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El último destino del Concorde

En la isla caribeña de Barbados, se puede visitar uno de estos extraordinarios aviones, en tierra desde hace ya diez años




Para quienes fueron chicos en los 70, las fantasías infantiles sobre un futuro como piloto de avión estarán ligadas para siempre al mítico Concorde, el aparato supersónico que crearon los franceses y los ingleses a mediados de aquella década y que dejó de volar –afectado por exceso de costos, un gran accidente y el 11 de septiembre de 2001– hace exactamente una década, el 26 de noviembre de 2003.
Sólo dos aerolíneas pudieron pintarle sus colores: la francesa Air France y la británica British Airways, las únicas que mantuvieron el pedido de los nuevos aviones supersónicos para pasajeros a pesar de la crisis petrolera de 1973 y las polémicas por cuestiones ambientales que ya entonces inquietaban a varias aerolíneas.
El resultado fue un mito que empezó a operar en vuelos comerciales el 21 de enero de 1976, en las rutas Londres-Bahrein y París-Río de Janeiro. A fines del año siguiente comenzaron los vuelos de línea desde París y Londres rumbo al aeropuerto Kennedy, de Nueva York, que inicialmente había prohibido la llegada del Concorde por temor al impacto auditivo de los despegues supersónicos: entre la capital británica y Nueva York, el avión reducía a la mitad las siete horas de vuelo habituales de la época. A fines de los años 90, la Argentina recibió dos veces sendos vuelos charter del Concorde en el aeropuerto de Ushuaia, como parte de una vuelta sudamericana de Air France que incluyó la isla de Pascua, Cuba, Brasil y Perú, entre otros destinos. Por entonces nadie imaginaba que a mediados de 2000 un trágico accidente en París –el único letal que sufrió un Concorde– empezaría a escribir el final de la historia del avión, que concluyó definitivamente su trayectoria diez años atrás.

De Londres al Caribe

Además de conectar algunas grandes capitales del mundo, el Concorde tuvo durante años un curioso destino en el Caribe: la pequeña isla de Barbados, meta favorita y exclusiva de los ingleses en busca de sol y aguas cálidas. Hoy quedan pocos aparatos Concorde en el mundo –uno se exhibe en Nueva York, otro está en el Museo de la Aviación del aeropuerto de Washington-Dulles, otro queda en Alemania– y sin duda uno de los más interesantes para visitar es precisamente éste (identificado con la sigla G-BOAE (212) que realizaba el trayecto Londres-Bridgetown a 18.000 metros y en menos de cuatro horas. Alguna vez llevó a la reina Isabel II en su visita oficial a Barbados, ex colonia británica: hoy, es el protagonista único del Concorde Experience, cuidadosamente guardado en un hangar a escasa distancia del aeropuerto de Bridgetown.
La visita es todo un viaje en el tiempo, que empieza cuando los responsables de guiar a los pasajeros les entregan su tarjeta de a bordo, réplica de aquellas que recibían los privilegiados viajeros del Concorde. Una breve explicación en inglés pone tema sobre la historia de la aeronave y sus proezas técnicas, pero el solo hecho de estar sentados a centímetros del impresionante aparato invita a asombrarse con la elegancia de las líneas y el simbolismo que hoy –a diez años de estar en tierra– el Concorde sigue emanando todavía.
En el gran hangar, donde los visitantes pueden caminar libremente y sacar fotos, pero no filmar, está también la réplica de la sala de embarque y grandes fotos que muestran cómo eran los uniformes de los asistentes de vuelo. El plato fuerte de la visita comienza cuando se sube por la escalerilla del avión para recorrer el interior, que está intacto y donde es posible sentarse en las butacas como un viajero más.
Todo es elegante pero sencillo: el Concorde, incluso en sus últimos años de vuelo, estaba desprovisto de los sistemas de entretenimiento comunes en las primeras clases de otros aviones. Su gran apuesta era el tiempo. Y el precio, que lo convertía en un producto de lujo aunque por razones de economía de vuelo apenas si se podía viajar con un maletín o valija pequeña: por eso mismo, algunos viajaban en Concorde y mandaban a sus asistentes con el resto de los equipajes en un avión común.
También sorprende lo pequeñas que son las ventanillas, aquellas que permitían percibir –dada la extraordinaria altura del vuelo– la curvatura de la Tierra. El recorrido del interior de la nave –donde se colocó hasta la réplica de las bandejas de comida que se servían a bordo– termina en la cabina, con un sinfín de botones y botoncitos que marearía a cualquiera y que explica el riguroso entrenamiento que recibían los pilotos de este avión extraordinario. A fin de cuentas, "el Concorde ha dejado de volar. Viva el Concorde".

Algunos datos en el aire

  • -El Concorde F-BTSC de Air France que se estrelló cerca de París en el año 2000 había sido utilizado para la película Airport 79: The Concorde. El mismo aparato trasladó al papa Juan Pablo II en uno de sus viajes.
  • -El 12 y 13 de octubre de 1992, el Concorde conmemoró a su modo el quinto centenario del descubrimiento de América: el aparato F-BTSD de Air France dio la vuelta al mundo en un tiempo sin duda más corto que el de Cristóbal Colón (¡e incluso Phileas Fogg!), apenas 32 horas, 49 minutos y tres segundos. En 1995 el mismo avión dio otra vuelta al mundo en 31 horas, 27 minutos y 49 segundos, marcando un segundo récord que –como el primero– nunca fue igualado hasta ahora

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