En la primer semana de las vacaciones de invierno pasadas nos hicimos, mi señora y yo, una corridita a La Rioja con la finalidad de visitar el Gran Cañón de Talampaya.
¡Dios! ¡Increíble lo visto! Al no verlo in situ es casi imposible imaginar esta maravilla.
La visita está muy bien organizada y con muy buena atención; hasta le brindan a uno un café en un alto de la misma. Agradable también es la presencia de animales como, por ejemplo, zorritos muy cerca de uno. Claro: piden comida que no hay que darles.
La impresión que causa Talampaya, además de la majestuosidad, el color y las diversas formaciones, es la de algo muy distinto a todo, originalísimo por donde se lo mire. La conformación de esa estructura rojiza nos retrotrae 250 millones de años. Su formación es del cretácico, en sus distintas etapas.
Hay que imaginar a los habitantes del lugar: animales que no se ven fácilmente, como por ejemplo los cóndores. Y nuestros antepasados, los aborígenes. Hay diversos petroglifos pintados por los diaguitas, en una muestra de su cultura superior a otras tribus del lugar. La cultura llamada de La Aguada, anterior a ellos, también apareció en ciertos objetos no depositados en el lugar.
Recomendamos a todos los que puedan visitar esta maravilla de nuestra madre naturaleza que lo hagan. Lo único malo es que no se puede usar la tarjeta de débito, solicitan efectivo.