El rastro de la fe en las sierras de Córdoba
Las estancias jesuíticas cordobesas son la expresión viva de una de las facetas de organización productiva de la orden religiosa de la Compañía de Jesús, que ha quedado impresa para siempre en su arquitectura.
15 de agosto de 1997
CORDOBA.- "Si el vino de este año saliere bueno, se reservará una cuba y se procurará vender, aplicando todo el producto a la compra de negros para que ayga gente bastante para la labranza de la viña, y juntamente con quienes remediar tantas viudas como ay en esta estancia." Así rezaba un Memorial de 1741 de un padre superior jesuita, llamado Machoni, en periódica visita al establecimiento de Jesús María. Aunque no solamente de vino y esclavos vivían las estancias jesuíticas de la provincia de Córdoba.
Viñas y negros. Cabezas de ganado y algunos indios asalariados. Frutales y molinos harineros. Manzanas, granadas, melocotones, duraznos, trigo, cebada, maíz, azafrán, quinoa, habas y arvejas. Y por qué no garbanzos y lentejas, si eran capaces de contribuir a la prosperidad del sistema económico que los miembros de la Compañía de Jesús habían montado, desde comienzos del siglo XVII, para el sustento de las instituciones educativas y religiosas jesuíticas de la ciudad de Córdoba, destinadas principalmente a la formación de la clase alta de la sociedad colonial.
Siglos después, las estancias de la Compañía de Jesús en Córdoba se mantienen como moles arquitectónicas, únicas de su tipo en el país. Construcciones que soportaron, a la deriva de Dios, la expulsión de quienes las sostuvieron y le dieron auge. Que resistieron la ocupación de intrusos, la escasa atención de autoridades y cientos de inviernos fríos y veranos lluviosos. Que se sostienen gracias a la fortaleza de sus columnas y la reminiscencia de su simbología, pero también gracias a la acción, en las últimas décadas, de algunos hombres.
Estos establecimientos se conservan como verdaderas muestras edilicias de principios del XVII y XVIII, las que a pesar del vaciamiento de sus funciones conservan el aire entre ascético y de poderío con el que los jesuitas impregnaron sus moradas. Así en Santa Catalina, Jesús María, Alta Gracia y La Candelaria, además de otras sedes de la orden, como la Casa de Caroya o los parajes accesorios como la Posta de Sinsacate.
Las estancias se sitúan en medio de paisajes campestres. Sitios solitarios, invadidos por la naturaleza, en los que las hojas desprendidas de los árboles vuelan sin límite hasta la puerta de la iglesia o entran por el hueco del campanario cayendo en última instancia frente al altar o alguna obra de arte altoperuano. Lugares en los que, como en Santa Catalina, los pueblos que los rodean son más pequeños que las mismas estancias jesuíticas o parecen ser parte integrante del conjunto religioso desde siempre. Entornos agrestes, robustecidos por caminos de tierra, gente a caballo, plantaciones de maíz y paisajes cuyos únicos signos del avance del novecento son los cables del tendido eléctrico y los escasos coches que circulan por el lugar.
Gran temperamento
Las estancias de la Compañía de Jesús resultan de una mixtura particular. ¿Tienen el aspecto de una fortaleza? Sí. ¿El de un monasterio o convento religioso? También. ¿Hay indicios de haberse tratado de establecimientos productivos? Sin duda, porque figura todo aquello que entraba dentro del carácter de los jesuitas, incluso el contener mano de obra esclava negra, si bien ellos se oponían al sistema de encomiendas, ampliamente difundido en Buenos Aires y, en especial en Córdoba, por lo que al trabajador sanavirón o comechingón se le abonaba un pequeño salario.
Tal vez no cautiven tanto las estancias jesuíticas cordobesas como las reducciones o misiones paraguayas y misioneras en lo referente a su grandeza, su significado evangelizador y a ese grado de comunicación y entendimiento entre gringos cristianos y guaraníes; pero como en ninguna otra misión, las estancias llegan a nuestros días con una fachada casi intacta, con las mismas bisagras, con las campanas originales (aunque a una de las de Santa Catalina la haya rajado un rayo), con pinturas del Potosí o tal vez del Cuzco y el mismo olor a humedad que sentirían los jesuitas al atravesar los pasillos del claustro rumbo al patio del obraje, acompañado con el ruido de fondo de simpáticas espadañas anunciadoras de la misa.
