
Nos gustó el nombre Benjamín porque, entre otras cosas, no era taaaan común.
Tampoco es que seamos la originalidad en persona, pero bueno, nos pareció que no era un nombre que estuviera a la altura de un Teo o un Luca...
La cuestión es que hará cosa de dos o tres semanas vino un muchacho, un conocido nuestro, a contarnos que su hijo por venir se llamaría también Benjamín y a mí la noticia me cayó horrible. O sea, está claro que una no tiene la propiedad sobre el nombre, pero habiendo tantos, macho, le venís a poner el que te conté que le pondría yo al mío...malísimo...qué ganas, eh.
Lo curioso del asunto es que después, hará cosa de dos días, apareció una amiga a contarme que la esposa de su papá estaba embarazada y que, de ser varón, el niño se llamaría...se llamaría...adivinen cómo? Sí! Benjamín. Y aquí está el punto: me gustó la noticia; me alegró.
La diferencia, supongo, tendrá que ver con que a esta amiga la quiero y al otro fulano no lo banco.
Creo que por la misma razón nos gustan o no nos gustan ciertos nombres...
Por ejemplo, al hombre de esta casa le gustaba Horacio. Pero Horacio se llamaba en mi primaria (en la primaria!) el pibe yo que menos soportaba, así que ni modo.
Y así nos pasó (mutuamente) con varios nombres.
Conclusión: hay personas cuyas meras existencias te limitan tus posibilidades electivas.
SEGUIR LEYENDO


Lanzamos Wellmess, el primer juego de cartas de OHLALÁ!: conocé cómo jugarlo
por Redacción OHLALÁ!

Gala del Met: los 15 looks más impactantes de la historia
por Romina Salusso

Kaizen: el método japonés que te ayuda a conseguir lo que te propongas
por Mariana Copland

Deco: una diseñadora nos cuenta cómo remodeló su casa de Manzanares
por Soledad Avaca Cuenca
