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En Vang Vieng cualquiera puede ser Tarzán

A orillas del Nam Song, este pueblito de calles de tierra y puentes de bambú comparte con los viajeros su naturaleza increíble




VANG VIENG.- Si Luang Prabang invita al recogimiento y a la vida pausada que marcan sus templos, Vang Vieng es pura acción y propone circuitos turísticos con más ejercicio.
Lo primero que impacta al llegar a este pueblito de calles de tierra es la geografía de los karst, montes de piedra que surgen del medio de la Tierra y cobran altura en la margen oeste del río Nam Song.
A 230 kilómetros de Luang Prabang, Vang Vieng tiene 25.000 habitantes y el turismo es su principal fuente de ingresos. Hay más de 40 casas de huéspedes y hoteles, y los pobladores encontraron la forma de vivir mostrándoles a los turistas su naturaleza increíble. Eso sin contar los ingresos gracias al peaje de 0,10 dólar -ridículo y hasta gracioso- que hay que pagar cada vez que locales o turistas quieren atravesar cualquiera de los precarios puentes de bambú que dividen ambas márgenes del Nam Song.
Muchos aprovechan la escasa profundidad y cruzan caminando, con el agua casi a la cintura y, más de una vez, la bici o un niño a cuestas.

Juego de niños

Las cuevas que se forman en lo más íntimo de las gruesas paredes de piedra caliza de los montes karst son la atracción más abundante y misteriosa de la zona.
En Vang Vieng, las cuevas son como golosinas, y visitarlas parece un juego de niños. Así, por todo el pueblo las publicitan con cartelitos, flechas en todas las direcciones y hasta mapas para no perderse en el camino.
La más famosa -pero no la más bella- es Tham Jang, que fue utilizada como búnker durante una invasión china, a principios del siglo XIX. Para llegar hay que subir una escalera interminable y pagar unos pocos kips.
La gran cueva, con recovecos y galerías, hoy está iluminada y tiene una senda de cemento que la recorre, además de una de las mejores vistas desde un balcón sobre el río.
Para trasladarse en Vang Vieng y los alrededores se usan los tuk tuk todoterreno, que no son otra cosa que tractores con una caja de madera, donde los pasajeros saltan con cada pozo y se embarran con todos los charcos. Sin embargo, los más atléticos o los que no se quieran perder los detalles de la ruta caminarán. Por ejemplo, hasta Pou Kham, a seis kilómetros del pueblo.
Sotos de bambúes que se desperezan con la brisa, chicos que juegan en el barro, otro peaje de 0,05 dólar -más barato porque el puente es más chico-, el puestito de sandías que tiene Tey Chanthamaly a mitad de camino y los montes karst, que quitan y dan el horizonte.
Cuando uno llega a Pou Kham, todavía falta. Cerca de 200 metros de pendiente, que se trepan agarrándose de lianas, piedras y hasta raíces. Es un tramo corto, pero muy empinado y resbaladizo por el entorno tropical.
En el interior de la cueva hay un Buda recostado, varios murciélagos y un silencio helado. Vale romperlo para jugar al ecooo...
Abajo espera la recompensa por el esfuerzo: un pozo natural de agua fresca y transparente. Los locales, que saben disfrutar de la vida, armaron un columpio, que se usa para sobrevolar el espejo de agua antes de quebrarlo con un ruidoso splash. ¿Se puede pedir algo más? (venden cerveza helada en un puesto vecino).

Como una cáscara de nuez

La otra gran aventura de Vang Vieng también tiene que ver con el agua. Para vivirla, hay que desembolsar 0,50. Por ese monto se alquila una cámara de camión y un tuk tuk, que transporta a los valientes 4 kilómetros al Norte. El móvil se detiene a varios cientos de metros del río. La tarea que sigue es empujar la goma hasta el agua.
Cuando uno llegó a ese punto, está próximo a sentir el bienestar en toda su dimensión. Resta apoyar la goma en el agua, subirse y entregarse a la corriente dócil y cariñosa del río.
Las próximas cinco horas transcurren mojadas y lentas, entre mujeres que pescan camarones de río con la mano; búfalos de agua que miran de reojo, acaso porque uno invade su territorio, y hombres con taparrabo y antiparras que cazan peces con arpón desde una piragua.
La vida cotidiana de Vang Vieng pasa y uno sigue... fluye, sin prisa pero sin pausa, como una cáscara de nuez por el Nam Song.

Datos útiles

Transporte: de todas las rutas de Laos, la mejor es el Mekong. El viaje de Huay Xai a Luang Prabang en el barco lento cuesta 12 dólares por persona; en el rápido, 20. La ruta 13 conecta los extremos norte y sur del país, pero siendo generosos, se podría decir que es pésima. Tiene algunos tramos rescatables, como el que va de Luang Prabang a Vang Vieng (230 kilómetros) y Vientiane (390 km), pero para hacer un recorrido de 200 kilómetros hay que estar preparado para 8 horas de viaje, con suerte. El precio de éste es 5 o 6 dólares.
Los vuelos internos son una opción interesante. El viaje de Vientiane a Savannakhet, por Lao Aviation, cuesta 60 dólares.
Prevención: antes de viajar es importante vacunarse contra la hepatitis y la fiebre tifoidea. Antes, durante y después del viaje, tomar pastillas contra la malaria. Es preciso tomar siempre agua mineral y acordarse de no pedir bebidas con hielo.
Más información, en el Centro de Medicina del Viajero, en Uspallata 2272, 4304-2180/0335.
Gastronomía: igual que en Tailandia, la comida de Laos se prepara con ingredientes frescos, muchas verduras, pescado y camarón de río, y la gran base de la alimentación: el sticky rice o arroz glutinoso. Un almuerzo típico consta de un plato con bolitas de ese arroz, que se toman con la mano derecha y se mojan en distintas salsas antes de irradiar las papilas con sabores desconocidos. La influencia francesa dejó la costumbre del pan, en general un poco más chico que la baguette, crocante y con poca miga. Además, las frutas tropicales, como el ananá, la banana y la papaya son deliciosas.
En Internet:
  • http://www.visitlaos.com
Carolina Reymúndez

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por Redacción OHLALÁ!

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