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En Milán, la catedral de la moda, no se da puntada sin hilo

Más de una vez, sus monumentos sirven de excusa para curiosear por las vidrieras




MILAN (El País, de Madrid).- Primer consejo milanés: conviene no equivocarse de estación. Hay que tener en cuenta que, durante el largo invierno lombardo, Milán es una ciudad alemana, incluso muy alemana, replegada sobre sí misma, envuelta en nieblas, rigurosa y masivamente vestida de negro Armani y que circula con prisas centroeuropeas en medio de una flota de estupendos tranvías amarillos de principios de siglo.
El invierno milanés no es una categoría meteorológica, sino un estado de espíritu, y más precisamente, el estado de espíritu de su muy rica burguesía ilustrada, que durante medio año se dedica al viejo placer de discutir en sus salones privados de conciertos, óperas, novelas, pinturas, teatro y otros ocios decimonónicos de inequívoca prosodia alemana, mientras que los domingos, después de comulgar con un brunch plagiado de Nueva York, acude cabizbaja y encabronada a pecar al San Siro con el Inter o el Milan del cuore , sin que por el momento haya fundamentos para distinguir una frustración futbolera de la otra.
De repente, un impreciso día de febrero o marzo, la austera, elegante e industrial ciudad alemana se transforma en bulliciosa ciudad italiana.
Las calles se llenan de gente no disfrazada de negro Armani, las sobrias aceras centroeuropeas se convierten en terrazas meridionales, los decibeles callejeros aumentan y un intenso olor a pizza barata y a consumo caro lo invade todo. Nadie sabe cómo ocurre esta asombrosa mutación, pero ocurre todos los años.
Y siempre es el mismo proceso: cuando la ciudad empieza a ser ocupada por las chicas largas, con su álbum de fotos en bandolera, agarradas a una botella de agua mineral sin gas y en dirección al casting de las agencias de modelos, entonces es primavera en Milán.
En otras ciudades son las golondrinas, los mosquitos, el polen o los almendros en flor, pero en Milán el radical cambio de estación lo señala la llegada en tropa de esa ya célebre raza de larguiruchas anoréxicas, generalmente hijas del Este, dispuestas a todo con tal de recorrer un día esos cincuenta metros de ida y vuelta de las pasarelas prt-ˆ-porter de la próxima temporada.

Escala provinciana

Segundo consejo viajero: Milán es una gran metrópoli, sí, pero muy pequeña, seguramente la más pequeña de las metrópolis del globo, y precisamente en este defecto demográfico reside su originalidad y atractivo. Milán tiene una escala muy provinciana, no llega al par de millones, pero como se ha especializado en las industrias del lujo metropolitano ostenta récords europeos de mayor renta per cápita, menor desempleo y máximo desarrollo regional en economías old y new, pues entonces, cuando se italianiza luego de la llegada de las golondrinas del casting, el lujo y la calidad de vida se convierten en su principal atractivo turístico.
Por eso conviene visitar Milán cuando organiza sus célebres eventos chics de rango metropolitano. Las pasarelas de la moda, en febrero y octubre; los salones del mueble y el diseño, en abril; las ferias de arte moderno, en mayo; los mercados del cine y la tele, en octubre; las vanguardias de las nuevas tecnologías, hacia el otoño; las temporadas de ópera y conciertos de la Scala y los estrenos del Piccolo Teatro, en primavera: todo eso que ya tiene fama global.
El verdadero interés turístico de Milán empieza cuando todo son inconvenientes turísticos: cuando se colapsa la circulación, no hay taxis ni manera de estacionar, es imposible cenar en los restaurantes y todos los hoteles están a tope sencillamente porque la ciudad está invadida de top models, diseñadores, tenores, estilistas, arquitectos, directores de orquesta, estrellas de Hollywood, escenógrafos, artistas del ciberground y otras farándulas de mucho impacto visual por las aceras.
Tercer consejo: a Milán hay que llegar en la estación italiana, en plena congestión por culpa de sus desfiles, ferias, estrenos y salones, pero, sobre todo, hay que llegar con ánimo de consumo y la tarjeta de crédito en los dientes. A Milán, dejémonos de coartadas, no se viene a ver monumentos, sino a comprar y, encima, a precios disparatados. Les presento la primera ciudad del planeta que ha logrado hacer del shopping su principal atractivo turístico. Las masas que desembarcan todos los fines de semana en los aeropuertos milaneses de Malpensa y Linate lo tienen muy claro: habrá que hacerse una foto más o menos digital delante del Duomo, en la plaza de la Scala, en la Galleria Vittorio Emmanuele II, haciendo cola para visitar La última cena, de Leonardo, paseando por las callejuelas de Brera, junto al castillo Sforzesco y, como mucho, al pie de la basílica de San Ambrosio, el santo patrón. Y todo está a un paso.
Pero lo verdaderamente importante son esos otros monumentos universalmente famosos que nunca constan como tales en los folletos serios, pero que son el motor del turismo milanés. Las verdaderas catedrales de Milán, las que todas las semanas atraen a masas de peregrinos euroj-aponeses, son las tiendas de Prada, los espacios Armani, los negocios de Valentino y Gianfranco Ferré; los escaparates de Missoni, Fendi, Moschino, Tod´s o Krizia; los showrooms de Versace, Gucci y Alessi; las increíbles vitrinas kitsch, de Dolce&Gabanna.

