En ómnibus, para mirar por la ventanilla

Los aviones nos permiten llegar lo más rápidamente posible. Y poco vemos desde los 10 mil metros de altura y menos si preferimos dormir como es mi caso. Hacerlo en barco sería otra cosa. El viaje sería un placer en sí mismo, aunque en lugar de 12 horas a Europa tardara dos semanas. Por eso es tan grato hacerse una escapada a Colonia en ferry o tomar un crucero a Brasil.

Los trenes también son cada vez más veloces. En Francia tienen el TGV con 300 kilómetros por hora de promedio. Lo mismo en España, Italia, Alemania, Gran Bretaña, etcétera, hay servicios que compiten con el avión en distancias cortas. El Eurostar necesita sólo tres horas, 20 minutos menos que hace un año.

Pero van de punto a punto, uniendo capitales o ciudades muy importantes. No hay trenes veloces que vayan parando en todas las estaciones. Es como ir por una autopista en lugar de tomar un camino vecinal.

Aquí aparece el ómnibus, el patito feo que se convierte en cisne. Porque es el medio ideal para conocer un país por dentro. Sin apuro, como los trenes lecheros de otrora. Por supuesto que poco tienen que ver con los vehículos de antes. Hoy parecen transatlánticos de tierra con el confort de la época: aire acondicionado, auxiliar de a bordo, bandejas de comida igual que en los aviones, música y televisión, telefonía celular, y hasta conexión Wi Fi para Internet.

Lo abreviaron a bus, y dejó de no tener status, ser barato entre comillas, limitado al pasajero de pocos recursos. De todas maneras suele tener un costo inferior a los trenes de última generación. Aunque la gran diferencia no está en el precio, sino en las tentaciones que abre al placer itinerante.

Ocurre en Europa lo mismo que en la Argentina, porque hay servicios rápidos, de cama y semicama, ejecutivos con azafata, etcétera. La canasta de posibilidades es muy grande. Uno puede usar los servicios de transporte público automotor de la misma manera que elige en la terminal del ferrocarril. Se baja donde quiere y hace su vida.

O tomar un paquete acompañado con guía y todas las etapas previstas. El año último así recorrí media España y resultó una grata experiencia. Durante parte del día, porque las distancias eran cortas, disfrutaba del paisaje. Y luego paseaba a mi aire por las ciudades que visitaba. El bus paraba en el hotel, igual que un taxi y bajaba mi valija con rueditas porque cada vez hay menos maleteros. Estaba una o dos noches, tenía un buen desayuno y media pensión. Y luego vuelta al camino. Es simple, se trata de organizar la valija para no desarmarla continuamente.

Ahora se está poniendo de moda otra variante, el turismo premier. Está pensado para grupos de menos de 15 personas. Apunta a un mayor nivel económico, a una minoría que está fatigada de recorrer ciudades y quiere entrar en los pequeños pueblos, vivir a pleno campo. No se usan grandes vehículos, sino más bien pequeños que puedan pasar por caminos estrechos y puentes angostos para llegar a lugares poco frecuentados. Incluso de difícil acceso con un auto alquilado para el que no conoce la zona. Los alojamientos están previstos en casas y hosterías de pocas habitaciones.

Y con ningún turista cerca. Sólo nosotros. Parecido a dormir en una estancia sin show for export, en las que siguen haciendo el trabajo de todos los días. Paladeando la vida simple, sin apuro.

Por Horacio de Dios
Para LA NACION
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