Estuve en...
Por Lucía Bettendorff
En enero mi papá y yo decidimos ir a Sudáfrica. Elegimos este destino porque mis tíos y primas se fueron a vivir ahí hace unos dieciséis años, y hace mucho que no los veíamos. Mi familia está radicada en Knysna, que es una ciudad de la Provincia Occidental del Cabo, donde viven en una reserva encargada de preservar intacto el ecosistema. Nos alojamos allí los casi 20 días que estuvimos, excepto cuatro días que fuimos a Ciudad del Cabo donde mi prima mayor está estudiando.
Mi tía es muy buena anfitriona y nos mostró esta ciudad y todas sus atracciones detalladamente. Una vez instalados en la casa, lo primero que hicimos fue ir al Elephant Park, donde compartimos un momento rodeados de elefantes de edades diferentes, pudimos acariciarlos y hasta darles besos. Ahí fue cuando me di cuenta de que este viaje iba a ser algo especial. La cantidad de excursiones y formas de acercarse a los animales que te propone Knysna es única.
Fuimos a un safari de dos horas con un Jeep recorriendo un gran predio lleno de animales salvajes como leones, jirafas, cebras, cocodrilos, gacelas, rinocerontes y muchos otros. También fuimos a Monkeyland donde nos adentramos en un bosque lleno de monos de diferentes razas y hasta una tortuga gigante. Luego de pasar la mañana rodeados de estos graciosos animales fuimos a Birds Of Eden, un enorme domo lleno de toda clase de aves, desde patos hasta loros, pasando por flamencos y tucanes. Otro día fuimos a Featherbed, que es una reserva en la que hicimos una caminata de dos kilómetros que nos llevó a ver vistas preciosas de todo el lugar. Y por último fuimos a un predio donde hay aves enfermas o lastimadas que fueron rescatadas, y tuvimos en nuestras manos un búho y una lechuza.
Pero más allá de la inmensa cantidad de animales que vimos con mi papá, lo más increíble fue la amabilidad de la gente, siempre dispuesta a ayudarte y muy comprensiva con los turistas. Otra cosa para resaltar es la buena comida, creo que nunca comí tan bien en unas vacaciones como en Sudáfrica. Todos los restaurantes -por más que su apariencia no lo demuestre- tienen una comida increíble y una limpieza para destacar.
Algo que recomiendo a gente de mi edad y un poco más es una propuesta que me hizo mi tío, que fue hacer bungy jumping. Me tiré del salto más grande del mundo, que son 216 metros, en los que no sentís nada más que pura adrenalina, con ayuda de un equipo de gente increíble que conforma Face Adrenalin, la empresa encargada de realizar el salto. Una experiencia única que merece hacerse en caso de poder, porque admito que no es para cualquiera.
Dejando a un lado toda la flora y fauna del país, los últimos días del viaje nos dirigimos a Ciudad del Cabo, una inmensa ciudad llena de vida y con propuestas muy interesantes. Fuimos a Table Mountain: un teleférico enorme sube a lo alto de una montaña con vistas a la ciudad. Recorrimos shoppings y compramos regalos para toda la familia. En la gran ciudad me dediqué a pasar tiempo con mi prima y fuimos a un concierto en un botánico donde tocó Jimmy Nevis, un cantante con mucho talento que supo divertirnos y hacernos bailar. También conocí a muchos amigos de mi prima y recorrimos la ciudad de noche, yendo a bares y boliches, muy recomendable para vivir noches llenas de pool y música.
Este viaje no se trató sólo de recorrer turísticamente un lugar, sino de reencontrarnos con la familia. Más que nada lo digo por mi papá que se volvió a unir con su hermana y yo tuve la oportunidad de conocerlos a todos mucho mejor, ya que era muy chica cuando dejaron la Argentina. Fue muy emotivo el momento de volvernos, es probable que un nuevo reencuentro se haga esperar.
Sudáfrica, y más que nada Knysna, es un lugar lleno de alegría y tranquilidad, con gente muy amable y bien predispuesta. Es un destino al que vale la pena ir para los amantes de los animales que quieren ir a un lugar distinto y lleno de actividades. Es para cualquier edad; grandes y chicos tienen su lugar en esta maravillosa ciudad llena de animales y deportes extremos. ß
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