El más caro de Europa

En el triángulo peatonal, aproximadamente formado por las calles de la Spiga, Montenapoleone y Sant´ Andrea, también llamado Triángulo de Oro porque sólo se puede salir vivo de allí si se tiene mucho dinero, además de ser el metro cuadrado más caro de Eurolandia, se concentra el mayor número de negocios lujosos del planeta.
Como entre los negociantes del lujo milanés la competencia es feroz y no se pueden permitir el menor fallo en su ciudad si quieren seguir conquistando los mercados globales (la primera exportación del país son las industrias del made in Italy milanés), pues entonces sus prohibitivas vitrinas se convierten en las más informadas pantallas de la modernidad.
Basta darse una vuelta por el Triángulo de Oro y alrededores, sumando los escaparates de la moda con los de diseño, joyería, muebles y accesorios, sin desdeñar sus también fastuosas librerías, para salir de Milán convencidos de que la próxima temporada, por ejemplo, será pop (neopop) y que, como reacción, la vanguardia ya se titula avantpop; que el minimalismo a pesar de lo que por afuera se comenta, tiene cuerda para r ato, que no es cierto que los famosos bobos, los burgueses-bohemios, pinten algo en cuanto a consumo emergente, europeo y chic.

La ciudad invisible

A los milaneses de toda la vida, este delirio del shopping no les gusta nada. Para ellos el atractivo de Milán está en la plaza del Duomo, en los restos de la arquitectura liberty de principios de siglo, en la bohemia del barrio de Brera, en los orígenes del futurismo y otros vanguardismos; en las pinacotecas de especialidad lombardas, en las temporadas musicales y teatrales; es decir, en la ciudad alemana, financiera y nostálgica del largo invierno.
Pero no les hagan caso si se los tropiezan, último consejo, porque ese Milán ilustrado es una ciudad invisible para el turista, que sólo vive de puertas adentro y se vende todavía más cara que los escaparates minimalistas del Triángulo de Oro.

Guerra de diseñadores y estilistas

Los estilistas y diseñadores milaneses no sólo se hacen la guerra para conquistar el mercado global con escaparates llenos de información lujosa, sino con fundaciones culturales de vanguardia. Las mejores exposiciones de la ciudad están en Prada, pero también en Trussardi, en el espacio Armani, en el showroom de Driade, en la tienda de Krizia, qué sé yo, y sin contar lo que ocurre durante los salones del mueble, la moda y el diseño, en que casi todas las tiendas se disfrazan de salas de exposiciones de las últimas tendencias.
El nuevo mecenazgo de los estilistas del made in Italy ha desplazado al de la vieja burguesía ilustrada de Milán que, no lo olvidemos, acogió en su seno desde Leonardo da Vinci hasta Albert Einstein, pasando por los Verdi y Manzoni de turno.

Datos útiles

Cómo llegar: el pasaje aéreo a Milán, de ida y vuelta, cuesta 1000 dólares, con tasas e impuestos.
Transporte: un pase semanal cuesta 17 dólares y sirve para todos los transportes público urbanos.
Alojamiento: una habitación doble, en un hotel 3 estrellas cuesta 80 dólares, en uno de cuatro,130 y en uno de cinco, más de 200.
Gastronomía: una comida económica cuesta alrededor de 10; en un restaurante de mediana categoría, 17, y en uno de categoría, más el 20 por persona.
Más información: Ente Nacional Italiano de Turismo (ENIT), Avda. Córdoba 345. Atención de lunes a viernes, de 10 a 12 y de 15 a 17. Tel: 4311-3542.
En Internet:
  • http://www.milanoin.it

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por Redacción OHLALÁ!

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