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 • HISTORICO

En las tardes del Malecón, La Habana es pura poesía

Las ventanas del casco viejo están abiertas de par en par y dejan ver la intimidad de una ciudad que tiene alma de artista




LA HABANA.- Era de noche. La brisa mansa llegaba desde el mar y cubría el Malecón.
Se volaron las cortinas. La abuela abrió aún más las ventanas y el aroma de los frijoles negros llegó hasta la vereda. Olía bien, como huelen los guisos cuando se cocinan en casa. Aquella tarde, mientras su nieto jugaba con canicas en el cordón de la calle Franco -entre Sitios y Reina, Centro Habana-, ella había dispuesto todo para comenzar el ritual de la comida: moros y cristianos, patacones fritos y algo de pescado. Sentada frente a la telenovela, desplegó un papel madera sobre la mesa: eran los granos de arroz.
Sin sacar los ojos de la pantalla, separaba los granos malos de los buenos. Una vez que hubo acabado, tomó otro cartucho de papel marrón. Volvió a desplegarlo sobre la mesa y repitió, uno a uno, los movimientos de aquella operación: los ojos en la pantalla, los dedos ligerísimos que volaban del mantel a los frijoles y de los frijoles al papel. Luego tomó un plátano, lo peló y lo cortó en rodajas gruesas.
Para ese entonces, ya la tarde había pasado. La última sombra caía justo en el rincón de la casa donde está el altar con el vaso de ron y la candela encendida para la Virgencita Negra de la Caridad de los Cobres, patrona de la isla.
El agua había roto a hervir. La abuela echó los frijoles por un lado y, luego, el arroz por el otro. Aparte preparó el poco aceite que le quedaba para freír el pescado, después, los patacones. El niño ya había vuelto a la casa, luego de su juego de canicas.
La escena se repetía detrás de cada ventana. El aroma del arroz y del pescado bajaba de todos los balcones y se colaba por todas las calles de La Habana. La vida de la ciudad está signada por las ventanas. Ventanas como ojos enormes, mirándolo todo.
La Habana tiene el alma abierta de par en par. La Habana se muestra, intensa, como es intenso el contraste de la ropa blanca secándose al sol, colgada de los balcones grises y descascarados de la Ciudad Vieja. La Habana es un contrapunto de quimeras y realidades.

Poesía, óleo y canción

Para conocer el alma de La Habana hay que tomar como referencia la avenida del Malecón, que la recorre de punta a punta y es un acceso seguro a cualquiera de sus barrios: Vedado, el sector más aristocrático; Centro Habana, donde vive la mayoría, y Habana Vieja, el casco histórico, donde están las calles, los balcones y los paladares que se ven en las películas. Los paladares son los pequeños restaurantes a cargo de una familia, donde apenas hay dos o tres mesitas y, por muy pocas monedas, se come como en casa.
Vale la pena tomar la calle Oficios un domingo por la mañana, y llegar hasta la feria de artesanos para encontrar, entre los cuadros que pintan y venden los estudiantes de Bellas Artes, algún óleo de mujer con sombrero, que haga honor al viejo Chagall, como canta el trovador que contó azul al unicornio. A pocos pasos de la feria está La Bodeguita del Medio, el bar donde Hemingway se reunía con Carpentier para apurar un mojito, y convocar pasiones y palabras.
Cerca, La Plaza de Armas y el Paseo de los Libreros: una calle de adoquines con bibliotecas improvisadas repletas de ejemplares empolvados, raídos, amarillentos, de los cuentos de Carpentier, la obra de Martí y de Guillén. Sucede que la palabra está viva en La Habana. Las palabras habitan los libros, las ferias, las canciones. Rondan el alma y la mente de la gente, pero las bocas no.
En La Habana todos dicen, pero no dicen todo. La Habana es ecléctica, intensa y contrastante como la ropa blanca, la ropa negra secándose al sol, en los balcones. Como si fuese una mujer, La Habana no tiene el alma simple: lleva en la sangre el sueño de los Quijotes y el pragmatismo de los fusiles.
Cuando se hace de noche, hay que estar en el malecón, darse a la charla amable de los habaneros y compartir con ellos algo de ron. Luego, vale la pena tomar un coche hasta la Casa de la Música, sobre la calle 20, reparto Miramar.
Allí se dan cita los mejores grupos de la trova cubana. Hay que estar y ser parte de ese ritual que se celebra cada jueves, cuando un montón de voces negras, violines y contrabajos desgranan acordes y hacen temblar el alma a golpe de chéquere, palmas y tumbadoras: "Alza las manos, límpiate los males, bótalos pa´ atrás... Sacúdete, sacúdete". Repiten desde el escenario mientras todo el mundo baila e invoca con el cántico la protección de Yemanjá, diosa afrocubana, protectora del mar.

Frijoles y pescado

Para conocerla aún mejor, hay que pasar por Centro Habana, donde las ventanas abiertas delatan la intimidad de las casas. Hay que ir al mercado popular a comprar una medida de frijoles y el pescado.
Hay que subirse a una guagua o un camello -el transporte popular- o compartir el viaje en coche con algún habanero cansado de aguardar durante 20 minutos el camello que lo lleva a casa, en Centro Habana, donde el olor de los frijoles, seguro ya llegó hasta la vereda; donde las puertas de madera vieja permanecen abiertas para que se asome la noche cargadita de ese aroma bueno que trae la brisa desde el mar; donde las ventanas quedan abiertas y delatan la intimidad del alma de La Habana.

Datos útiles

Cómo llegar: el aéreo desde Buenos Aires hasta La Habana, con tasas e impuestos, cuesta alrededor de 1150 dólares.
Alojamiento: la habitación doble en un hotel cinco estrellas en La Habana cuesta entre 112 y 130 dólares. En uno cuatro estrellas, alrededor de 77 dólares.
Visas: el trámite se realiza en la embajada de Cuba, Virrey del Pino 1810; 4782-9089. Cuesta 18 pesos y se hace en el día.
Más información: Oficina de Turismo de Cuba, Marcelo T. de Alvear 928, piso 4°; 4326-7995/ 7810.
En Internet:
  • http://www.cubaporsiempre.com.ar
Soledad Pita Romero

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