

Ya conocía varias playas de Brasil, pero ninguna me pareció tan bella, increíble y desconocida como Taipu de Fora, en la península de Maraú, Bahía, que reúne una gran variedad de paisajes de rara belleza: mata atlántica todavía virgen, inmensos coqueirales, playas desiertas, ríos, lagos, piscinas naturales de aguas claras y recifes de corales, grandes mangues, islas, cascadas y mucha vida salvaje. Es una región que recientemente surgió para el turismo, principalmente el ecológico.
Llegar puede ser muy fácil o convertirse en una aventura, según como uno lo decida. Aunque uno se olvida cuando está frente a esta belleza agreste. Comencé a entender por qué figuraba en la guía local 4 Rodas como una de las playas más bonitas de Brasil.
Como tenía pocos días de vacaciones opté por llegar en avioneta, 35 minutos por aire desde el aeropuerto de Salvador de Bahía, previa escala en Morro de São Paulo o Boipeba.
Llegué a la posada, donde los dueños me estaban esperando, y quedé fascinada cuando otros huéspedes estaban dándole de comer de la mano a los saguis, monitos de la región que daban nombre a esta posada, Espaço do Sagui.
Los días eran de verano: el clima, tropical con temperaturas medias anuales de 28°C. Aproveché para hacer snorkel cuando la marea bajaba. El principal atractivo de este lugar es su increíble piscina natural de más de un km de largo y 500 metros de ancho, con peces y corales de todos los colores que se presentan a nuestros pies. No hace falta caminar más que unos centímetros y zambullirse en sus aguas templadas. Mágicamente comienzan a deslizarse frente a uno cantidad de azules, amarillos y naranjas intensos, que surgen de sus escondites. Son peces de todos tamaños que descansan en las cavernas.
También disfruté viendo cómo se practicaba surf, comiendo una moqueca de camarones, plato típico bahiano en una de las barracas de la playa.
Aproveché todas las formas que ofrece el lugar para conocer este paraíso con paseos en Jeep, barco, haciendo caminatas, buceo y snorkel. Disfruté especialmente la excursión por las islas de aguas tranquilas y transparentes. Lo ideal es reservar un día completo, subir a una escuna (especie de barco) temprano y recorrerlas. Almorcé en una de ellas donde pude degustar cangrejo y langosta.
Aconsejo tener cuidado, porque este paraíso no tiene bancos ni cajeros electrónicos, y pocos establecimientos aceptan tarjetas de crédito. Me costó dejar el lugar porque sentí que me desprendía de sus aromas, sus sabores, de la musicalidad del portugués, y dejaba atrás la alegría de sus residentes.
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