En una recorrida por las estancias, la mente moviliza distintos sentidos. San Isidro Labrador, en Jesús María, es reflexión, es análisis, es mirada racional. Allí hay un museo y excelentes guías que ofrecen una percepción mediatizada de lo que fue el mundo de los jesuitas. Algo parecido es Alta Gracia. Por el contrario, Santa Catalina moviliza todo lo opuesto. Es el cuerpo el que reacciona al caminar por la estancia; son escalofríos, pura admiración y extrañeza; olfato, tacto, misterio. Allí no hay museo, nada se exhibe, sino que las cosas están.
Santa Catalina. Posada en el tiempo a la espera de algún renacimiento, con su vuelta de calendario congelada muchas décadas atrás. Un edificio que -da la sensación- se expresa a través de la temperatura de sus paredes, de la dureza de su madera, de los musgos y la pátina verdosa prendidos en alguna de las tejas tipo musleras que aún se conservan en sus techos. Que grita sus vacíos y olvidos (también sus remembranzas) en cada una de sus salas, sean las del claustro, el patio de la servidumbre, el molino o el cementerio contiguo a la hermosa iglesia. En menor escala ocurre lo mismo con La Candelaria.
La organización en Jesús María
En 1618, la Compañía de Jesús adquiría las tierras de Guanusacate (sacate significa pueblo en lengua comechingona) para proyectar la estancia productiva que sería el sustento del Colegio Máximo de la ciudad de Córdoba. El establecimiento de Jesús María se situaba sobre el Camino Real que iba al Potosí, derrotero que frente a la estancia mantiene su fisonomía casi original, en una zona otrora habitada por los indios sanavirones.
Muchas fueron las idas y venidas del establecimiento desde la profunda desazón de los jesuitas, hace 230 años, cuando debieron abandonar todos los territorios de los reinos de España, Portugal y Nápoles. Pero 1941 marca una fecha importante. Como en otros casos no ocurre, la declaración del sitio como Monumento Histórico Nacional (MHN) fue un hito positivo en la evolución de Jesús María porque entonces comenzaron las obras de restauración del complejo jesuítico y hacia 1946 se creaba en esa estancia el Museo Jesuítico Nacional, que funciona hasta la actualidad.
Algunos vecinos recuerdan la época en que la estancia estaba a la buena de Dios. Otros pasan por allí recordando que su ceremonia de casamiento la habían realizado en la iglesia de San Isidro Labrador, perteneciente a la estancia de Jesús María. La capilla representa el barroco colonial y su construcción fue dirigida por Andrés Blanqui, uno de los arquitectos más brillantes de la Compañía de Jesús.
Según un escrito de la Academia Nacional de Bellas Artes, la parte central del país era, por una serie de razones, "frontera artística, en lugar de encuentro de corrientes estilísticas manifiestas en los mejores monumentos del virreinato. En tanto que por el Norte descendían hacia Córdoba los aportes altoperuanos, empobreciéndose en su recorrido a medida que se alejaban de las fuentes, por el Sur subían las influencias atlánticas, a veces con alguna aportación lusobrasileña, que tanto influyó en las artes porteñas". Numerosos ejemplos son advertidos dentro de los templos jesuíticos de Córdoba, al extremo de que muchas de las obras pictóricas y la escultura de la imaginería religiosa provenían, ya acabadas, de Potosí o del Cuzco como una serie de cuadros de vida de San Isidro. Otras, en cambio, eran creación de los propios nativos del lugar, como son unas figuras de ángeles ubicadas sobre los entablamientos de la cúpula de la iglesia de la estancia de Jesús María, con fisonomía aborigen y que representarían a cuatro caciques sanavirones.
Además de la iglesia, completan la estancia la sala fregadero, la cocina, el comedor, la sala de ornamentos sagrados, el jardín, la sala de numismática y medallística, galerías interiores en los dos pisos, una espadaña, el Patio de los Naranjos, la habitación del padre estanciero y la bodega, lugar donde se manufacturaba el lagrimilla, primer vino americano servido en la mesa de los reyes de España, habitación actualmente destinada a la arqueología del NOA. De los elementos jesuíticos presentes en el museo, hay uno solo sobre el que se tiene certeza de que pertenecía originalmente a la estancia de Jesús María y es una imagen de la Inmaculada Concepción, tallada de un tronco entero.
La soledad de Santa Catalina
Es la más bella de las estancias jesuíticas de Córdoba. Es la solitaria, la magnífica o como se quiera adjetivarla. Se da con ella luego de andar entre pastizales, maíces secos, rutas polvorientas y casonas de escaso vuelo arquitectónico, con excepción de una mansión a poco de dejar atrás la localidad de Ascochinga. De pronto asoma, demoledora, en el fondo de una calle.
