Hace años que me interesa la historia de Pigüé, ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, fundada en 1884 por un grupo de inmigrantes franceses del departamento de Aveyron, encabezados por Clément Cabanettes. En este contingente de esforzadas familias se encontraba mi abuelo, niño para ese entonces.
Esta inquietud y la magia de Internet me pusieron en contacto con dos familias francesas interesadas en el tema, que me ayudaron con información a programar este viaje por la tierra de mis ancestros.
En compañía de mi esposa, Alicia, y un tío de sobrenombre Lolo partimos en julio del año último. Entrando a Francia por París, seguimos por el valle del Loire, Toulouse y Lourdes, hasta que finalmente nos adentramos de lleno en el Aveyron, departamento perteneciente a la Región Midi-Pyrénées.
Comenzamos por Saint Geniez d´Olt, ciudad natal de mi abuela materna y madre de Lolo, una deliciosa estructura urbana típica de la región agrícola medieval sobre las márgenes del río Lot, donde visitamos la casa donde ella nació y la iglesia donde fue bautizada.
Desde este pueblo, de la mano de Nadine y Louis, una de las familias citadas, recorrimos la región del Aubrac con sus características y tradiciones, conocimos el aligot -alimento típico a base de papa y queso fundido-, los cuchillos de Laguiole y numerosos bellos pueblos donde se respira aún el espíritu medieval.
Luego de tres exquisitos días en este paraíso serrano pasamos a Layssac, un poco más al Sur, en el corazón de l´Aveyron. Allí nos esperaban Eliane y Robert, la segunda de las familias citadas, que nos hicieron conocer esa parte de mi terruño ancestral, pero fundamentalmente nos contactaron con las raíces. En Camjac, pueblo cercano, nació mi abuelo Jules Charles Casimir. Su casa aún existe, y sus dueños nos recibieron y agasajaron como nunca hubiéramos imaginado.
Fruto de una hábil maniobra de Eliane y Robert, en uno de esos días nos llevaron a la Municipalidad de Camjac con el pretexto de mostrarnos las actas de nacimiento de los abuelos. Cuando llegamos nos esperaban unas 40 personas, hijos y nietos de lejanos parientes. Nos recibió el intendente, hubo discursos y referencias a aquella gesta del siglo XIX, y por supuesto las prometidas actas en sus respectivos libros originales. Fue una sorpresa mayúscula. De todos modos sobrevivimos al shock y con un francés disminuido por las emociones alcancé a agradecer tanto cariño dispensado. Para finalizar nos ofrecieron un vino de honor con postres regionales, abrazos y nuevos agradecimientos.
Nos conmovió el inmenso amor de este pueblo por la Argentina, muchas de cuyas familias, a causa de la miseria, se vieron obligadas a buscar nuevos horizontes. Sus corazones nunca se separaron y hoy los argentinos de Pigüé son aveyroneses en el sentimiento de esta gente. Ese cariño nos acompañó durante la estada y continúa a través de los contactos que mantenemos.