

El oficial Núñez no tiene un buen día o quizás ésa es la cara que le dedica habitualmente a los pasajeros que hacen la fila en el control de pasaportes del aeropuerto de Miami. Imposible saber si le ha sonreído alguna vez a un turista. Casi seguro que no.
Son las 5.30 en el sector de Migraciones y se juntaron varios vuelos que acaban de aterrizar. Hay mucha gente formada frente a los puestitos de control. Todos andan medio dormidos y saben que el trámite no será fácil, por más que hayan entrado en Estados Unidos una y mil veces. Siempre puede haber un oficial -o varios- dispuesto a complicarle la vida al recién llegado.
Los visitantes se van poniendo nerviosos al empezar la cola, porque en las pantallas se proyectan imágenes de un perro que olfatea valijas en busca de verduras, una pata de jamón, drogas o quién sabe qué. En la TV se muestra cómo el pichicho (un beagle con facciones casi tan amargas como las de Núñez) descubre in fraganti a una señora que lleva media verdulería en su maleta. Qué triste sería terminar deportado por un kilo de manzanas y unos ramitos de brócoli.
Antes de todo esto nos hicieron llenar un formulario en el que tuvimos que declarar lo siguiente: que no estamos relacionados ni de lejos con las actividades de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial; que no somos adictos a ninguna droga; que no somos depravados morales ; que no tenemos ningún desorden físico o mental, y unas cuantas cositas más.
Después de haber firmado esa papeleta, con la imagen del beagle esnifando nuestros petates y mientras el sheriff Núñez estudia el pasaporte, uno se siente escapando de una prisión turca en el film Expreso de medianoche .
Y todavía falta enfrentar el cuestionario del oficial, que por suerte habla en español. Primero arranca con las preguntas inocentes: "¿Adónde se va a alojar durante su estada en los Estados Unidos?" "¿Cuánto dinero trae?" (si uno dice una cifra baja lo mirarán con cara de con eso acá no durás ni dos días ). Le explico que voy a parar en lo de un amigo que vive en el barrio de Coconut Grove. No muy convencido, el funcionario indaga un poco más: "¿Le trajo algún regalo a su amigo?" La pregunta es delicada, porque en la valija tengo un paquete de yerba mate de obsequio para mi anfitrión, pero justificarlo podría demandar otra media hora de interpelaciones. "No traigo ningún regalo", juro, pero Núñez insiste, con ojitos de existencialista mal dormido: "¿Por qué?", dice. Aquí es mejor permanecer en silencio, esbozar una sonrisa boba y pasar por avaro que no hace regalos antes que meterse en nuevos problemas.
Después de cotejar quinientas veces que mi rostro coincide con el de la foto del pasaporte (le aclaro que me saqué la barba para que no piense que ando en nada raro), Núñez me mira la remera: "¿Qué tiene escrito en el pecho?", quiere saber. Le leo: "dice Aguante Los Redondos ; es un grupo de música". Lo miro buscando algún atisbo de complicidad, una sonrisita cómplice o una pizca de piedad, pero está claro que a este tipo los Redonditos no lo emocionan nada.
Luego me toma las huellas digitales, me hace posar para la foto y, antes de dejarme pasar, me dedica su mejor cara de no te lo merecés . Todavía falta atravesar la Aduana y rogar a Dios o a la Virgen de los Pichichos que el beagle no encuentre la yerba mate y nos mande al patíbulo en un vuelo directo.
Pero, una vez que salgamos del aeropuerto y asomemos la nariz a la chispeante Miami, el paso por Migraciones habrá sido sólo una formalidad y el recuerdo de Núñez quedará como una anécdota más para contar en el relato de unas grandísimas vacaciones.
Publicado por José Totah
22 de julio de 2012 | 3.14 A.M.
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