Hoy es propiedad privada y es utilizada como casa de fin de semana por los descendientes del alcalde Díaz, que adquirió la estancia a la Junta de Temporalidades y se encargó, básicamente con medios propios, del buen mantenimiento de la construcción.
Desde hace cinco lustros, doña Lili es la encargada de la iglesia. Con su espalda encorvada y su larga bufanda, recorre los 200 metros que separan la estancia jesuítica de su preciosa casa de principios de siglo. Su voz es tan baja que el canto de los pájaros posados en los plátanos que anteceden el patio delantero ocultan sus frases cortas. "Quiero mucho este lugar, por eso me hice cargo de la iglesia y lo quiero porque yo he nacido aquí y mis padres también", expresa moviendo apenas sus pequeños labios.
Los segundos domingos de cada mes hay misa a las 17. Y se realizan dos ceremonias especiales: una el 25 de noviembre, el día de Santa Catalina y la otra, el último domingo de enero, organizada por los dueños de la estancia, momento en que la iglesia luce en toda su plenitud las obras de arte que el resto del año se conservan en una alacena. Los bienes de Santa Catalina recibieron más protección que los de otras estancias, pero no se exhiben en su totalidad. Sí algunos de los que se hallan dentro de la capilla.
Un cuadro potosino (quizá cuzqueño) con el paso de la Pasión de Cristo, esculturas con la figura de Santa Catalina, San Ignacio, Cristo, San Francisco Javier y otras imágenes. A un costado reposa una campana de 1690, dañada por un rayo. Antes de salir, el Cristo de la Paciencia, tallado y también nacido en los dominios del Alto Perú, llama la atención por su posición de sentado.
Santa Catalina es, en orden cronológico, la tercera de las estancias fundadas por la Compañía de Jesús luego de la Casa de Caroya y Jesús María, y su función fue la de solventar los gastos del noviciado, creado para subsanar la escasez de padres jesuitas provenientes de Europa para los requerimientos de la orden en el virreinato. Las estancias fueron construyéndose en etapas y a medida de que se disponía de recursos. La construcción de la iglesia de Santa Catalina culminó pocos años antes de que los jesuitas abandonasen América del Sur. Alguien ha dicho que Santa Catalina es una de las obras maestras del barroco colonial y es la que más deja entrever la participación de artistas germanos en su diseño, si bien se desconoce a ciencia cierta quién fue el autor intelectual del templo. Y no fue el general Roca, que solía visitar la estancia por su amistad con los propietarios.
"Los jesuitas de este lugar eran solamente seis o siete y 400 eran los esclavos, y ellos eran los que realmente trabajaban. Tenían sembrados, ganado, molinos de agua y criaban muchas mulas que vendían en el Perú", comenta el encargado de las visitas de la estancia que vive más allá del tajamar.
Santa Catalina. Asentada en la atmósfera de quienes vivieron sus pasillos silenciosos de ecos memoriosos, el golpeteo tricentenario de las campanas manufacturadas por los jesuitas en la fundición de Alta Gracia y esa capa marrón, producto del tiempo, impregnada sobre la imaginería religiosa, dominio simbólico por excelencia de todas las estancias jesuíticas.
Los espectros sociales de la época virreinal
CORDOBA.- Una visita a las estancias está lejos de resultar un contacto directo con todo aquello asociado con los jesuitas, pero es una excelente aproximación a su epopeya.
Los bienes que pertenecían a los jesuitas fueron retirados sin que tuviesen, en todos los casos, un destino claro. Muchos se perdieron, varios fueron redistribuidos por la Junta de Temporalidades (la encargada de administrar los bienes de los hermanos expulsados de América en 1767), algunos retornaron a su lugar de origen, o cruzaron el Atlántico, otros desaparecieron o fueron saqueados y ciertas piezas históricas son parte de las preciosas muestras de arte, arquitectura e imaginería colonial exhibidas ahora en el Museo Jesuítico Nacional, de perfil religioso y no tanto. Estancias con sabor a jesuita. Compuestas de tesón, el mismo que les permitió, a fuerza de tiempo y trabajo, convertirse en uno de los grupos más poderosos de la América colonial. De inteligencia, la que les proveyó ese contacto tan cercano con los nativos. Y todo condimentado con su fuerzas evangelizadora, educadora de los dos espectros sociales extremos de la América del Sur virreinal: las clases pudientes y las masas indígenas misioneras.
