

Cierta cálida noche de verano en Chilecito, La Rioja, un gringo loco nos deslumbró, un buen torrontés de por medio, con la proyección de diapositivas de un paisaje sobrecogedor con mil formas y colores. Y con un nombre -para nosotros, casi impronunciable- que jamás habíamos escuchado: Ischigualasto, patronímico de un cacique huarpe. Pero ya le decían también Valle de la Luna (San Juan). En aquel entonces, antes del primer alunizaje del hombre, aquella vista era, en todo caso, como uno imaginaba la superficie de Selene a través de las ilustraciones de Julio Verne.
Medio año pasó mientras preparamos la primera expedición. Ibamos con Antonio Legarreta, el veterano fotógrafo de la revista Gente, y naturalmente con Marlú, mi compañera de siempre, y nuestra ovejera Pussi.
No había camino ni aun huella; simplemente, a cara de perro y a campo traviesa. El vehículo: ¿acaso un 4 x 4 turbodiesel con caja reductora, tracción inteligente, ABS y suspensión regulable? ¡Qué va! De la mano de Victorino Herrera, el probado baquiano, nos movíamos con un vetusto Citroën 2 CV, ideal para los ríos y arroyos secos. Nada de doble tracción, pero, ¡qué todo terreno era aquel inigualable patito feo !
Después de recorrer durante casi una semana la amplia hoyada para producir una serie de notas periodísticas destinadas a varios medios porteños, de regreso al caserío Los Baldecitos la familia Herrera quiso agasajarnos. ¿Qué mejor que obsequiarnos con unas empanadas hechas a mano y cocinadas a fuego de leña en el gran horno de barro?
Un cabrito tierno fue prontamente sacrificado. Y mientras permanecíamos cerca de nuestras carpas (donde preferíamos dormir por aquello de las vinchucas), observamos los aprestos. En tanto las hijas preparaban papitas, cebollas y la masa, doña Margarita en persona, sobre una tabla y con un enorme cuchillo, se encargó de picar la carne.
Al principio no podíamos creer lo que estábamos viendo: un verdadero enjambre de moscas negras sobrevolaba a distancia suicida la sabrosa picadura de lomito caprino. Y con cada bajada del cuchillón nos pareció que de la nube zumbadora desaparecía alguno de los audaces dípteros para terminar acribillado en el futuro relleno. Como los machetazos eran muchos, las moscas inmoladas debieron también ser numerosas.
No quisimos seguir mirando. Ni pensando. Pero cuando del horno comenzó a salir y a envolvernos un aroma seductor y nos percatamos que sería imposible rehusar tan cordial convite, hicimos de tripas corazón. Y cerrando los ojos por las dudas, comimos lo las empanadas más sabrosas que hayamos degustado.
Don Victorino de Jesús Herrera, tal su nombre completo, que había recorrido desde joven a pie y a caballo aquella vasta comarca, en la sobremesa desparramó ante nosotros una cornucopia de escenarios de ensueño. Contó de cierto paraje llamado Talampaya, que más tarde también exploramos, de Agua Escondida y de varios otros sitios que si no son valles lunares deben semejarse.
Pasaron 34 años desde entonces, porque fue en marzo de 1967. Algunos de los paisajes que nos describió don Victorino los hemos relevado; otros aguardan aún nuestra visita. Naturalmente, ahora sería con un moderno y poderoso 4 x 4. Pero empanadas tan ricas como aquellas, jamás.
El autor es periodista, escritor e investigador.
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
