Deliciosa Provenza. Pocos le han sacado tanto el jugo (de uva, por supuesto) como Peter Mayle. El escritor británico ha convertido la región francesa en su fuente de inspiración, y también de ingresos. Autor de best sellers dedicados a los placeres gastronómicos y la buena vida en el lugar, el ex publicista de tierras londinenses es, sobre todo, un guía de lujo -a través de su obra- de esta inigualable zona francesa.
Una de sus novelas, Un buen año , tuvo destino cinematográfico. La película homónima, que se encuentra actualmente en cartel, es no sólo una simpática comedia romántica, sino también un muestrario audiovisual de la región y un incentivo inigualable para imaginar -o empezar a planear a la salida del cine- un viaje por la zona.
Dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Russell Crowe, la película presenta a Max Skinner, un despiadado hombre de negocios, en un viaje a Francia con el fin de vender una casona que acaba de heredar. Cautivado por el paisaje (y por una francesa), su retorno a la vida ciudadana se irá postergando.
El personaje alquila un auto en el aeropuerto de Marsella y comienza a recorrer caminos de la Provenza, a través de granjas amuralladas, viejos castillos y pintorescas villas encima de las colinas.
Lacoste es uno de esos pueblos. Allí vivió, entre 1771 y 1778, el marqués de Sade, en un castillo que fue comprado en 2000 por Pierre Cardin y que en la actualidad es sede de un festival artístico todos los veranos. Con calles empedradas y construcciones de los siglos XVII y XVIII, fue uno de los escenarios del film, al igual que Rousillon, cuyo mercado, según Mayle, es una parte esencial de la experiencia provenzal . Variedades de quesos, aceites, frutas y carnes se unen con las mejores mieles, entre la oferta de los comerciantes.
Tanto el escritor inglés como el director de Gladiador y Thelma & Louis tienen casas con viñedos en la región. La historia fue bosquejada entre ambos (se conocen hace 30 años) en un restaurante local, durante un almuerzo. "Ridley quería filmar allí por tratarse de un lugar hermoso, pero también para volver a su casa de descanso cada noche después del trabajo", afirmó el escritor.
La principal locación fue la Château le Canourgue, una casa del siglo XVII rodeada por 40 hectáreas de viñedo orgánico que, en la realidad, produce 200.000 botellas cada año. De las uvas se encargan el dueño del lugar, Jean Pierre Margan; su hija, Nathalie; su gato, Syrah, y sus perros, Merlot y Cabernet.
La casa sufrió unas pocas modificaciones para el film, como la inclusión de una piscina. No quedan muchas otras señales del rodaje. A lo sumo, cuentan, una planta de tomates que creció después de la escena en la que Max come, justamente, uno de esos frutos: hubo que repetir tantas veces la toma y la zona es tan fertil que, en el lugar, creció pronto un árbol, por la cantidad de semillas que cayeron al suelo.
En la ficción, la casa cuenta con un viñedo supuestamente inservible, pero que esconde los secretos de un vino garage o boutique : sin indicios de su procedencia, sin etiqueta ni historia conocida, se trata de un vino anónimo que por su sabor (y por el misterio) suele costar fortunas. Este tipo de vinos existe también en la realidad.
Max se queda en el lugar tras un encuentro con Fanny Chenal (Marion Cottilard), a la que casi atropella en la ruta D943, en dirección a Bonnieux. Claro que la película dará revancha a ese primer cruce desafortunado: pronto estarán cenando, a la luz de las velas, en el pueblo de Cucaron (no se menciona en el film, pero fue filmado allí). Será un encuentro a la luz de las velas en un restaurante al aire libre, ante imágenes de películas románticas proyectadas junto a una hermosa fuente.
Según los diarios de producción, cerca de allí, en Avignon, cada viernes durante el rodaje Russell Crowe tocaba con otros integrantes de su banda 30 Odd foot of Grunts. En este grupo de rock (con cinco discos editados), que se presenta cada vez que el actor tiene tiempo libre, el australiano es el guitarrista.
En Avignon, justamente, está la pequeña villa Gordes, donde se ubica el Café Renaissance. También sobre hermosas calles empedradas, allí trabaja Fanny, que al levantar su falda para mostrar un moretón (causado por el despiadado Max) altera la calma de turistas y lugareños. Sólo un poco, porque si algo sobra... es tranquilidad. "La gente que viene a la Provenza -agrega el escritor- es la que sabe disfrutar de los pequeños placeres cotidianos, como una rica mermelada o un buen café, siempre bajo el sol."
Por Martín Wain
De la Redacción de LA NACION
De la Redacción de LA NACION