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En Casabindo esperan sacarle la vincha al toro

En el corazón de la Puna, a 3500 metros de altura, cada 15 de agosto, en el Día de la Asunción de la Virgen, el pueblo festeja con el tradicional Toreo de la Vincha




CASABINDO.– Hace frío en el camino a Casabindo. Es invierno y los pastos ralos que salpican la tierra árida están cubiertos con la escarcha de la noche que recién va terminando. Amanece de a poco, con un sol muy débil que apenas si asoma tras unos cerros que se ven lejanos. Como si lo empujara la luz naciente, Gregorio acelera la marcha de su vieja camioneta y levanta polvo en la ruta. Todavía le quedan unos veinte kilómetros hasta el pueblo y le ha prometido a la Mamacita llegar bien temprano. No puedo fallarle, se dice a sí mismo mientras se imagina ofreciéndole la vincha a la Virgen tras haberla arrebatado de los cuernos de un toro bravo.
Casabindo es un pequeño poblado jujeño de apenas 200 habitantes que se ubica en el corazón mismo de la Puna, a casi 3500 metros de altura sobre el nivel del mar. Allí, el 15 de agosto de cada año, se celebra la Fiesta de la Asunción de la Virgen, la santa patrona de estas geografías desoladas a la que la gente conoce simplemente como la Mamacita. Ese día, como si de un milagro se tratara, los 200 de Casabindo se transforman en varios miles que llegan de todas partes de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca y aun de más allá, creyentes que tienen la piel del color del barro y los ojos negros como una noche sin luna. Lo hacen a pie, a caballo, en bicicletas, motos, autos, micros o en viejas camionetas como la de Gregorio, un jujeño nacido en Tilcara que ha venido a Casabindo desde que era muy pequeño.
"Me traían mi madre y mi padre, que eran los dos muy devotos, y desde entonces no he faltado ni una vez a la fiesta de la Virgencita", dice Gregorio recién llegado al pueblo y justo antes de entrar a la iglesia de Casabindo, un hermoso templo de paredes blancas al que el fervor popular ha dado en llamar la catedral de la Puna.
A paso muy lento y respetuoso, Gregorio camina hasta el altar donde está la Virgen y murmura un par de oraciones con los brazos en alto y las rodillas apoyadas en el mármol de una breve escalinata. "Le he agradecido por mi salud y también le he pedido para que me ayude esta tarde con los toros", cuenta el jujeño mientras sale del templo y hace los veinte o treinta metros que separan la iglesia de la plaza Pedro Quipildor, un enorme espacio con piso de tierra al que lo rodean unos muros bajos de piedra y en el que tiene lugar el tradicional Toreo de la Vincha, un espectáculo que corona la celebración de la Virgen de la Asunción. Nacido en tiempos prehispánicos, el Toreo de la Vincha es un acto de devoción y osadía en el que los creyentes se lanzan a la plaza a enfrentar a los toros para intentar arrebatarles una vincha con monedas de plata que llevan atada a sus astas. Lo hacen de uno en uno, siguiendo turnos predeterminados, con la esperanza de conseguir el trofeo para después ofrendarlo a la Virgen de la Asunción. "Esto es cosa para valientes, porque hay muchos toros que son muy duros. Hay que moverse rápido en la arena y no tener miedo cuando el animal se te viene, para sacarle la vincha sin salir lastimado", explica Gregorio, que lleva varios años intentando sin suerte arrancar la vincha a los toros. "Esta tarde voy a probar otra vez. Y estoy seguro de que voy a poder", asegura con la esperanza intacta.

