A tan sólo media hora de la bella Kyoto se encuentra Nara, ciudad que al igual que su vecina guarda hermosos templos y monumentos declarados por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.
Hacia el año 710 Nara fue la primera capital permanente de Japón, título que conservó tan sólo por 75 años, pero bastaron para tomar influencias chinas que gravitaron en la cultura y religión de todo el país. En esa época se adopta el budismo como religión nacional, dejando su huella en el gobierno, las artes y la arquitectura de todo el imperio.
Un húmedo día de julio decidimos recorrer la ciudad. Salimos de la estación de tren Kintetsu Nara y nos aventuramos en el parque Nara-Koen, que alberga la mayoría de los monumentos. Fue de mucha ayuda la información que nos brindaron en la Oficina de Turismo de la estación. Al igual que en el resto del país, el trato que nos dieron fue amable y cordial. Lloviznó gran parte del día, por lo que fueron de mucha ayuda los paraguas que tomamos del hotel antes de salir.
Apenas nos adentramos en el parque nos topamos con el Templo Kofuku-ji, santuario principal de la familia imperial y que guarda varias estatuas y piezas de arte. Cerca hay dos pagodas, de 3 y 5 pisos. Esta última es la segunda en altura de Japón.
Seguimos por un sendero que cruza el parque, cruzamos una calle y vimos una curiosa señal de tránsito: cruce de venados. Nos quedamos atónitos, pero era cierto: el parque estaba poblado por miles de venados que vagan de un lado a otro y encaran a los transeúntes en busca de comida. Es que estos venados son considerados desde la época anterior al budismo como mensajeros de los dioses.
Dejamos atrás a los venados (esto es más una forma de decir, puesto que los venados andan por todas partes, incluso ¡dentro de los templos!) y nos dirigimos a la estrella del parque, el Tódai-ji. Este es un complejo de varios edificios entre los cuales sobresale el Pabellón Daibutsu-den o Pabellón del Gran Buda, el edificio de madera más grande del mundo, que alberga la figura del Gran Buda de 16 metros, hecha totalmente en bronce y oro. Esta estatua fue construida en el año 746 y es una representación del Buda Dainichi, Buda cósmico anterior a todos los mundos.
La gran figura puede rodearse por completo dentro del templo; por detrás de ella se encuentra una columna en cuya base hay un gran agujero que representa el orificio nasal del Buda. Dicen que quienes logren atravesar ese orificio alcanzarán la iluminación. Es larga la cola de los visitantes que tratan de pasar su cuerpo por el orificio, doblándose cual contorsionistas, y del otro lado sus familiares o amigos sacando fotos de ese mágico momento.
Para nuestra suerte, uno de nosotros lo logró: Jor pudo atravesarlo. Mi embarazo de 6 meses me impidió pasar por la nariz del Daibutsu. Sin embargo, la iluminación nos tocó a ambos tres meses más tarde con la llegada al mundo de Baltasar, nuestro pequeño Buda.
Ivana Guerchicoff