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El pasado americano pinta el Cerro Colorado

Huellas indelebles: una reserva situada al norte de Córdoba muestra millares de pictografías aborígenes al aire libre.




CORDOBA.- Quinientos años después de la Conquista, nada de lo que el hombre fuereño haya creado en Cerro Colorado puede igualar la atracción que despiertan, de por sí, las pictografías indígenas. De arte se trata: rupestre, ceremonial, artesanal, con una cosmovisión americana pura. Hay quienes gustan llamarlo arqueología.
Sólo los versos que Atahualpa Yupanqui (don Ata) le escribió a Cerro Colorado, cuando recorría, solitario, las faldas de las sierras, podrían emparentar aquel espíritu creador de los prehispánicos o, tal vez, el canto de un poeta criollo al compás de una guitarra bien afinada.
Fue Leopoldo Lugones el que, en 1903, daba a conocer a los porteños la existencia de este valioso sitio para la historia americana, por medio de un artículo en La Nación . Noventa y cuatro años más tarde, las pinturas continúan a la intemperie, protegidas del viento y la lluvia por aleros, cavidades naturales de la roca que, debido a su inclinación, logran mantenerlas secas. Desde entonces se ha avanzado en la interpretación y, en el andar de la historia, la zona fue declarada, en 1957, Reserva Natural Cultural, que protege un área de 21 kilómetros cuadrados. En ese mismo rodar de los lustros fue que Eduardo Angeloz se habría quedado sin su nombre camino a la reserva, al empantanarse por la lluvia y afirmar: "Dejo de llamarme E. A. si no se completa el asfalto a Cerro Colorado".
Existen registros arqueológicos que provienen de períodos arcaicos de unos 3000 años de antigüedad, pero muchos de los iconos presentes en las pinturas tienen que ver con los sanavirones y comechingones, que a pesar de ser grupos nómadas habitaron el área en cuestión. La zona nunca tuvo un carácter sagrado para ellos ni constituyó un santuario, pero la ubicación de las pictografías se relaciona con actos rituales.
Allí se han encontrado, también, elementos de sepultura desperdigados y, entre ellos, una urna funeraria, un tipo de vasija dentro de la cual el cuerpo de los niños se acomodaba en posición fetal.
El clima de Cerro Colorado es semiárido y la vegetación circundante se corresponde con dicho perfil climatológico. Se cree que la región constituía un lugar mucho más seco que en la actualidad por la forma en que se conservaron las pictografías. Dentro del universo vegetal, el mato es uno de los más llamativos por su parentesco con el arrayán patagónico. Asimismo, el algarrobo sopesa su mística existencia americana con su estirpe áspera, de ramas rugosas e irregulares. Talas, chañares, aromitos, mistoles, los acompañan. Y los piquillines son los que le agregan la mayor espina al monte y obligan, al changuerío, a hacerse de un guardamonte de lona.

Uno para tres

La reserva encierra una pequeña población criolla. Luego de atravesar el museo de la entrada, aparece la casona del almacén de ramos generales de don Algarañaz, un establecimiento fundado en 1935 y que, según dijo alguna vez don Ata, vendía "desde empanadas hasta calzoncillos". Un poco más allá, la escuela, la base policial, el templo cristiano, la estafeta postal y, del otro lado del arroyo o junto a él, dos campings y una hostería familiar.
Faltan todavía muchas semanas para que el crespín, devenido leyenda, deleite con su canto (noviembre es su mes predilecto). Mientras, se van superando los inconvenientes que afectan Cerro Colorado, ocasionados por una situación departamental tripartita.
Parece ser que los cálculos de agrimensura del área catastral de la provincia de Córdoba situaron al pueblo dentro de tres departamentos administrativos diferentes. Una simpática, pero inoportuna incompetencia hizo que, años atrás, Cerro Colorado contase con tres policías, uno representante del departamento Tulumba, otro de Sobremonte y un tercer agente enviado por las autoridades de Río Seco. Muchas cosas más habrían de distribuirse y así, como quien mezcla un mazo y reparte naipes, los habitantes del pueblo debían votar afuera, colocados en tres padrones distintos. Al vecino que le decían pertenecía a Tulumba tenía la dicha de ir a sufragar a Churqui Cañada; al de Sobremonte lo mandaban a Caminiaga, y al vecino (de enfrente) perteneciente a Río Seco lo invitaban a concurrir a Rayo Cortado.
Pequeños arrojos posteriores de práctica coordinación llevaron a que, hoy, el correo sea enviado vía departamento Tulumba y que la administración política dependa de Río Seco. Sobremonte, por el momento, está en receso.

