
CRIEFF.- Andrew Mac Grant tiene un muy buen día, por eso no para de contar historias. Cuando están felices, todos en las Highlands cuentan historias. Ahora, mientras sigue narrando recuerdos con su vozarrón, mide frente al espejo su kilt(pollera de tartán) verde, con su saco rojo impecable y su bonnet (boina). Se arregla los bigotes rubios, y antes de volver a afinar la gaita, con la que en un rato competirá en la fiesta de Crieff, saca un libro polvoriento de la biblioteca y lee un párrafo que pretende describir a los habitantes de las Highlands.
Salvajes e indómitos, toscos e independientes, dados a la rapiña y a la vida fácil; de talante dócil y amistoso, bien parecidos pero desastrados. Incluso, hostiles hacia los ingleses y su idioma, aparte de crueles...
La risa desordenada obliga a interrumpir esta reseña que, a oídos de Andrew Mac Grant, suena más simpática que ofensiva. Para él, un hombre de las Highlands, el listado de calificativos, escritos e impresos en las industrializadas Lowlands (Tierras Bajas), encaja a la perfección con él mismo y los suyos.
Un sonido en las colinas
Ellos, que nacieron al noroeste de la bahía de Forth, a la vera de los montes Grampianos, descienden de campesinos y agricultores y llevan en la sangre su historia galesa. Los que como Andrew Mac Grant aman el sonido de sus pipes (gaitas), el sabor genuino del whisky y el viento que, de manera invisible, recorre sus tierras.
Afuera, la vida en el pequeño poblado transcurre con mucho más movimiento que el común, el de los domingos. Es que a partir de las 10.30, al aire libre del Market Park de Crieff, se realizará un encuentro más de la edición anual de los Highland Games.
Por suerte, esta brillante mañana le tocó a Crieff. La próxima será para el vecino poblado de Pitlochry; la otra, quizá, la sede sea Cowall o tal vez la ciudad de Braemar. Pero lo que si es seguro que durante más de 100 domingos al año hay Highlands Games en alguna localidad de las tierras altas.
Días para celebrar
Con las colinas ondulantes de telón de fondo, los habitantes de este pequeño núcleo urbano del centro de Escocia irán gustosos a uno de los encuentros más saludables y auténticos que tienen las Highlands. Hoy Crieff tiene una jornada de fiesta y, por supuesto, también Andrew Mac Grant.
Una niña rubia, de ojos transparentes como gotas de mar y cabello lacio derramado como miel, espera su turno para subir a la tarima. Pequeña competidora de no más de 5 años, de tez clara salpicada con pecas, blusa blanca y chaleco de terciopelo, sufre un nerviosismo cuando mencionan el número que lleva colocado en su pollera a cuadros rosa.
Frente al jurado, saludará solemne con un leve movimiento hacia adelante, esperando que el gaitero haga sonar su instrumento para poder demostrar cuán bien baila el fling. Durante dos minutos, saltará cruzando de una u otra manera sus piernas, con los bracitos levantados, simbolizando un cortejo a la ornamenta de los ciervos.
Ajenos a tanta delicadeza, en el centro de la pista, dos asistentes colocan un tronco de seis metros de altura y 57 kilogramos, sobre las manos ahuecadas de un participante que lo sostiene con su hombro. Se concentra, empieza a caminar, luego a correr y, junto con un bramido, lo despide, intentando que gire 180 grados y que caiga hacia adelante.
Pruebas de ingenio y fuerza
Ni más ni menos debían hacer los antiguos habitantes de las Highlands con la madera tallada para que el río la lleve flotando hasta el aserradero sin quedar atrapada en la orilla: girar 180 grados y caer siempre hacia adelante.
Todo en esta gran reunión encuentra el porqué en el pasado. Todo está ligado a las tradiciones, desde echar por los aires troncos o martillos hasta estirar una soga con ocho hombres de cada lado, pasando por las danzas y, por supuesto, por la incesante melodía de las gaitas.
Esas que animan a las pequeñas bailarinas sobre la tarima, las que compiten tocando marchas, las que brotan de la orquesta en la pista, y las de cientos de gaiteros que practican una y otra vez la armonía que van a presentar.
Como inconscientes de la mezcla de sonidos, algunos espectadores beben cerveza en vasos de medio litro, otros alientan o toman fotos y, casi todos los demás simplemente se mecen bajo el sol, felices de estar en esta ceremonia que les pertenece.
Una comunión que se traslada a través de las colinas de estas bellísimas Tierras Altas, que llega a cada villa y reúne a sus habitantes, siempre apegados a las tradiciones: la música, los bailes típicos y los atuendos tan particulares de esta zona de Escocia.
Datos útiles
Cómo llegar
- El pasaje en ómnibus desde Edimburgo hasta Pitlochry cuesta 50 dólares.
Alojamiento
- El precio de los hoteles en Pitlochry es de aproximadamente 100 dólares.
- También existen los bed & breakfast, que suelen ser casas de familia, por alrededor de 30.
- Uno de los hoteles más genuinos del lugar es el Birchwood Hotel, East Moulin Road 2, un pequeño palacio del siglo pasado. La habitación doble cuesta 140 la noche.
Teatro
- Las entradas para las obras de teatro valen 25.
Recomendaciones
- Debido a que las casas de comida cierran a las 22 y que las distancias son bastante grandes, se recomienda disponer de un automóvil para recorrer los alrededores y encontrar donde comer a tiempo.
Más información
- La Oficina de Turismo de Pitlochry está en Atholl Road.
Desde arriba
En la oficina de turismo de cualquier pueblo de las Highlands se puede conseguir el itinerario con las fechas de los Highlands Games.
La entrada generalmente es gratuita. Pueden tomarse fotografías y filmar sin problemas.
Para los escoceses es importante que un extranjero se acerque a firmar el libro de bienvenida.
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