

FLORES, Guatemala.- Hubo un tiempo en que la goma de mascar tuvo su origen en la naturaleza y no en la química. Muchos pueblos del Petén guatemalteco, especialmente San Andrés y San José, fueron en los años 70 y 80 tan chicleros como mayas, además de dedicarse a la producción de vainilla o pimienta, goma o petróleo.
El oficio de chiclero, según algunas fuentes, se conocía en los siglos XVIII y XIX, cuando ya existía pasión por la goma de mascar. Uno de los descubridores contemporáneos de Tikal, Ambrosio Tut, también fue chiclero.
Tut es un ejemplo de que la explotación económica de la selva fue la principal causa de que las antiguas ciudades mayas quedasen al descubierto. Ser chiclero resulta hoy una actividad marginal en el Petén porque la agricultura es la principal economía de la región, descontando el turismo. No obstante, la mayoría de ellos son de mediana edad. Viven recordando anécdotas de la época en que el chicle y la madera fueron el sustento básico de las familias de la región.
Y aunque algunos continúan con la tarea, la mayoría sólo la rememora. El árbol del chicozapote (o zapote) y la selva del Petén no fueron las únicas víctimas de la industria del chicle. Accidentes derivados de la extracción de la resina o el alejamiento del hogar por un lapso de seis meses como mínimo, entre junio y enero o lo que la presencia de lluvias determinaba, hicieron de esta labor algo duro de sobrellevar.
El proceso de extracción se iniciaba con los viajes que realizaban en dirección a la frontera con México. Al comienzo del boom de la goma de mascar, en los años 70, no había que acercarse demasiado al vecino país. Luego, la explotación masiva los obligó correrse cada vez más hacia el Norte, atravesando la selva sin caminos, poblada de criaturas salvajes.
Carmelita fue uno de los sitios más importantes, al norte de San Andrés. También en Paso Cabello, en Dos Lagunas y en Uaxactún se armaban campamentos que reunían entre 20 y 30 personas cerca de alguna aguada.
Ser chiclero presuponía una especialidad. "Para alcanzar los campamentos debían andar en bestias (mulas) durante tres días -dice Edgar, que se desempeñaba en labores forestales-. El jornalero salía de madrugada con su linterna y si el día era lluvioso se quedaba hasta la noche colgado de los árboles." La técnica del picado del árbol es complicada. Se utiliza el ropo , un lazo que se pasa alrededor de la cintura para sostener el cuerpo en la altura y con un espolón la persona trepa por el tronco. Una vez arriba, hace cortes diagonales en uno y otro sentido de manera que se conecten entre sí como si fuese una tubería y la resina va cayendo por esos canales abiertos en la corteza. Con lluvias torrenciales o con sol, con calores superiores a los 40 grados y con la humedad del ambiente saturada, cada chiclero llegaba a realizar unas 10 picadas por día cuando la demanda era alta. Para cada canalizado se requiere entre una y dos horas. Paralelamente a la actividad de los chicleros se trabajó la madera, hasta que las consecuencias de la deforestación afectaron especialmente los ejemplares de cedro y caoba. El auge de la madera ocurrió aproximadamente en 1975.
Entonces se abrieron huellas en distintas direcciones del Petén, que posibilitaron el desarrollo paralelo de la recolección de la resina del chicozapote.
No era fácil el quehacer del chiclero. "Varios no aguantaban la lejanía", sostiene Edgar. A otros se les soltaba el lazo que los soportaba en la altura.
También ocurrían infortunios provocados por la naturaleza. "Julio Manzanero chicleaba por Carmelita. Los sábados y domingos salía de cacería como muchos otros. Venados, jabalíes, faisanes. Un día su perro atrapó un tepezcuintle, pero al zafarse se escondió en la cueva. Julio metió la mano en la madriguera y dentro estaba una barba amarilla, una de las víboras más venenosas de la región." Una vez picado, el árbol no puede ser sometido al mismo proceso por un lapso de seis años. Después de juntar la resina se la colocaba en bolsas, conocidas como huladas , que acumulan hasta 50 libras del líquido. Luego cocinan el chicle para transformarlo en maquetas, que quedan reducidas a 25 o 30 libras. Por una semana de trabajo de cada operario se obtenían entre 2 y 3 maquetas.
Viejas cicatrices
El paso de los chicleros ha dejado heridas en miles de troncos del Petén, aunque hoy prácticamente se haya abandonado la labor. Ahora, el uso sustentable de las tierras de la región, comprendidas en la Reserva de Biosfera Maya, y el reemplazo de la materia prima para la confección del chicle extinguieron una de las principales fuentes de ingreso de los campesinos nativos. Familias tradicionales de San Andrés y San José, como los Tiul y los Zeul, involucraron parte de su historia en esta industria, igual que tantos otros en Tabasco, México.
La población de la región ha crecido últimamente; ya suman casi medio millón de habitantes. Gente del altiplano guatemalteco ha emigrado al Petén en tiempos de la guerrilla.
Se dedica principalmente a la agricultura y para eso delimita un predio, corta los troncos y los quema. Luego, comercia con los frutos del trabajo de la tierra: el maíz o el arroz, cultivado en el río La Pasión, que fue el tórrido entorno de ciudades mayas que florecieron en el período clásico (del 250 al 900), como Seibal, Itzán, La Amelia y las que se erigieron en torno del lago Petexbatún, Punta Chimino y Dos Pilas.
Los viejos mordiscos de los Adams llevan a asociar la goma de mascar setentista con esta zona septentrional y tórrida de Guatemala.
Las marcas diagonales y cruzadas en los troncos de los zapotes son la herencia de una actividad que revolucionó la mágica selva de la región, bajo el mismo verde que guarda los secretos de una civilización que alcanzó niveles superiores de desarrollo mucho antes que la goma de mascar.
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
