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El Palazzo della Raggione, para tocar el cielo

La influencia de los astros sobre la actividad humana puede apreciarse en este monumento medieval del Véneto




A veinticinco minutos de tren de Venecia, Padua es una de las más hermosas ciudades de la región del Véneto. Los monumentos, las iglesias, los museos, los restos del antiguo gueto, las pintorescas calles medievales con galerías de arcos que resguardan de la lluvia y de la nieve en invierno, y del sol en verano, exigen una estada de, por lo menos, dos días para recorrerlos.
Pero quizá lo que más impresiona en una primera visita es el Palazzo della Raggione, que se alza en el corazón de Padua, entre la Piazza delle Erbe y la Piazza della Frutta. Desde la Edad Media, esos espacios han sido el centro de la actividad comercial y de la vida social paduana.
El bullicio que rodea al magnífico edificio sólo cesa a la madrugada, aunque los fines de semana los cafés de la vecindad, muy frecuentados por los jóvenes, funcionan casi hasta el alba y agrupan a muchedumbres de adolescentes y de estudiantes; en ciertos momentos de la noche, uno podría creer que los chicos reunidos frente a esos establecimientos están manifestando en contra o en favor de algo: no, simplemente beben cerveza, toman café o comen pizza, al amparo majestuoso de la antigua construcción.

Constantes renovaciones

El edificio tiene aproximadamente 80 metros de largo, 27 de ancho y 36 de alto. Parece una nave que hubiera anclado en medio de la ciudad, sobre todo por el techo en forma de carena, revestido enteramente por hojas de plomo, lo que da al conjunto aún más imponencia.
En la planta baja, los arcos de la galería cobijan una sucesión de tiendas en las que se venden toda clase de alimentos y también artículos de mercería. Del lado de la Piazza delle Erbe, los puestos de venta callejeros alineados y con sus toldos desplegados forman fugaces senderos atestados de cajones, vendedores y clientes.
Los orígenes del Palazzo se remontan al siglo XIII. Desde entonces tuvo varias restauraciones, que debieron subsanar los daños producidos por diversos accidentes. En 1218, cuando se resolvió reservar el espacio entre las dos plazas para los tribunales, Padua era un municipio libre del partido gŸelfo, que había combatido en las filas de la Liga Lombarda y que, por lo tanto, se encontraba del lado de quienes habían vencido al emperador Federico Barbarroja.
Casi un siglo después, Fra Giovanni degli Eremitani fue quien concibió los planos del Palazzo tal como hoy se lo conoce.
La construcción tiene dos pisos. Cuatro escaleras externas conducen al piso alto formado por tres grandes salas, los uffici del Sigillo, dell´Esattoria y la capilla de San Prosdócimo. El techo está recorrido a lo largo por un eje mayor, una enorme viga, sostenida por enormes columnas de madera revestidas de cuero.

Se apagan las estrellas

Fra Giovanni pensó decorar la parte superior del edificio de modo que representara el cielo con las estrellas y los planetas. En las paredes debían aparecer los signos zodiacales y la manera en que éstos afectaban la vida de los seres humanos. El conjunto iconográfico respondía a las especulaciones de astrología judicial urdidas por Pietro d´Abano, profesor de medicina y de filosofía natural de la Universidad de Padua.
Giotto, asistido por un ejército de ayudantes, fue el encargado de realizar el complejo ciclo de imágenes. Según parece, se trataba de un tesoro maravilloso, tan espléndido, o más si cabe, que la Capilla de los Scrovegni (una de las más célebres obras de Giotto, también pintada en Padua). El 2 de febrero de 1420 un incendio destruyó la bóveda y los deslumbrantes trabajos de Giotto.
Entonces Bartolomeo Rizzo rehizo el techo en forma de carena de barco, eliminó las paredes divisorias del piso superior y creó una única sala. Las imágenes fueron restauradas por Nicol˜ Miretto y Stefano de Ferrara; aunque son muy bellas y responden al espíritu de Giotto, difieren en calidad de lo que puede verse en los Scrovegni.
La franja inferior de la serie pictórica, del siglo XVI, se debe a Jacopo da Montagnana y Domenico Campagnola. Pero las catástrofes no habían concluido. El 17 de agosto de 1756, un vendaval se llevó la bóveda y con ella una de las muestras más brillantes de la decoración en la tardía Edad Media. Se volvió a restaurar el conjunto, pero ya no se pintó el magnífico cielo original tachonado de siete mil estrellas.

Arte y curiosidades

Apenas se entra en el gran salón, el visitante no puede sino maravillarse por la monumentalidad de ese espacio, pero también por la hermosa y gigantesca escultura de un caballo. Durante mucho tiempo fue atribuida a Donatello, pero en realidad fue hecha en 1466, a imitación de una obra del gran escultor, para adornar una feria de diversiones que existía en la Piazza dei Signoret.
Entre los objetos que llaman la atención y que hoy resultan divertidos está la llamada piedra del vituperio : allí, los deudores que no podían pagar sus obligaciones debían desnudarse hasta quedar en calzoncillos, después tenían que sentarse tres veces sobre la piedra y repetir en cada una de esas oportunidades que renunciaban a sus bienes. Tras ese ritual, podían salir a la calle, en libertad, pero sin otra cosa que la ropa interior.
En cuanto al ciclo pictórico, en la parte superior, hay 333 sectores que despliegan las doctrinas de Pietro d´Abano acerca de la influencia de los astros sobre las actividades humanas. En la franja inmediatamente inferior, aparece una serie de animales relacionados con los tipos de causas que debían tratar los jueces. Por último, en la franja más próxima a los visitantes, hay pinturas con distintos temas, realizados por distintos autores: está, por ejemplo, la serie de las insignias de los tribunales, en la que aparecen numerosos animales; también se ven varios frescos de carácter religioso.
Para terminar la visita, conviene pasearse por la galería alta que da a la plaza. El panorama, a cualquier hora del día, es muy pintoresco y, seguramente, la animación de las charlas entre vendedores y clientes repite la de los tiempos medievales; pero, en vez de las músicas del pasado, se oye el latido frenético y atronador de una batería de rock.
Hugo Beccacece

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por Redacción OHLALÁ!

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