
GRAN ROQUE, Venezuela.- Sentado en una reposera en la playa, pipa en mano y la vista perdida en el vasto océano, Guido toma otro trago de ron y declara: "Si no has venido a Los Roques, no has visto nada del Caribe".
Guido es uno de los tantos extranjeros que en algún momento llegó a este rincón del mundo y ya no pudo irse. Con un temperamento formado por la jovialidad que le dio su Italia natal y el espíritu chévere que adoptó en su nueva casa, hoy administra magistralmente una posada donde cocina para sus huéspedes el plato que lo ha hecho famoso: los ravioli tropicali .
Los Roques es un archipiélago formado por unas 350 islas, islotes, cayos y arrecifes, 150 km al norte de Caracas y 280 al oeste de la isla Margarita.
La isla más grande, y la única habitada, se llama Gran Roque y es un conjunto de no más de doscientas casas de una sola planta pintadas de tonos pastel. Como el lugar es parque nacional -y uno de los sitios que los venezolanos más se preocupan en preservar- no está permitido construir nuevas viviendas ni alterar las fachadas de las casas ya existentes, que deben mantener el estilo arquitectónico de la costa oriental venezolana. De esta manera, se conservan el aspecto antiguo y ese ánimo tan exclusivo que convierten al archipiélago en un paraje destacado del Caribe.
Todas las calles de Gran Roque son de arena, por lo que las ojotas están consideradas calzado de lujo. No hay en el pueblo automóviles ni motocicletas, ni nada que genere ruido o polución. Tampoco hay distancias que justifiquen la existencia de medios de locomoción.
La mayoría de las posadas de la isla es casa de familia que han convertido sus viviendas en hospedajes, donde el huésped comparte con los dueños de casa los baños, la mesa del desayuno y las charlas de la tarde.
Mar adentro
Todos los días parten excursiones que van a recorrer las islas cercanas. Algunas se hacen en las mismas lanchas que los pescadores utilizan para sus faenas y otras, en yates y catamaranes que pertenecen a empresas de turismo organizadas.
Tanto unas como otros se dirigen a los mismos sitios: Francisquí, cayo Francés y cayo Agua, donde enormes arrecifes de coral albergan una gran variedad de especies submarinas como el pez mariposa, el pez loro y el curioso pez estrella emplumado.
Es tan blanca y fresca la arena de estas islas, tan agradable la temperatura del mar y tan amplia la gama de azules del agua que uno cae inevitablemente en el triste lugar común de comparar Los Roques con el paraíso.
Cuando comienza a declinar el día vuelven los pescadores con las redes cargadas de peces y camarones. Bandadas de gaviotas y pelícanos merodean las embarcaciones en procura de alguna recompensa y la tarde se puebla con el canto de las aves marinas.
El sol se despide lentamente, regala unos ocres antes de que lleguen los azules y los negros. La pantalla gigante de la noche exhibe dos clásicos en continuado: Tormenta eléctrica sobre Los Roques y La luna llena aparece sobre el mar .
Los eternos espectadores van llegando de a poco y escogen un asiento; algunos prenden un cigarrillo y la función comienza sin demoras.
No se oye otro sonido que el de las gotas cayendo sobre el agua. Una hilera de antorchas señala el camino de regreso a casa.
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