

LEH.- Conocida como el Pequeño Tíbet , tanto por los rasgos y la religión de su gente -budista tibetana- como por los paisajes, Ladakh sólo es accesible entre junio y septiembre, cuando el monzón inunda el resto de la India.
Ladakh tiene imágenes y momentos conmovedores. Al noroeste de la India, es una de las regiones más altas del mundo, está prácticamente aislada y sus climas y paisajes son sumamente inhóspitos.
La soledad, la sensación de ser un mero punto en el universo, son sentimientos que imperan al recorrer sus valles desolados, la aridez, la visión de aquellas montañas que superan los 7000 metros y la escasa presencia humana tan contrastante con el resto de la India. Y, sin embargo, es una de las regiones más bellas, más infinitas e inalcanzables.
Uno de esos momentos notables ocurrió el cuarto día en el camino de Manali a Leh, la capital de Ladakh.
Poco después de salir del campamento de Pang se llega a una planicie amplia, a 4800 metros de altura. Crece allí un pasto muy clarito que contrasta con la aridez de las cumbres circundantes.
De repente, apareciendo detrás de unas rocas que lo cobijaban del viento, un hombre corrió hacia la ruta e hizo señas a los viajeros para que detuvieran su vehículo. Sólo dijo una palabra: ¿Leh? , y al obtener una respuesta afirmativa, con una sonrisa les entregó una carta. En el remitente se leía un nombre y la dirección: a 7 kilómetros de Pang. Es decir, en medio de la nada.
Inocencia, solidaridad y confianza en los desconocidos suelen ser cualidades presentes en lugares inhóspitos. Los Ladakhis sin duda las poseen y los viajeros las aprecian, aunque luego tengan que oficiar de carteros.
La ruta que une Manali con Leh es una de las más altas y pintorescas: 400 km de camino de montaña, casi sin pueblos, abierta sólo desde mediados de junio hasta mediados de septiembre -la nieve la bloquea el resto del año-, y cruzando pasos de más de 5000 metros de altura.
Pero la aventura empieza en el pueblo de Manali. Enclave hippie en los años 70, goza hoy de popularidad entre viajeros de tiempos largos, amantes de la música tecno y las fiestas a la luz de la luna llena.
A 2000 metros de altura y plantada en un cerro con bosques de pinos, Manali tiene un clima agradable durante el sofocante verano indio y es uno de los contados lugares del país donde los turistas encuentran todo a su medida: carne de vaca, panaderías alemanas y ropa estrafalaria.
El camino comienza con bosques oscuros, curvas y contracurvas. A 50 kilómetros de Manali, el primer paso de montaña, el Rothang Pass, está a 3980 metros de altura y debe ser despejado de nieve -que aún en verano supera los cuatro metros-. Luego, la ruta seguirá ríos y sistemas de cultivo de terrazas irrigados por canales de riego.
En los campamentos, tanto de Sarchu como de Pang, carpas de gran tamaño ofician de hoteles y restaurantes con alfombras, colchones, mantas, mesas bajas y bancos, proveyendo lo necesario para sentirse cómodo.
Los que atienden tienen los rasgos achinados y los suaves modales de los tibetanos. Los clientes son, en general, europeos de diversas edades que transitan la ruta en un medio de locomoción poco esperable en aquellas latitudes: la bicicleta. Para ellos Ladakh es uno de los mayores desafíos.
En Taglang-La, que a 5300
- es el paso más alto, sorprende una escena curiosa: un gran rebaño de ovejas con alforjas sobre sus lomos. Transportan el propio alimento -explican los pastores-, que en busca de mejores pastos recorren kilómetros tan áridos que sus animales morirían de hambre.
Allí, entre montañas con escasas nieves, la falta de oxígeno se hace sentir tanto que hasta cuesta sacar una foto. Del otro lado, el camino desciende de manera abrupta hacia un valle cada vez más verde, con pueblitos y monasterios budistas tibetanos.
