHINGTON D.C.- En esta ciudad nunca deben haber faltado los espías. Pero sólo desde 2002 los agentes secretos tienen su propio museo, en la parte céntrica de la antes peligrosa y ahora recuperada zona NW (noroeste), a cuadras del Chinatown.
Casi un oxímoron, el Spy Museum revela la historia, las operaciones, la logística y los nombres de espías ignotos y famosos, heroicos y traidores (según el lado que los juzgue), de ficción y muy reales. Es, además, uno de los pocos museos privados de Washington y que cobra entrada (15 dólares).
El recorrido está planteado como si se tratara de un master en espionaje y contrainteligencia. Por lo que el primer paso para el visitante es adquirir una identidad falsa con nombre, ocupación y otros datos apócrifos. Luego sigue una serie de clases en las que los ejemplos son tomados de la historia de tan misteriosa actividad: del arte del disfraz a las técnicas de microfoneado, la escritura invisible y el abecé del engaño en general.
Es una oportunidad única para ver de cerca el Aston Martin de James Bond en Goldfinger (1964) y aparatos dignos de Maxwell Smart (zapatófono incluido), pero que realmente se usaron. Y para escuchar conversaciones de oficiales rusos grabadas desde el túnel que los norteamericanos mantuvieron durante un año bajo el Muro de Berlín (según parece, con el conocimiento de altos mandos soviéticos).
El resto es historia. Se puede repasar casos de novela como el de los estudiantes de Cambridge al servicio de los rusos (Guy Burgess, Donald Mclean y Kim Philby), el de Josephine Barker y hasta el del oficial francés Alfred Dreyfuss, el famoso espía que no fue, el de Yo acuso, entre mucho, mucho más.
Como no es bueno espiar con el estómago vacío, el Spy Museum cuenta con un café y un restaurante. Y, claro, también con un gran gift shop, donde hay cámaras de fotos escondidas en latas de gaseosa (18 dólares), lapiceras de tinta invisible (10), CD de música para espiar (20) y remeras con las leyendas Negalo todo y Nunca estuve (16). Memorice esta información y destruya esta página.

Datos útiles

Centro Udvar-Hazy

Horario: de 10 a 17.30, todos los días del año, salvo el 25 de diciembre. La entrada es gratuita, pero se paga un estacionamiento de 12 dólares.
Queda en Chantilly, Virginia, junto al Aeropuerto Nacional de Dulles. Pero para el turista sin auto, lo más fácil es tomar el micro que sale regularmente del Museo de Aire y Espacio, en Washington, por 15 dólares de ida y vuelta

Spy Museum

El horario cambia casi cada mes del año, pero va aproximadamente de 10 a 19. La entrada cuesta 15 dólares, para los fines de semana hay que sacarla con un día o al menos horas de anticipación.
Queda en el 800 de la calle F, en el centro de Washington D.C., cerca de la estación de subte Gallery Place.
La visita dura unas dos horas.

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por Redacción OHLALÁ!


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