Camino a Aix-en-Provence pudimos ver a un costado de la A9 un cartel que indicaba Sète. Yo sabía que ahí había nacido y estaba sepultado Brassens. Georges Brassens, uno de los últimos trovadores, un poeta provenzal escapado de la Edad Media. Por pura casualidad, un par de meses antes habíamos visto una película de Chabrol: Bellamy , donde la figura de Brassens sobrevuela la trama y donde en los títulos aparecen imágenes de su tumba.
En ese mismo trayecto, unas horas antes, nos apartamos de la autopista y fuimos a visitar Portbou, en la frontera de España con Francia. Ahí estuvimos contemplando el mar azul y las casitas blancas de enfrente, justo desde el sitio donde Walter Benjamín se arrojó a las aguas cuando huía de los fascistas. Hay en el lugar, un memorial que lo recuerda, una escalera larga y negra que cae hasta el Mediterráneo, a unos pasos de un cementerio marino.
La semilla había caído en tierra fértil. Unos días después, de regreso de Francia estamos de nuevo frente al cartel que señala el desvío a Séte. Son 15 km hacia la costa del Mediterráneo. Entramos para conocer la ciudad y llegar también hasta la tumba de Brassens. Las averiguaciones previas que hicimos por Internet nos indicaron que existía en Sète un cementerio marino, considerado el más importante del mundo. Allá fuimos y, claro, era el cementerio marino del célebre poema de Paul Valery, quien había nacido en el lugar. Está en la punta del morro que domina la ciudad, a orillas del golfo de León, en un paisaje espléndido y sereno. Y fue entonces que buscando a Brassens encontramos la tumba de Valery, pero no la de él. No habíamos contado con que el cementerio marino no era el único de Séte.
Retomamos el camino que nos pareció era el de retorno a la autopista que nos llevaría a Barcelona. Y entonces sucedió que, en una encrucijada a la vera de la costa mediterránea, ya casi en las afueras, un cartel con una flecha señalaba: Museo Brassens - Tumba de Brassens. El lugar indicado era el cementerio Le Py, el de los pobres, como lo llaman, en contraposición al cementerio marino, cuyo único lujo es el paisaje. También es un lujo el que se ve desde Le Py, con el mar cercano y los árboles que dan sombra a los amigos que lo van a visitar, tal como quería Brassens en una canción. Del otro lado de la avenida está el museo; estaba cerrado.
Y mientras la brisa y el sol tibio de la mañana nos hacían mimos, desde la foto de la lápida, enfrente de donde estábamos parados, Georges Brassens, con la pipa en la boca nos sonreía, como él nos hace sonreír con los versos de su canción Súplica para ser enterrado en la playa de Sète cuando dice: "? justo al borde del mar a dos pasos de las olas azules,/ cavad si es posible un pequeño agujero blandito,/ un buen nicho pequeñito./ Cerca de mis amigos de la infancia, los delfines,/ a lo largo de esta playa donde la arena es tan fina,/ sobre la playa de la Corniche./?/ ustedes envidiarán un poco al eterno veraneante,/ que se pasea en pédalo sobre la playa, soñando/ que pasa su muerte en vacaciones?"
Raúl Abeillé