Arte

El entorno natural de Cerro Colorado es pintoresco. Varios arroyos de vertiente que alimentan el río Los Tártagos surcan su suelo, y pequeñas colinas de roca del norte de la sierra de Macha, de 800 metros sobre el nivel del mar y conformadas por areniscas rojizas, enmarcan el área reservada. Entre los fondos de las quebradas y las cimas existen desniveles que en ningún caso superan los doscientos metros.
Tres colores fueron usados para las pinturas: negro, rojo y blanco. Los elementos minerales eran molidos en los morteros, muchos de los cuales se sitúan al pie de las oquedades que la erosión eólica provocó en los cerros, en los que mezclaban los pigmentos con la grasa de los animales que cazaban.
El museo, creado en 1946 (antes de la concepción de la reserva), expone elementos de las diferentes culturas que habitaron la región desde milenios antes de Cristo. Del período cultural de los agricultores aldeanos, que va del 0 al 1573 -fecha de aparición del español en la zona -, se exhiben conanas, vasijas rústicas, cerámica pulida y pintada de origen chaco-santiagueño llevada a la región por los sanavirones, morteros, raspadores para el cuero, estatuillas, hachas, boleadoras, pinturas, muñunas (torteros de telar), puntas de hueso y piedra. Igualmente, existe el dato de que elementos fechados por radiocarbono, de las cercanas zonas de Ongamira o Inti Huasi, manifestaron una antigüedad de 7000 años.

Cultura visual

Las pinturas, de acuerdo con lo que manifiesta Julio, uno de los guías baqueanos especializados, estaban asociadas con invocaciones. "Las imágenes son escenas de algo -dice -, de caza, de guerra, de ganado", y sirva, para su apreciación, un indicio dado por Oscar Branchesi, estudioso de arte americano radicado en Tilcara y que puede relacionárselo con Cerro Colorado: "El orden cósmico es para el americano una obsesión. Tanto, que incluso sus mismos dioses, hasta donde he podido ver, son más ordenadores que creadores. Todo lo que hace tiene un trasfondo mágico destinado a ese mantenimiento cósmico, especialmente el arte, que no se destinaba a decorar casas ni a satisfacer el ego de coleccionistas, sino que tenía un destino especialmente religioso, ceremonial o funerario, como un permanente mensaje que permitía comunicarse con los dioses. La obra de arte no era una simple forma de expresión, sino parte de una realidad mágica que intentaba detener el acaecer cósmico en una situación favorable al hombre".
Hoy, gracias a la acción de los guardianes y a los nativos de Cerro Colorado, las imágenes rituales se pueden apreciar perfectamente. Todas las pinturas están en estado original y no fueron sometidas a trabajos de restauración, aunque igualmente existen ciertos riesgos de erosión que requieren pronta atención en las rocas en las que se infiltra la humedad.
Una de las formaciones propias de los cerros regionales son los aleros, que la acción del agua y el viento marcó en la porosa arenisca cretásica. En tales huecos los turistas buscan la sombra del verano, pero también allí los americanos prehispánicos desplegaron su arte ceremonial. Las pinturas que se hallan en el alero de Rizzi tienen una edad de alrededor de mil años y estarían refiriendo una especie de unión entre los grupos de aborígenes, porque las imágenes de humanos apuntan hacia el centro de la escena, hacia dioses y hechiceros. Y en el manejo de las artes los sanavirones se destacaban por un desarrollo técnico más preciso, de líneas rectas, con terminaciones prolijas, con todos los detalles; en cambio, los comechingones pintaban de una forma más despreocupada.
Por medio de las pinturas es posible aprender sobre varios aspectos de aquella cultura, la que mayoritariamente fue destinada al trabajo en las encomiendas coloniales a partir de fines del siglo XVI.
Por ejemplo, por la cantidad de plumas en la cabeza, que tendría la función de marcar las jerarquías existentes entre los indígenas. Cuatro plumas valían más que tres, y tres más que dos, claro. O también, el registro de la sorpresa de toparse con los primeros españoles montados a caballo, ambos desconocidos en América, acompañados de algún pichicho del Viejo Continente, hoy visibles en los aleros del cerro Inti Huasi. E incluso aparece como llamativa la simbolización que tienen de los astros, los puntos cardinales, el cielo y la Tierra, en forma de círculo.
De los 120 aleros que hay en la zona, en total unas 30.000 pinturas, casi todos ellos tienen representados grupos de llamas, un animal doméstico que ellos sacrificaban a los dioses, las mismas deidades que permitieron que las pictografías lleguen a nuestros días de la forma inmaculada en que la mayoría de ellas se encuentra, a pesar de que cuando azotan fuertes temporales las pinturas desaparezcan por unos días y asomen al salir el sol.
Andrés Pérez Moreno
El crespín estimula la melancolía y también un cuento inolvidable
CORDOBA.- El crespín es un ave que habita la mesopotamia argentina y el centro-norte de la república, teniendo como límite los cordones precordilleranos al Oeste. Es un pájaro migrador que nidifica en América del Sur entre la primavera y el verano y que en el invierno se traslada al norte del continente. Es un animalito de pico amarillento muy difícil de ver, pero que es muy escuchado; con su canto acompaña la jornada de mucha gente de campo.

