

En algunas situaciones hay mucho para decir, pero no podemos decir nada. Sin ir más lejos, la expresión "me dejaste muda" o "sin palabras" existe para ilustrar episodios tan tensos, tan incómodos o tan ridículos en los que hablar está de más. A veces por falta de oportunidad, otras por sorpresa, otras porque nada puede aliviar esa situación, es mejor tener la boca cerrada.
Cuando descubren un secreto vergonzante de tu pasado
Mientras nadie sepa que fuiste socia del fan club de Locomía, que usabas las botas de Xuxa o que creíste en Papá Noel hasta los 17, está todo bien. Con el tiempo uno se amiga con sus miserias. Pero que alguien lo descubra y te pregunte es otra cosa; es la muerte.
Nunca me voy a olvidar cuando un ex novio encontró una foto mía, vestida con un overol colorado, participando en un show de Cris Morena. No me dijo nada. Sólo giró en cámara lenta y me miró a los ojos, desconcertado, pidiéndome una explicación. Quise decirle que era chica o que mis compañeros me habían presionado para que fuera, pero no me salió nada. Me quedé seca. Sólo me encogí de hombros, entre avergonzada y culpable. No había nada que decir: después de todo, una imagen valía más que mil palabras.
Cuando tu suegra te dice algo completamente fuera de lugar
Cuando mi cuñado se estaba por casar y trajo las invitaciones, mi suegra no tuvo mejor idea que preguntar si eran un boceto y decir que eran horribles. Todos nos quedamos helados y mi cuñada, que había elegido las tarjetas con tanto esmero, se fue a su cuarto a llorar.
Las chicanas de la suegra son un problema antiquísimo. Que el nene no está abrigado, que estás más gordita, que la casa está descuidada, que las plantas se te secan, que tu marido está muy flaco. Siempre hay algo que criticar.
Pero ¿cuál es el límite para morderse la lengua? ¿Cómo evitar un conflicto familiar, pero no dejar que te patoteen? Algunas personas dicen que es mejor que tu pareja actúe de intermediario. Pero seamos realistas; somos nosotras las que recibimos los balazos. Entonces ¿por qué debería ser él quien nos defienda?
Cuando te hacen un regalo espantoso
No me olvido más la vez que me regalaron una cartera repujada color anaranjada. Apenas abrí el paquete, mi cara quedó desencajada entre la vergüenza ajena y el shock. Me imaginaba caminando por la calle con la carterita y sentía que me quemaba el pecho. Pero al mismo tiempo, mi tía me miraba como si estuviéramos ante el David de Miguel Angel, esperando mi agradecimiento. Sinceramente hubiese querido disimular, pero sabía que mis elogios iban a tener una pátina de horror evidente y no me animé. Así que me quedé callada, encandilada por la cartera que con cada minuto se hacía más fea.
No hay nada más incómodo que abrir un regalo que no te gusta delante de todo el mundo. No por el regalo, que siempre puede encontrar otro destino, sino porque es difícil fingir placer y sorpresa a la vez. La única solución es abrir los paquetes cuando todos se fueron. Pero, claro, ¿quién le dice a la tía que lo vas abrir después?
Cuando te muestran un bebé muy feo
Dicen que todos los bebés son lindos y es cierto. Pero a veces, de cuando en cuando, nace uno muy feo. No puedo olvidarme el día en que Silvita, la prima de mi mamá, me mostró su bebé. Era el bebé más feo del mundo: tenía manchas, pelo en la nariz, estaba violeta y arrugado, y tenía las orejas como el doctor Spock de Stark Trek. Yo traté de balbucear algún cumplido, pero no me salió nada. Me quedé muda. ¿Qué iba a hacer? Ni siquiera podía decirle que era parecido a ella por miedo a que se ofendiera. Hoy, siete años después, sé que en ese momento tenía que mentir descaradamente; pensar en algo lindo y arrancar con halagos como una metralleta. En general, las madres están en un trance de amor filial y no se dan cuenta de la mentira. Y con suerte, a los dos años, cuando ya hable y camine, se vuelva gracioso y repunte. Y si no funciona, bueno, siempre puede ser inteligente.
Cuando tu cita se baja los pantalones y revela un órgano diminuto
Mi amiga Mariela había chateado durante seis meses con un abogado que se jactaba de ser el mejor amante del mundo. Y no sólo eso: decía que era capaz de tener sexo durante toda la noche sin una mínima señal de cansancio. Así que cuando se iban a encontrar, ella estaba tan nerviosa e insegura, que cubrió todos los frentes: fue a la cama solar y a la peluquería, se hizo los pies, se compró ropa interior sexy y nos volvió locas pidiendo consejos para no desentonar con el galán. Cuando se encontraron, directamente se fueron para un hotel. Y ahí, en el medio de forcejeos de ropa interior y besos apasionados, la verdad se hizo evidente: el señor era dueño de un inofensivo pitulín de enano. Tan inofensivo que mi amiga quedó en shock y ya no pudieron hacer nada, más que pagar el hotel y parar un taxi para volver a casa. De más está decir que nunca volvieron a verse.
Cuando tu mejor amiga te hace una confesión inesperada
Hace un año una amiga me llamó para avisarme que se casaba con un chico que había conocido dos semanas antes y no supe qué decirle. ¿Felicitarla? ¿Aconsejarle que espere? ¿Decirle que estaba loca? ¿Cómo explicarle que su decisión me parecía imprudente y ridícula cuando ella sentía que ese era el día más importante de su vida? Así que luego de un incómodo silencio, admití que no sabía qué decirle. Previsiblemente se ofendió y la relación entre nosotras se volvió tensa y acartonada. Pero a los seis meses, cuando se divorció, nuestra amistad volvió a la normalidad. Yo sé que se acordó de mi silencio. ¡Aunque ella tampoco haya dicho nada! Sin ir más lejos, ayer me dejó un mensaje avisando que tenía un notición. Yo no la pienso atender. Seguro que está embarazada, se va a vivir a la India o se hizo Hare Krisha y otra vez me quedo sin nada para decirle.
Por Carolina Aguirre
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