Lugares de epopeyas y de fervor religioso
CORDOBA.- En 1492 comenzaba la epopeya de la conquista americana. Un año antes asomaba al mundo una nueva vida, una inocente criatura vasca, sonriente, que con el tiempo se convertiría en un símbolo religioso de la Europa del siglo XVI y de la historia de la humanidad. Su nombre era Iñigo; su apellido, de Loyola.
Barcelona, Gaeta, Roma, Venecia, Chipre, Jhaifa, Jerusalén y París fueron algunos de los pasos dados en el camino de Iñigo (Ignacio) hacia la formación, junto con otros siete monjes, de la Compañía de Jesús -distinguida por un moderno espíritu tolerante en la España de la expulsión y considerada la orden cristiana más exitosa de los siglos XVI y XVII-, que luego obtiene la autorización para el ingreso en el Río de la Plata, alrededor de 1580, gracias a la fusión de las coronas de Portugal y España. Córdoba fue un punto propicio para que los jesuitas desarrollaran su quehacer ideológico en la ciudad y sus labores en las estancias.
En cambio, Misiones fue elegida para la tarea evangelizadora entre los indígenas en las reducciones, ciudades que, a diferencia de Córdoba, organizaban su vida en torno de un patio central, crecían alrededor de una plaza pública y su población se contaba en millares de individuos.
Estancias que son pura historia
Fueron la cuna de asentamientos poblacionales que hoy forman parte de los principales capítulos del pueblo cordobés.
CORDOBA.- En total fueron cinco los establecimientos destinados a estancias por los jesuitas en la provincia de Córdoba. Existen algunos datos curiosos; por ejemplo que la estancia jesuítica de Alta Gracia fue el puntapié inicial y el centro geográfico a partir del cual se desarrolló la actual ciudad homónima. Algo similar ocurrió con el loteo de la Casa de Caroya, situación que originó la expansión de la actual Colonia Caroya, habitada principalmente por inmigrantes de la región italiana de Udine.
La Candelaria, por el contrario, se mantiene aún más alejada respecto de un centro poblado de lo que lo está la estancia de Santa Catalina, distante de Ascochinga.
Ese predio es el último de los establecimientos agropecuarios desarrollados, ya que se funda en 1678, casi seis décadas más tarde que las estancias de Jesús María y Caroya.
Su situación de lejanía respecto de los centros poblados (115 kilómetros desde la ciudad de Córdoba de la Nueva Caledonia) le confiere un perfil de fortín, más marcado que en el resto de las estancias, y el edificio se alza alrededor de un pequeño patio amurallado del que sobresale el templo.
Su fisonomía es bastante tosca y sus aberturas hacia el exterior son escasas para lograr mayor protección frente a los malones. Es una estancia mucho más compacta y acotada que el resto de las estancias y se conserva en un estado más deteriorado y hace casi dos décadas fue adquirido por el gobierno cordobés a la señora Portela de Bazán.
Alta Gracia es un caso opuesto a La Candelaria. La estancia se sitúa en el corazón de la ciudad y desde la expulsión de la Compañía de Jesús tuvo diversos usos, por lo que casi siempre estuvo ocupada en forma efectiva. Forma un conjunto arquitectónico interesante e incluye un tajamar, el dique más antiguo de Córdoba construido en 1659.
La estancia de Alta Gracia fue la madrina del Colegio Mayor en Córdoba. El virrey Santiago de Liniers habitó el área que fuera residencia de los jesuitas, salas en las que hoy se ha instalado un museo dedicado al funcionario público. El conjunto incluye una iglesia, el sector de residencias y el área del obraje, sede de los talleres de trabajo, el que quedó marginado del patio del claustro y el edificio central por una calle que actualmente los divide.
Muros curvos
Parte de la estancia también ha sido declarada Monumento Histórico Nacional y la iglesia presenta ciertas particularidades: "Es el único templo del país con muros curvos, y las ventanas de la cúpula rompen el casquete, en lugar de estar colocadas en el tambor, como es habitual", según reza un escrito de la Academia Nacional de Bellas Artes.
Los trabajos de los jesuitas en la estancia de Alta Gracia se habrían iniciado hacia 1646. Por último, la Casa de Caroya (MHN) se sitúa entre las localidades de Jesús María y Colonia Caroya. Fue la encargada de financiar al Colegio de Monserrat y tras la expulsión de la orden religiosa pasó a ser, hacia 1816, la primera fábrica de armas blancas del país.
