
En 1981 llegué por primera vez a Grecia, más precisamente a la incomparable isla de Creta. La visita surgió a propósito de un Festival de las Artes muy importante del cual tomamos parte Astor Piazzolla y yo. Fue un momento glorioso -del cual conservo mi única foto con Astor-, donde pudimos unirnos en el escenario como nunca había ocurrido antes. Junto a Manos Asjidakis, autor de la música de la famosa película Nunca en Domingo , conocimos Creta y toda Grecia, acompañados por la presencia de una generación de artistas como Mikis Teodorakis, Melina Mercuri, Irene Papas y María Faranduri.
Cuando llegó la noche en que iba a debutar en el anfiteatro de Creta, el horario de ensayo que me habían dado era a las 5 de la mañana, porque había que esperar que el espectáculo anterior al mío terminara, que los griegos se levantaran y se tranquilizaran... para que empezara mi puesta de sonido.
Allí tenía un chofer que me llevaba de aquí para allá, el que de pronto sacó de adentro del auto unos racimos de uva y unos higos frescos maravillosos que tenía en un cajoncito. Me los dio y me dijo que eran para mí, para que pasara el tiempo y cantara mejor. Pero, además, lo que ese hombre me dio fue su comida y, por sobre todas las cosas, su afecto. Y eso es lo que siente uno cuando viaja a Grecia.
Además de aquel Festival de las Artes y de tantas otras veces que volví a Grecia como turista, la isla de Creta dejó grabado en mí un recuerdo especial: el canto de las cigarras. Estas, que son miles de millones, y se reproducen en las copas de esos árboles tan parecidos a los de la Toscana, depositan ahí su vida, están mimetizadas en las hojas y entonan ese canto que no para nunca, como si fuera una gran conversación. Un día me pasó algo asombroso. Caminaba por la calle debajo de esos árboles conversando con alguien, y las cigarras cantaban, cantaban y cantaban. En un momento, me paré para expresar lo que estaba diciendo con las manos y todo el cuerpo, como hacemos los descendientes de italianos y, al unísono, las cigarras se callaron. Cuando me detuve y dejé de acompañar su canto con el movimiento de mi andar, para ellas fue como un toque de alarma. Entonces me dije: ¿Qué pasó acá? Al principio no lo podía entender, pero después, cuando caí en la cuenta de que toda esa masa coral se había callado con tal espontaneidad, sentí un verdadero llamado de atención. Y después volvieron a cantar. Entonces descubrí que los cantantes populares somos como las cigarras. Cuando ocurre un toque de alarma nos callamos pero igual que ellas, sólo el tiempo suficiente para preparar el próximo canto.
La autora es cantante.
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