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El pueblo más feliz es el más boreal del mundo

Longyearbyen es la ciudad situada más al norte del planeta, en el archipiélago de las islas Svalbard, de soberanía noruega; en medio del frío y de cuatro meses de oscuridad viven 2240 personas de 40 nacionalidades; prácticamente no existen los delitos graves, pero hay que aprender a convivir con los osos blancos


La ciudad está abierta a cualquiera que quiera instalarse, siempre que tenga un trabajo

La ciudad está abierta a cualquiera que quiera instalarse, siempre que tenga un trabajo - Créditos: Reuters



(EL PAÍS DE MADRID).- Sólo debe de existir un lugar en el mundo donde alguien puede entrar con un rifle y un pasamontañas en un banco sin que nadie se inmute: Longyearbyen. Esta frase, pronunciada por uno de los diez policías que vigilan un territorio tan grande como Irlanda, puede servir para resumir la vida en la ciudad situada más al norte del mundo, capital del archipiélago de las Svalbard, de soberanía noruega. Tiene 2240 habitantes, 40 nacionalidades y un gigantesco valor estratégico que no hace más que crecer con el cambio climático, que propicia nuevas rutas marítimas a través del Polo Norte y un acceso más rápido a sus inmensos recursos naturales. El único problema de seguridad son los osos polares -unos 3000 en las tres islas principales-, motivo por el que la ley exige que cualquier ciudadano que abandone los escasos núcleos de población debe ir armado con un rifle de un calibre suficiente para tumbar a una criatura imprevisible, peligrosa y que puede llegar a pesar hasta 800 kilos.
Una de las primeras imágenes que sorprenden al contemplar esta plácida localidad de casas de madera de diferentes colores es que desde ninguna vivienda emerge humo de chimeneas pese al frío polar (en el sentido literal de la expresión, ya que el Polo se encuentra a 1400 kkm). La madera, como cualquier otro producto, es un lujo porque en las islas Svalbard no crecen árboles, ni se puede cultivar nada: el suelo es permafrost (tierra helada) y el 60% de su territorio son glaciares. Todo, la leña, las naranjas, los coches o la leche, se trae por avión o barco, salvo el carbón mineral y la carne de foca y reno. Instalarse en ese rincón del mundo representa un esfuerzo enorme de infraestructura.
A 1000 kilómetros del cabo Norte, se trata de un gigantesco desierto helado en mitad del océano Ártico, Sin embargo, cuenta con una gran ventaja: la corriente del Golfo, más cálida, impide la formación de hielo gran parte del año en su costa este y hace que las temperaturas sean menos extremas que en otros lugares a esa latitud. Longyear­byen aprovecha un amplio puerto natural en un fiordo y se extiende hacia el interior rodeada de montañas siguiendo un valle. Pese a ser mucho más ­accesible que otros lugares del Ártico, no tiene pueblos nativos: nadie vivía allí antes de la llegada del explorador holandés Willem Barents en 1596. Ahora es más bien todo lo contrario.
No importa con quién se hable, con la cajera del supermercado colombiana, con dos obreros polacos, con una noruega que ejerce de guía turística y mantiene una manada de 12 perros de trineo en una cabaña fuera de la ciudad, con un venezolano que trabaja en la universidad mientras que su pareja es comercial en una empresa turística, con una glacióloga francesa que está a punto de agarrar el avión de vuelta, con una enfermera jubilada noruega que ha montado una empresa, con el pastor o con un antiguo reportero de sucesos en Los Ángeles que ahora dirige un diario local en Internet (bueno, dirige y escribe porque es el único trabajador). Pese al frío (aunque este año no ha habido invierno, las temperaturas pueden alcanzar los 40 grados bajo cero y en verano no suben de los 10), los osos y los glaciares, todo el mundo describe la vida en Svalbard como El Dorado polar.
La larga noche