Para completar la visita de los establecimientos productivos de los jesuitas se puede concurrir a la Posta de Sinsacate (MHN), parada del Camino Real a Potosí y que fuera una antigua posesión jesuítica complementaria de Jesús María, aunque se desarrollase en el lugar una actividad económica importante.
Posee una capillita sencilla con espadaña y varias salas destinadas a museo, con carruajes, morteros, faroles, pinturas, en una posta por la que pasaron Belgrano, Lavalle y lugar al que se condujeron los restos de Facundo Quiroga, inmediatamente después de ser asesinado en Barranca Yaco, a muy pocos kilómetros al norte de Sinsacate.
Los caminos para llegar a la tranquera
Guía: para aquellos que tienen como objetivo ir a algunos de los establecimientos les conviene reparar en las rutas, horarios y servicios de atención.
CORDOBA.- Para visitar las estancias de Santa Catalina, Jesús María, la Casa de Caroya y la Posta de Sinsacate, lo mejor es hacer base en la ciudad de Jesús María, 48 kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba. Jesús María es una ciudad que cuenta con buenos servicios tanto de alojamiento como de restaurantes.
A pocos kilómetros se halla Colonia Caroya, famosa por sus embutidos -jamón crudo, salame, queso y otros productos alimenticios de producción artesanal, como la grapa, los duraznos al licor, el vino tinto frambua, el vino patero, los pimientos y algunos productos dulces que pueden adquirirse en el mercado Puerto Caroya, sobre la ruta 9, camino a Córdoba.
La estancia de Jesús María se halla en la ruta que lleva a Barranca Yaco, al norte de la ciudad, pero en el borde del casco urbano, por lo que se puede concurrir en vehículo o incluso caminando desde el centro de Jesús María. La Posta de Sinsacate se sitúa en la misma ruta, pero a 4 kilómetros del centro. Es interesante observar la fisonomía de algunas fincas históricas situadas al costado de esta ruta, el antiguo Camino Real al Potosí y Lima. La Casa de Caroya está hacia el Sur, a 2 km del centro de Jesús María y a 400 metros de la carretera que conduce a Ascochinga.
La estancia de Santa Catalina tiene un acceso más complicado porque hay que tomar un camino lateral tanto vía Ascochinga como por un camino secundario que parte a 5 o 6 km de Jesús María en la ruta que lleva a Ascochinga. La Casa de Caroya puede visitarse de lunes a viernes, de 8 a 13 y 14 a 19. Los sábados y domingos está abierta de 14 a 19. La estancia de Jesús María (San Isidro Labrador) abre en los mismos horarios, pero cierra a las 12 y los fines de semana a las 18. La Posta de Sinsacate abre todos los días, de 14 a 18.
La estancia Santa Catalina tiene, por lo general, abierta al público nada más que las puertas de la iglesia. El horario es de lunes a viernes, de 9.30 a 13 y 15.30 a 18.30. Fuera del horario, puede darse la posibilidad de que el encargado abra las puertas (preguntar por él a cualquier poblador de Santa Catalina).
Para el grupo jesuítico de Alta Gracia, se puede estar alojado en la misma ciudad o en la capital provincial, a sólo 36 km de allí. Los horarios para entrar en la residencia son de martes a domingo, 9 a 12.30 y 15.30 a 18.30. Los miércoles, la entrada es gratuita. Para visitar lo que era el obraje hay que tener en cuenta que hoy funciona allí un colegio secundario, de 8 a 13 y 14 a 18.
Para ir a La Candelaria no existen tours que lleven hasta la estancia. Lo mejor es concurrir con vehículo particular partiendo desde Villa Carlos Paz por el camino a Los Gigantes, desviando al norte en Cuchilla Nevada y al llegar buscar al cuidador, porque las visitas al lugar no están organizadas a pesar de que la provincia administra el predio. Para ir a La Candelaria puede convenir alquilar un coche en lugar de ir en remise (éste cobra aproximadamente 80 pesos para ir y volver más el tiempo de espera), pero hay que tener en cuenta que el camino es ripiado y carece de servicios. Para ambas variantes, la Secretaría de Turismo de Villa Carlos Paz ofrece orientación.
Informes Para solicitar información dirigirse a la Casa de la Provincia de Córdoba. Personalmente, a la Av. Callao 332, Capital Federal; o por teléfono, al 372-8859.
Texto y fotos de Andrés Pérez Moreno