
El Triángulo Jesuítico, un legado de 400 años
A tiro de la capital, Santa Catalina, Colonia Caroya y Jesús María son tres estancias que mantienen viva la herencia de la Compañía de Jesús; visita en conjunto
18 de mayo de 2014

CÓRDOBA.- De Córdoba ciudad se podrían decir tantas cosas. Que es la capital con más peatonales del país (hasta ahora, cerca de 26). Que crece a ritmo frenético. Y que a pesar de los countries que florecen hacia el Noroeste, del boom inmobiliario que trepa por las sierras, de la soja que se come los bosques nativos (ahí nomás del núcleo urbano), de los nuevos museos y centros comerciales (los más flamantes son el Museo Palacio Dionisi y el Paseo del Buen Pastor, antigua cárcel de mujeres reconvertida en centro culturalrecreativo), el patrimonio religioso cordobés, el mayor de la Argentina, continúa intacto. No sólo impresiona la profusión de iglesias y basílicas (nueve en un radio de cuatro cuadras céntricas, por ejemplo), incluyendo la más antigua del país, la iglesia de la Compañía de Jesús, de 1640. También, un legado que ha calado hondo en la historia nacional (y acaso internacional, a la luz de la elección del papa Francisco): el legado jesuita.
Basta con alejarse unos kilómetros del circuito urbano, más allá de la Universidad, del Colegio Montserrat y de otros hitos educativos fundados por la Compañía de Jesús, para adentrarse en el corazón productivo de los jesuitas.
Porque para asegurar el sustento económico de dichos emprendimientos -la educación era de hecho uno de los dos pilares de la doctrina jesuítica; el segundo era la evangelización- se organizó y consolidó un sistema de estancias en el interior de la provincia, establecimientos rurales en los que los jesuitas llegaron a tener millares de animales, viñas, cereales, nogales e industria.
Una aclaración: cuando se habla de los jesuitas, uno se imagina a legiones de hombres de túnica negra levantando tremendo imperio (que abarcó a territorios de Paraguay, Bolivia, Brasil, Uruguay y la Argentina). Pues no. En Córdoba, capital de la llamada Provincia Jesuítica del Paraguay, eran apenas cuatro o cinco curas por estancia. Claro que en cada una había unos 400 esclavos africanos, porque fray Bartolomé de las Casas había determinado que los indios tenían alma -no así los negros- y, por ende, no podían ser utilizados como mano de obra esclava.
Las estancias de la provincia fueron seis, de las cuales quedan cinco en pie: Caroya (1616), Jesús María (1618), Santa Catalina (1622), Alta Gracia (1643) y La Candelaria (1678). La sexta, San Ignacio (1725), quedó reducida a escombros, por lo cual -a diferencia de las demás- no integra el Patrimonio de la Humanidad de Unesco (desde el año 2000). Desde Córdoba ciudad, tres son las más cercanas: Santa Catalina, Caroya y Jesús María, también conocidas como El Triángulo Jesuítico.
SANTA CATALINA
De todas las estancias, Santa Catalina fue la más importante de la orden fundada en el siglo XVI por San Ignacio de Loyola. Llegó a tener 100 mil hectáreas (hoy son 12) y 25 mil cabezas de mula que se vendían a las minas de Potosí. Fue adquirida en 1774 por Francisco Antonio Díaz, alcalde de la ciudad de Córdoba, y aún hoy está en manos de sus descendientes.
Más allá de su espectacular iglesia de frente barroco, sus patios llenos de flores, las puertas enanas (eran más estables), el Cristo de madera con las piernas hinchadas (se cree que el modelo sufría de gota y artritis) e incluso las famosas tejas musleras (por fabricarse sobre el muslo de las esclavas), el dato de las 450 familias repartiéndose las habitaciones del claustro fascina a los turistas, que lo quieren saber todo: dónde están los cuartos, cómo se hace para dar de comer a tanta gente, cómo funciona la organización, y así. Marcelo, cuidador y guía, cuenta de memoria que las familias se alternan el uso de las instalaciones a través de una suerte de consorcio, con presidente y todo.