"Estuvimos de vacaciones aquí y nos preguntamos cómo sería vivir en Svalbard. Entonces decidimos dar el salto, probar la experiencia y ya llevamos dos años y medio", explica Jorge Kristiansen, venezolano de 37 años. La tranquilidad, la seguridad, la sensación de vivir una aventura y la solidez de una comunidad que confía en la bondad de los desconocidos -el 20% de la población cambia cada año, con lo que, en realidad, nadie es de ahí- son los principales motivos citados. "La oscuridad es tenaz", asegura Claudia Antonsen, colombiana de 45 años, sobre la larga noche polar que resiste gracias a generosas dosis de vitamina D. Durante cuatro meses es de noche y durante otros cuatro es de día. "La calma, la nieve, la aventura, la naturaleza, la belleza", agrega para explicar por qué decidió instalarse allí desde Bogotá. Casada con un noruego que trabaja como taxista, ella es empleada en el supermercado local, que ofrece productos de todo el mundo a precios disparatados: 3,75 euros un litro de leche, 2,41 un yogur, 6 una lata de bonito Ortiz o 5,7 una cesta de tomates cherry. La ventaja es que es una zona libre de impuestos indirectos y que los noruegos cuentan con una ayuda de casi 20.000 euros por instalarse allí.
"Es como una burbuja. Uno se siente muy seguro, aunque nunca hay que olvidar que estamos en un lugar en el que la naturaleza lo controla todo. Nunca se debe perder el respeto", afirma Heidi Sevestre, una investigadora francesa de 28 años que, tras cuatro en Svalbard, está preparando su vuelta a casa, en los Alpes,
Longyearbyen tiene un aeropuerto internacional, un puerto en el que pueden atracar cruceros, 650 camas hoteleras, una universidad importante con 300 alumnos y planes para doblar su número, cafés, restaurantes japoneses, tailandeses o internacionales, colegios, un centro cultural, un museo? Casi todos van acompañados de la misma coletilla: la fábrica de cerveza (inaugurada en 2014) más al norte del mundo, el supermercado más al norte del mundo, la chocolatería más al norte del mundo (la especialidad son bombones con forma de oso polar), la iglesia más al norte del mundo? El mejor restaurante de la ciudad, Huset, ofrece alta cocina y alberga una de las bodegas más nutridas del norte de Europa. No deja de ser surrealista que, después de degustar unos sofisticados encurtidos de arenque, haya que salir con cierto cuidado porque, al encontrarse en el límite de la ciudad, a unos metros empieza la zona en la que, en teoría, hay que ir armado por los osos. Y no es ninguna broma: en 1995 una visitante fue devorada en las afueras de la ciudad y en 2011 un estudiante murió en un ataque durante una excursión.
"Se trata de un lugar en el que la gente se queda normalmente cuatro años. Es una comunidad muy solidaria porque nadie tiene a nadie aquí, así que al final nos ayudamos todos", explica el pastor Leif Magne Helgesen, que lleva 12 años en la isla y se ha convertido en un experto en el Ártico, coordinador del ensayo The Ice is Melting (el hielo se funde). Sobre los cambios que experimenta la ciudad, explica: "El interés por el Ártico es económico y estratégico, sin duda. El dinero lo mueve todo. Pero también existe un interés científico a causa del cambio climático: lo que ocurre aquí va a tener influencia en todo el mundo".
Cambio climático
Las islas Svalbard comenzaron a ser explotadas en el siglo XVII por tramperos y balleneros. Longyearbyen fue fundada en 1906 como una ciudad minera por un aventurero y emprendedor bostoniano, John Munro Longyear, y su socio Frederick Ayer en la isla principal, Spitsbergen. Después de la Primera Guerra Mundial, se firmó el Tratado de Svalbard, que reconoce la soberanía noruega sobre el territorio. Un principio de no discriminación permite a cualquier país firmante del pacto establecer actividades comerciales, siempre y cuando respeten la ley de Noruega y la autoridad del gobernador de la isla, nombrado por Oslo por períodos de tres años. El tratado también impide la presencia de fuerzas militares permanentes, lo que provocó no pocas polémicas durante la Guerra Fría.
Rusia mantiene una ciudad minera, Barentsburg, con unos 500 habitantes, que es una de las excursiones más impresionantes que se pueden realizar en la isla. El viaje en moto de nieve desde Longyearbyen se prolonga durante unas tres horas y muestra hasta qué punto es tan duro como bello el paisaje helado hasta alcanzar un pueblo anclado en la URSS de los 80. El resto de los asentamientos son estaciones científicas, como Ny-Alesund, donde viven unas 50 personas en invierno y hasta 200 en verano.
