

LISBOA, (DPA).- Los lisboetas parecen vivir a ritmo de fado, de dulces cadencias y melancólicas evocaciones. Ajenos a los sobresaltos de la vida cotidiana, se toman su revancha personal diaria contra el stress, y por unos pocos escudos pueden saborear un paseo en eletricos (tranvías) de los años 40.
Por la céntrica rua Garret, frente al elegante café A Brasileira, las calles marcadas como arañazos por los rieles de los tranvías parecen invitar al curioso a montarse en estas Moby Dicks, que parecen tener clavado un arpón metálico en su lomo para nutrirlas de energía.
Antiguos y modernos
En Lisboa, con cerca de dos millones de habitantes, hay ya muchos tranvías modernos, articulados y velocísimos, que se pusieron en marcha a partir de la Expo Universal de 1998. Sin embargo, nada puede sustituir un elétrico de los años 40, con asientos de madera, mandos y manivelas sin digitalizar, y su estética armonía mecánica engrasada como una sinfonía de metales y sus crujidos internos propios de la antigüedad.
Ajenos a la velocidad de vértigo que imprime Internet, los tranvías se mueven a pocos baudios por segundo, nunca falla su conexión a la red, la eléctrica, y su sistema nunca se cae por problemas de Windows. Las únicas ventanas que se pueden caer son las del vagón, por el traqueteo constante.
No contaminan, por eso están considerados un transporte verde. Sin embargo, ya lo eran hace más de 40 años, cuando no existían las políticas ecológicas y veían tal vez pasar a Fernando Pessoa, vaca sagrada de las letras portuguesas contemporáneas, cerca del café Martinho da Arcada, uno de los símbolos representativos de la ciudad.
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