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El río Gualeguaychú, en una aventura apta para amateurs

Recorrido guiado de 42 km para entrometerse en un paisaje litoraleño calmo e inquietante y disfrutarlo durante dos días, con acampada en bancos de arena




GUALEGUAYCHÚ.- La propuesta, a priori, no invitaba a relamerse por la buena fortuna. Un recorrido de dos días por el río Gualeguaychú a bordo de un kayak, con acampada en los médanos silvestres, sin el confort de un bungalow, sonaba a batallita de cabotaje, lejos de esas proclamas de ficción hedonista que cada tanto azuzan a los cultores de este oficio.
Sin embargo, contra todo pronóstico, el tour por los estrechos márgenes de un cauce desconocido resultó una epopeya. Sobre todo, para un urbanita ajeno a los mandamientos del agua y para quien la ciudad es el ágora de las ciencias, la política y, sobre todo, de los primeros auxilios.
Como reclamo turístico, Gualeguaychú trae a colación los fastos del Carnaval. Una indagación más exhaustiva de sus singularidades remite a sus paisajes litoraleños y sus exuberantes flora y fauna. En cualquiera de los casos, uno puede advertir la difusión de la palabra yarará, preludiada por los atributos de su veneno.
Recién llegados al municipio, como para crear en torno de mí un halo de llaneza y accesibilidad, rechacé un mate de un funcionario de la Intendencia. "No -masculló-. Eso jamás se le hace a un entrerriano", espetó risueño y en el fondo resonaron mis culpas de porteño desagradecido.
Con todos los paraguas abiertos y los fantasmas a cuestas, el cronista emprendió la aventura junto a un par de colegas y los dos alma paters de Pura Vida Ecoaventura, Hermann Feldkamp y Juan Martín Rivas, alias Cucho, organizadores de esta expedición.
La cita fue hacia el mediodía en Plaza Papaya, Parque Unzué, a orillas del río Gualeguaychú. Desde ese punto de partida nos subimos a un Jeep con las embarcaciones remolcadas para comparecer en la intersección de la ruta 14 y el río.
Un atajo en el camino

Un atajo en el camino

Allí, por segunda vez en su vida -la primera fue un
toco y me voy
allá lejos y hace tiempo-, este cronista se subió a un kayak. Para colmo, individual, ya que el ejemplar con doble comando estaba destinado, por imperio de su labor, al fotógrafo y a uno de los anfitriones. Había que remarla, sin más, y previo curso de instrucción, encaramos río adentro.
"Lo importante es sentarte erguido, con la espalda derecha, así tu cuerpo equilibra el kayak", me aleccionó Feldkamp. "Los brazos estirados y que la cintura ayude al movimiento", agregó Cucho, además de otras consideraciones como relajar las paladas y, sobre todo, disfrutar del trámite. Si no, mala cosa.
Una vez en el agua, la perspectiva del periodismo catástrofe comienza a disuadirse. El río es manso, aunque tiene su punto picarón. Hay que estar atento para no embestir los yuyos de las orillas, que en algunos tramos se estrechan como un pasillo de casa chorizo.
Cuando uno logra amaestrar definitivamente el kayak y relajarse de los potenciales contratiempos, el río se transforma en una galería de naturaleza cruda. Un documental en vivo y en directo, entre tanto conventillo de prime time. Hay pájaros extravagantes y otros más discretos. Las garzas blancas y negras atraviesan una costa tapizada de mataojos, arbustos gigantes que se recuestan en la orilla. Ceibos en flor y enormes eucaliptos solapan la figura de cardenales y chingolos, entre el frondoso catálogo de especies.
Hay paredes que parecen revocadas por el clima. Torrentes que anuncian cascadas que no son tales. Sobre todo, palpita la ausencia de civilización.
A un par de horas de iniciado el trayecto se impone una parada en tierra para descansar los brazos y reponer fuerzas. Una picada de quesos y embutidos locales oficia de aperitivo. Las olivas y el pan casero completan un menú sustancioso que sirve de combustible para poder retomar el rumbo previsto.
Verdad de Perogrullo para lugareños, los cambios de luz son un atractivo aparte. Una paleta cromática que distorsiona las formas de lo familiar y promueve nuevas bandas sonoras al viajero, ya sumergido en el hechizo del paisaje.
Cuando acechan los últimos fulgores del día se avista con dificultades el destino de acampada. Puede ser tanto la playa de Normandía como un banco de arena de utilería.
Me siento acompañado por un cortejo de murciélagos, pero eso se puede adjudicar al astigmatismo. Justo cuando los brazos piden clemencia y la luz baja definitivamente el telón, desembarcamos en una cala pequeña, perdida en la intemperie.