Las 14, la hora señalada

La tradición indica que el Toreo de la Vincha se inicia a las 14, casi con puntualidad inglesa. Sin embargo, la Fiesta de la Asunción comienza mucho antes, bien temprano en la mañana del 15 de agosto, cuando el obispo de Humahuaca oficia una misa a la que asisten varios cientos de fieles que apenas si encuentran lugar en la siempre repleta iglesia de Casabindo. La misa suele durar poco más de una hora y, luego de concluida, suenan campanas de júbilo y la imagen de la Santa Virgen es llevada fuera del templo, cargada sobre los hombros por una multitud que marcha en procesión por las calles estrechas del pueblo, orillando las casas de barro y elevando sonoras plegarias con la vista dirigida a los cielos. Al paso de la Virgen suenan trompetas que ensayan melodías religiosas y el ambiente se impregna del dulce aroma de los inciensos, mientras en la puerta de la iglesia comienzan a bailar los Samilantes, un grupo de devotos que llevan sombreros adornados con plumas de ñandú y se mueven al ritmo de las flautas.
Poco después del mediodía, luego de que la procesión haya recorrido todos los rincones de Casabindo, la gente comienza a subirse a los muros de piedra que rodean la plaza Quipildor para presenciar desde allí el Toreo de la Vincha. No hay lugar para todos sobre los cercos y muchos se hacen un sitio en un par de gradas que se levantan al costado de la plaza, y que le dan la espalda a un corral en el que esperan los toros que saldrán a la arena con la vincha atada a sus astas. Cerca del corral, alguien anota los nombre de la docena de valientes que enfrentarán esa tarde a los animales, gente común de sandalias gastadas y manos ásperas, vecinos de Casabindo o viajeros de pueblos cercanos o sitios distantes a los que a veces les tiemblan las piernas. "Ahora ya no hay excusas", dice Gregorio, intentando darse ánimo con el alcohol de un vino barato.
A las 14, el estruendo de una bomba da inicio al espectáculo y un locutor anuncia el nombre del primer osado que entrará a la plaza, un chico con el pelo azabache, de 20 años, que nunca ha enfrentado a un toro en su vida, pero al que le sobra coraje. El joven salta a la arena mientras por el otro lado ingresa el toro, pesado y negro. El público empieza a gritar, alienta al chico que agita un trapo rojo y desflecado para provocar al animal.
La embestida es fuerte, el torero cae de espalda y luego se levanta alzando los brazos, como para mostrarle a todos que aún está entero. Enseguida agita otra vez el trapo rojo y desflecado, pero el toro inclina la cabeza y decide irse por donde vino, otra vez rumbo a los corrales. Ya no habrá más embestidas aunque el público aplaude igual, al toro que se va y al chico de 20 años que ha caído sin haber logrado arrebatarle la vincha al animal. "Casi siempre los toros son bravos, pero hay veces que pueden no querer pelear o que son demasiado mansos. Es la suerte la que define lo que pasará. Y el torero sabe que con eso no se puede hacer nada", dice Gregorio, que entrará a la plaza en el octavo lugar y comienza a ponerse ansioso a la espera de su turno.
A las 15, el cuarto torero de la lista, un salteño llamado Ramón, le arranca la vincha a un toro de pelaje muy claro. La gente lo vitorea y un anciano lo abraza cuando sale de la plaza mientras grita con orgullo que es su hijo. Poco antes de las 17 le llega el tiempo a Gregorio, que sale a la plaza con su poncho marrón y una mueca fiera, casi desafiante. Al entrar, el toro le clava los ojos y ambos se miran por un instante muy breve, cinco o seis segundos, antes de que el animal apunte sus cuernos hacia el jujeño.
La corrida es corta y el golpe, certero. Sin embargo, Gregorio no cae, se aferra a los cuernos e intenta seguir en pie. El público aúlla, varios se paran sobre los muros y hasta hay algunos que tiran sus gorros al aire. Finalmente, el toro sacude la cabeza de forma frenética y el pobre Gregorio cae al suelo. No tiene la vincha en las manos, está algo dolorido, pero se pone otra vez de pie para insistir en lo suyo. El toro lo vuelve a mirar, vuelve a embestirlo y vuelve a tirarlo. Ya no habrá otra posibilidad para el jujeño de Tilcara.
Los cuatro que vienen después de Gregorio tampoco se quedan con la vincha. El sol se va muriendo y termina por desaparecer un par de minutos después de que el locutor les diga a todos que el Toreo de la Vincha ha llegado a su final. Como casi siempre sucede, nadie ha terminado herido, ni animales ni toreros.
El espectáculo no es cruento, nunca hay sangre y sólo en algunas ocasiones alguien acaba lastimado. Poco a poco, la gente deja su lugar sobre los muros, vacía las gradas y empieza a arrimarse a los fogones que se encienden para combatir el frío que ya a esa hora se hace sentir. La chicha se bebe de a sorbos largos como despedida de un día que se acaba inexorablemente, mientras una legión de autos, bicicletas, motos y micros se va alejando por la misma ruta por la que ha llegado a Casabindo. Con la pena aún a cuestas, Gregorio enciende el motor de su vieja camioneta y también comienza la retirada. En el camino a Tilcara, ya de noche, se jura que el año próximo volverá a probar suerte con los toros.

Datos útiles

Cómo llegar. Aerolíneas Argentinas tiene vuelos de Buenos Aires a San Salvador de Jujuy todos los días, con salida desde el Aeroparque Jorge Newbery. La duración es de dos horas para los servicios directos y algo más de tres horas con escala en Salta.
Casabindo está a 271 kilómetros de San Salvador de Jujuy y casi no cuenta con sitios para alojarse, más allá de un pequeño hospedaje y la amabilidad de la gente del lugar que pueda alquilar una cama por una noche. Por eso, lo mejor es encontrar alojamiento en algunos de los pueblos más cercanos, como Abra Pampa, Humahuaca, Tilcara o Purmamarca. La opción ideal es Abra Pampa, ya que desde allí hay sólo 55 kilómetros y varias frecuencias de transporte público que llevan directo a Casabindo.
Más información. www.turismo.jujuy.gov.ar
www.jujuy.gov.ar

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por Redacción OHLALÁ!


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