Hemis es el monasterio más grande y conocido de la zona, pero parece un lugar desértico. Sólo cuatro monjes vestidos con túnicas bordó se dejan ver, en la entrada. Lo más interesante son los oscuros cuartos de oración, con olor a velas y adornos.
A 3500 metros de altura, Leh se muestra pequeña, segura y acogedora. Y muchas veces seduce a los visitantes a quedarse más de lo planeado. Llegar hasta el viejo palacio o a los templos, en las alturas sobre la ciudad, recompensa con una excelente vista hacia el valle del Hindus. Alto, muy alto, flamean en el viento cientos de coloridas banderitas budistas.
Además, Leh cuenta con buena infraestructura turística y alberga a una gran comunidad tibetana que huyó de su país luego de la invasión china.
Numerosos son los puestos de venta de collares de lápislázuli, turquesa, ámbar y coral. También son habituales los almohadones, las alfombras y las cajas de papel maché, oriundos de la vecina región de Cachemira.
Maria Victoria Repetto
Datos útiles
Cómo llegar: el pasaje aéreo de de Buenos Aires a Nueva Delhi cuesta cerca de 1900 dólares, con tasas e impuestos incluidos.
- Traslado hacia Ladakh: en avión; aproximadamente 100 dólares. También se puede alquilar un Jeep con chofer en Manali
Transporte: los viajeros que pasan largo tiempo en la India prefieren comprar una moto Enfield usada por entre 500 y 800 dólares.
Alojamiento: una habitación doble con baño privado cuesta cerca de 30 dólares.
Gastronomía: un almuerzo, entre 5 y 10 dólares por persona
Camino hacia el valle prohibido
Viajar al valle del Nubra, pocos kilómetros al norte de Leh, requiere de permisos especiales del gobierno indio ya que es una zona restringida.
Esta es la ruta transitable en auto más alta del mundo y el ejército la mantiene abierta todo el año. Por ella se accede al glaciar Siachen, altamente disputado por indios y paquistaníes.
El camino es una sucesión de curvas y piedras. Los camiones viajan en convoy y van cargados a un tercio de su capacidad, ya que no lograrían subir de otro modo. En las partes empinadas, sus motores son tan débiles que deben recurrir a extraños procedimientos de manejo: el chofer pone primera y suelta el embrague, el camión avanza a los saltos uno o dos metros hasta que se para, y un ayudante corre a poner una roca grande detrás de una rueda trasera.
El ejercicio se repite hasta que se llegue a una zona plana donde el destartalado vehículo pueda avanzar. Pero en Kardung-La, el paso a 5603 metros sobre el nivel del mar, el esfuerzo es recompensado por los soldados del puesto militar, que sirven té y snacks a todo aquel que llega.
Picos nevados y yacs Hacia el otro lado, deslumbra una sucesión infinita de picos nevados. Y hacia abajo, profundos desfiladeros. En el pedregoso camino de descenso, varios arroyos de deshielo atraviesan e inundan la ruta y apenas debajo de los 5000, ni bien crecen algunas hierbas, se ven los primeros yacs, enormes vacunos lanudos y negros.
Al pie de los montes Karakorum, el verde valle del Nubra era parada obligada de las caravanas que transitaban por la ruta de la seda. Allí reponían víveres antes de cruzar los altos pasos hacia Occidente. En la confluencia de los ríos Shyok y Nubra, el paisaje sorprende nuevamente, esta vez con suaves dunas. Pero en las márgenes de los ríos hay terrazas cultivadas, árboles frutales y pequeños pueblos.
En el monasterio de Diskit o en los poblados, la gente no demuestra curiosidad hacia los contados viajeros.
Más bien actúan con reserva y respeto, pero son amables cuando se les preguntan particularidades del lugar.
Los pueblos de Hundar y Panamik marcan el límite de los permisos para los extranjeros. Más allá, constantes situaciones bélicas mantienen el lugar inaccesible. Paradójico, al recordar la paz que reina en Ladakh.
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