El principio de que cualquiera puede instalarse es válido para los países firmantes del tratado (unos 40 en total; Corea del Norte ha sido el último), pero también para los individuos.Las condiciones para trasladarse al Polo, básicamente, consisten en tener un trabajo remunerado o una forma de vida (no se puede ir a probar suerte), un alojamiento y no depender de nadie (no existen servicios sociales, aunque sí un hospital). Durante sus primeros 100 años de existencia, Longyear­byen era una ciudad minera, dominada por la compañía Store Norske, con trabajadores que pasaban 15 días allí y otros 15 en Noruega continental.
Con ese clima y cuatro meses de oscuridad, existen pocas alternativas energéticas viables que no pasen por el carbón. Sin embargo, la única mina rentable en la actualidad fue abandonada tal cual en los años 90, como una especie de Chernóbil en la que todavía están los calendarios y los turnos de trabajo del año en que se cerró. Y es rentable porque se ha convertido en una nueva atracción turística.
En medias por todos lados
De la época del carbón queda una costumbre que convierte a Longyearbyen en un lugar bastante casero: todo el mundo va en zapatillas o medias cuando está en el interior (entonces los mineros arrastraban siempre carbón en las botas). Salvo en el supermercado y en algún bar, hay que descalzarse en todas partes, al entrar en la sede del Gobierno, en la universidad o en los hoteles y restaurantes. De hecho, como explica Arve Johnsen, de 37 años, uno de los diez policías del archipiélago, la mayoría de los delitos denunciados tienen que ver con el robo de botas que se dejan en la entrada de los edificios públicos. Los últimos crímenes que se recuerdan fueron el de un minero que apuñaló a otro en Barentsburg en 2013 y una redada antidroga en 2015 que acabó con 11 detenidos por fumar cannabis. La presencia de un oso en la ciudad en 2014, que tuvo que ser anestesiado y trasladado en helicóptero a la otra punta de las Svalbard porque se había acostumbrado a buscar comida en el asentamiento, completa el cuadro de problemas de seguridad graves. Ni las casas ni los coches se cierran habitualmente.
Tanto el minero apuñalador como los fumadores de cannabis fueron enviados a Noruega porque la isla carece de prisión. También los fallecidos son trasladados a tierra firme. No se puede enterrar a nadie allí porque, a causa del permafrost, los cuerpos nunca se descomponen. De hecho, en 1999 se pudieron extraer muestras del virus de la gripe española, que mató a 40 millones de personas después de la Primera Guerra Mundial, de seis cuerpos enterrados en las Svalbard en octubre de 1918.
"La economía está cambiando. Durante 100 años ha sido una ciudad minera y ahora se está convirtiendo en algo muy diferente", explica la gobernadora, Kjerstin Askholt, de 54 años, que fue directora general de Asuntos Polares en el Ministerio de Justicia en Oslo. "Mucha gente piensa que el turismo y la investigación son el futuro de Svalbard. También está la pesca", prosigue. Entre 2014 y 2015, el turismo subió un 11%,. Atracaron además varios cruceros que, de repente, soltaban a 3500 turistas en una localidad de 2240 habitantes.
Pero la transformación más profunda no está relacionada con las visitas, sino con los efectos del cambio climático.
Los geólogos consideran que una quinta parte de los recursos de gas y petróleo no descubiertos en el mundo se encuentran más allá del Círculo Polar Ártico, además de todo tipo de minerales. El estatuto de las Svalbard, y la facilidad para llegar, las convierte en un territorio muy deseado. Con los precios actuales del petróleo y la crisis de los hidrocarburos, su importancia inmediata radica sobre todo en que el deshielo -edesde 1979 se ha perdido un 40% de la capa de hielo en el Polo- permitirá la consolidación de nuevas rutas marítimas que, a través del norte, conectarán el Atlántico con Asia sin pasar por el canal de Suez.
Esa facilidad de acceso y la presencia de una ciudad como Longyearbyen convierte a las Svalbard en un observatorio científico privilegiado de este inquietante proceso; pero también en un objeto de deseo estratégico.
La llave para esta nueva fiebre del oro se encuentra en el lugar más feliz del mundo, que desea y necesita los cambios y, a la vez, los teme porque sabe que el futuro pasa por su remota latitud.
Guillermo Altares

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