Leyenda

Quizá por la melancolía de su canto es que el crespín se ha transformado en una leyenda popular en el norte de Córdoba, Santiago del Estero, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes y otras provincias. Según Hugo Algarañaz, amigo de Atahualpa, el crespín le canta a las ánimas, el alma de los difuntos por el período en que se lo escucha. La tradición cuenta que había una changuita que gustaba de bailar de una forma apasionada. Tal era su grado de fascinación cuando lo hacía que nada ni nadie podían distraerla. Una noche, estando su compañero en un estado de salud muy delicado, se sintió nuevamente atraída por una melodía que sonaba cerca de su vivienda y se dejó llevar por ella. Mientras bailaba, su marido había empeorado y, finalmente, fallecido. Un vecino fue a darle la noticia, pero la jovencita hizo caso omiso del anuncio y continuó su baile de una forma desenfrenada.
Cuando regresó a su lecho, ya en el amanecer, encontró a su esposo y entró en desesperación. Gritó y gritó con fuerza a su ser querido desaparecido y de a poco fue perdiendo su energía. Entonces, sumida en la depresión, corrió a perderse en el monte para finalmente ir transformándose en una pequeña avecita que continúa el llamado con su canto melancólico y oculto, a partir de la primavera cuando el pajarillo arriba desde el Norte.
La casa de Atahualpa, donde la guitarra echó raíces
CORDOBA.- Fue en 1948 cuando don Atahualpa Yupanqui se disponía a concluir las obras de su sencilla casa refugio de Cerro Colorado, luego de conocer a la que sería su mujer, en Tucumán. Hoy es sede de un museo destinado a mostrar distintas facetas de la vida y pensamientos del poeta y filósofo argentino, nacido en Pergamino y fallecido en mayo de 1992.
Además, el museo posee una interesantísima colección de libros sobre cultura americana de corte antropológico, cultural y una serie de elementos que pertenecieron al cantor. Tres meses antes de su muerte, el artista visitó su guarida de Cerro Colorado, que lo fue desde 1935, cuando realizaba sus primeras giras, y junto a la casa-museo se hallan esparcidas las cenizas de don Ata, repatriadas desde Francia.
Un diploma de reconocimiento de la Sociedad Protectora de Animales, por su amor al caballo, es una de las cosas que más le importaban al poeta. "Al lado de esto, el resto casi no le interesaba", manifiesta con ironía el actual regente del museo.
En las salas se exhiben guitarras del músico, pósters, diplomas, sombreros y un afiche de 1950 de Francia, según el cual Edith Piaf daba un concierto en homenaje a Atahualpa. El museo se encuentra a 2 km de la reserva, que está enmarcada por el arroyo Los Tártagos y por un cerro de piedra estratificada y colorada.

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por Redacción OHLALÁ!


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