También dice Marcelo que en los incendios de septiembre de 2013, el noviciado se salvó por un pelo de ser arrasado por el fuego. O que en esta Semana Santa, la primera con Francisco como papa, la estancia explotó de gente, con 2000 personas que la visitaron en tres días (el mismo Bergoglio había estado aquí en 2004).
En el cementerio contiguo al templo descansan, entre otros, los restos de Domenico Zípoli, notable músico italiano (fue compositor de las partituras de las misiones de Chiquitos en Bolivia), quien murió aparentemente de tuberculosis en Santa Catalina, a los 37 años.
COLONIA CAROYA
A 48 km de Córdoba ciudad, Colonia Caroya es la más antigua de las estancias (1616) y tal vez la más sencilla. Con una capilla de dimensiones modestas, pero simplemente preciosa (es de piedra y barro, con tirantes de algarrobo), un amplio patio central, restos del molino, de las acequias, lavaderos y perchel, fue adjudicada por la compañía para costear los gastos del Colegio Montserrat. También servía de residencia de vacaciones para los jóvenes alumnos (entre los que pasaron Juan José Paso, Nicolás Avellaneda y los hijos del virrey Liniers), por eso se ven bancos del colegio, incluso con las inscripciones de estudiantes tallados en la madera (grababan nombres y fechas).
La Casa de Caroya es conocida por dos razones: 1) fue la primera fábrica de armas blancas de nuestro país (funcionó como tal entre 1814 y 1816, durante las guerras de independencia nacional; por aquí se alojaron en aquella época San Martín y Belgrano), por lo que se exhiben ejemplares de guerra, sables y espadas, y 2) fue el primer techo que tuvieron los inmigrantes friulanos al bajar de los vagones de carga del Ferrocarril Central en 1878, y que fundarían la actual localidad de Colonia Caroya.
Dicen que cuando ya presentían que iban a ser expulsados de la región (lo que finalmente sucedió en 1767), los jesuitas les enseñaron a los esclavos a escaparse de los españoles escabulléndose entre las plantaciones de maíz que rodeaban la estancia. Porque los africanos preferían a todas luces estar a cargo de un jesuita que de un español, ya que éste era mucho más cruel y, además, separaba a los esclavos de sus familias.
Cabe aclarar que así como Santa Catalina está en manos de un consorcio privado, Caroya pertenece a la provincia (Jesús María a la Nación), y sus paredes exteriores piden a gritos mayor mantenimiento.
JESÚS MARÍA
Esta estancia (4 km al norte de la de Caroya, su nombre completo es Museo Jesuítico Nacional de Jesús María) se caracterizó por su producción vitivinícola, que llegó a alcanzar tal grado de calidad que su Lagrimilla fue el primer vino americano degustado en la mesa real de Felipe V de España.
Las construcciones destinadas a las habitaciones de indios y esclavos (las famosas rancherías), así como los campos de cultivo y pastoreo han desaparecido. Quedan la iglesia de fachada sobria y nave única abovedada, la bodega, el patio central, las amplias galerías, los arcos de medio punto.
En sus cuartos superiores existe uno de los museos de arte religioso más completos del país. Estolas de misa, crucifijos, relicarios o copones conviven con muebles de época; mates de plata, lámparas de aceite, libros antiguos, litografías o vajilla pintada a mano (además del Señor de la Paciencia, una escultura de cuerpo entero de madera tallada).
En otras vitrinas llama la atención los elementos de tortura con los cuales los monjes se autoflagelaban, instrumentos que abundan en pinchos y látigos.
También sorprenden las letrinas o los baños construidos en el interior mismo de las dependencias (algo impensado en esos tiempos), que funcionaban con un sistema de cloacas a través de acequias.
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