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El sol como una brújula

Por Josefina Robirosa Para La Nación




Los países que yo quería llegar a conocer no estaban en el mapa -en ese entonces, yo no sabía que antes de poder descubrirlos, debía limpiar mi mirada-. De todos modos, no hubo forma de eludir el mandato que se imponía con urgencia. Sus premisas ya venían planteadas, irremediables.
No sé quién determinó el tipo de viaje que voy a describir. Quizá lo elegí antes de nacer, como algunos dicen que se puede. Quizás el peso de un temor persistente, que no se dejaba ignorar, eligió por mí.
La visión de los kilómetros verticales que separan el piso de un avión en vuelo de la amada tierra, se negaba a abandonar mi imaginación. Con el tiempo pude vencer el temor, pero no soy persona de conformarse con zafar de algo, pues ese verbo no incluye el placer. Las agencias de turismo tampoco fueron mi fuerte, pues me sentía ajena a rutas trazadas sobre mapas desconocidos.

Viaje de aprendizaje

La historia fue, más bien, tropezar en huellas borradas, encontrando senderos en uno mismo, que alejaran las causas del sufrimiento ajeno y el propio. Transité sin remedio un camino de aprendizaje laberíntico y errático, como todos los caminos que no están trazados. Y siempre, el sol como una brújula, hacía el viaje a la intuición lejana, al punto cierto.
Por momentos parecería que la valija lleva piedras, pero otras veces, un changador invisible la toma por nosotros. Si uno está atento se da cuenta. El viaje de aprendizaje en el tiempo, más que en el espacio, nos incluye como sujetos de análisis y de cambio. Y después está la obra, el conjunto de mojones que da testimonio de la aventura.
No hace falta cambiar de lugar para encontrar el placer insustituible de incorporar saber, conocimiento, liviandad, poder. No el poder sobre los demás, sino el poder ser, el poder hacer.
No hay otro guía que uno mismo, por lo tanto no es un viaje para nada pasivo. Pero supongo que es el que corresponde a mi holgazanería. Confieso que mi único verdadero dilema es compatibilizar toda la actividad interior que describo, y el deseo de hacer la plancha como ocupación excluyente. Debo decir que las ocho o nueve horas de trabajo diario conviven armoniosamente con estas apetencias y quizás sean, en verdad, la mejor forma de ponerlas en práctica.
Mi homenaje y agradecimiento a quienes han sido faros en el día y en la noche.
La autora es pintora.

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