Noche a la intemperie

Cucho, de 30 años, y Hermann, de 42, hace un lustro que pilotean Pura Vida Ecoaventura, y hace veinte que se adentraron en el río. Amén de organizar paseos en lanchas, cursos de navegación, avistamiento de aves, tienen pedigree de exploradores.
Como parte del colectivo El Agua Manda, en el invierno de 2011 navegaron en kayaks desde Diamantino, Brasil, hasta llegar al puerto de Buenos Aires, en un raid de mil kilómetros aguas arriba, en demanda de mayor respeto a los ríos, oponiéndose a obras de infraestructura que suponen consecuencias graves para sus entornos y su riqueza natural.
El guiso en plena preparación, perfumado por las brasas y el vino tinto

El guiso en plena preparación, perfumado por las brasas y el vino tinto

En su paso por el pantanal del Mato Grosso, el humedal más grande del mundo, se toparon con alimañas de todo pelaje y capearon unas cuantas inclemencias. Sin embargo, no asoma en su actitud esa pretendida moral superior que asumen ciertos aventureros frente a los bichos de ciudad.
En cuestión de minutos armaron dos carpas y juntaron ramas y leña suficiente para que arda Londres. Esta vez destinadas a una buena fogata, contraseña de todo campamento, como Dios manda.
El menú, para esta ocasión, ofrecía un guiso de verduras a base de papas, batatas, zanahorias, zapallo, cebollas, pimientos y ajo, todo perfumado por las brasas y el vino tinto. Un manjar para amenizar la tertulia con los compañeros de viaje, que atravesó temas como la situación política o los avatares de la Champions League. Hubo oportunidad de sacar el cuero, aunque no siempre coincidimos, a unos cuantos personajes de la vida pública. Derrotados, caímos redondos en las bolsas de dormir.
Por la mañana, frescos como lechugas, nos dilapidamos un desayuno a tono y emprendimos la etapa final. Aún quedaba un largo trecho para completar los 42 kilómetros previstos. Unos números de maratón, aunque asumibles por cualquier hijo de vecino.
Una aclaración pertinente: el cronista y el deporte mantienen una relación de amor no correspondido. Quise jugar en Argentinos Juniors, pero el talento sólo se me ofreció en grado de tentativa. Un último puesto en un torneo infantil de ajedrez como representante de Atlanta refrenda mi único antecedente como federado. En definitiva, si pude yo, puede la especie.
El clima nos bendijo y salimos al galope en busca del oro olímpico. Al rato bajamos un cambio, fieles a nuestra condición de amateurs. A diferencia del día anterior, cuando serpenteaba chúcaro y sinuoso, el río se presentaba esta vez ancho y profundo, aunque sin escatimar emociones.
Como en las películas de David Lynch, el paraje habitual se vuelve inquietante. Hay una vaca muerta en las orillas, de esas que un buen veterinario hubiera salvado cinco minutos antes. Hay cuervos y caranchos que otean su gran banquete. Hay retazos de construcciones que parecen cobijar manuscritos del Mar Muerto.
Justo cuando el calor y el cansancio aprietan, hacemos una parada técnica para ingerir unos tentempiés de atún, pan casero y frutas. Aún queda una distancia generosa.
A lo lejos se divisa un puente que anuncia el último tramo. El cemento arremete en el campo visual como una anomalía, luego de tanto atractivo bucólico. Cuando se atisba el final nos invade un regusto a misión cumplida. Pudimos llegar a la meta enteros y boyantes. Los peligros, conjurados. Ningún reptil invitado a la fiesta. La mística también está al alcance de los sedentarios.

Datos útiles

Qué hacer
  • Travesía por el río Gualeguaychú: los paseos duran dos días y se recorren 42 km, con acampada en los bancos de arena a la vera del río. Salidas: sábado y domingo desde Playa Papaya en el parque Unzué Chico, por el río Gualeguaychú, con curso previo de introducción al kayak.

    El costo total por persona es de 800 pesos, con todo incluido. Informes: www.puravidaecoaventura.com
Más información
  • Guías: el archipiélago cuenta con setenta sitios de visita terrestres y setenta y cinco marinos. Muchos deben ser visitados con guías naturalistas calificados por la Dirección del Parque Nacional Galápagos. Más información, por el 593 (0) 5 252 6189 o mortiz@dpng.gob.ec

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por Redacción OHLALÁ!


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