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En vaporetto, por las hermanas menores de Venecia

Para quienes se animen a dar un vistazo más allá del típico recorrido por la capital del Veneto, las islas de Torcelo, Murano y Burano bien valen una excursión, especialmente en las clásicas lanchas públicas venecianas




VENECIA.- La laguna de Venecia es un lugar especial. La misma que moja vigorosa la plaza San Marco repleta de turistas bulliciosos se expande hasta rincones vírgenes, despoblados y silenciosos con la calma de un pantano.
Navegarla toma horas. Sólo un buen timonel puede conducir la lancha por estas calles invisibles de agua llamadas canales. Su superficie es de 550 kilómetros cuadrados, de los cuales el 8 por ciento está ocupado por tierra y el 11 por ciento tiene agua permanentemente. Lo demás no es tierra ni agua, son llanuras de fango y pantanos de agua salada que asoman como manchas en este espejo. El vaporetto los sortea con total confianza. A mis espaldas todavía sobresalen las cúpulas de la imponente Venecia y, sin embargo, ya estoy inmersa en la naturaleza salvaje, ante un horizonte despejado.
El viaje parte desde la estación Fondamente Nove, el embarcadero veneciano de donde salen las lanchas hacia Murano, Burano y Torcello, apenas tres de las 130 islas de la laguna, pero las más frecuentadas por aquellos turistas que han conocido Venecia.
Para manejarse entre islas es indispensable contar con el mapa de la Actv, empresa estatal que maneja estos colectivos acuáticos llamados vaporetti. Se entregan al comprar el pasaje y muestran las 22 líneas regulares.
Camino a Murano, la primera parada es Saint Michele, una isla cuadrada y envuelta en un paredón de ladrillo. Nos detenemos en el muelle, donde se ubica el único ingreso. Es conocida como la Isla de los Muertos. Sólo se distinguen dos iglesias que salen por encima de sus muros, pero es íntegramente un cementerio. Antes los fallecidos eran transportados hasta acá por góndolas fúnebres ricamente decoradas con ángeles dorados; hoy los llevan en lanchas. Algunos viajeros descienden. "Muranooooo", grita el marinero que quita de un saque la amarra. El vaporetto acelera.
Murano está en frente, a un minuto. Podría ser la hermana menor de Venecia: similar, pero reducida, con canales más angostos, palacios menos lujosos, pero las mismas casas en colores cálidos y postigos oscuros. El turismo aquí es importante, pero no abrumador. Es, después de Venecia, la más visitada. La iglesia de Santa Maria e Donato es una de sus joyas, reconstruida en el siglo XII si bien es original del siglo VII. Los restaurantes sacan las mesitas al borde del canal, otorgándonos el lujo de comer casi sobre el agua, lo que en Venecia provocaría un embotellamiento.
Nada como un almuerzo junto a los canales de Burano

Nada como un almuerzo junto a los canales de Burano - Créditos: Corbis

El vidrio es su sello más famoso desde el siglo XIII, cuando los cristaleros abandonaron Venecia debido al riesgo de incendios. Hay muchos negocios para adquirirlo y algunos permiten que seamos testigos del proceso de fabricación. Los vitreros dejan abiertas las puertas de sus fábricas y enseguida, afuera, se instalan los curiosos turistas, como sucede ahora en la calle Bressagio, donde un vaso ardiente llama la atención de una docena de cámaras. Sigo el proceso del vidrio en puntas de pie, hasta que el vaporetto se acerca a la estación del Faro, y entonces algunos corremos para embarcarnos en la línea 12 hacia la próxima parada: Burano.

Casitas de colores

El siguiente tramo en vaporetto ya muestra una Venecia íntima, como si fuera su backstage. El viaje dura casi 40 minutos y la penetración en la laguna ahora es total. Se ven bancos de tierra e islas deshabitadas, probablemente inhabitables. Hay variedad de embarcaciones, incluso de remo. Algunos despliegan el diario, entregados al viaje. Los turistas, en cambio, pegamos la cara al vidrio, atentos, mientras la lancha circula entre los bricoles, esos palos de madera que señalan lateralmente el canal.
Mazzorbo y Burano están unidas por un puente peatonal de madera. Mazzorbo es la primera isla donde el barco se detiene. Es agreste, pero acoge la bella iglesia románico-gótica de Santa Caterina. Si el tiempo es escaso conviene desembarcar directamente en Burano. Las casas de colores, con un aire a La Boca, y una plaza con vegetación la hacen distinta, familiar y alegre. Hay fachadas en rojos, turquesas, verdes, rosados, azules; una inmensa paleta de colores que contrasta jovialmente con los propios postigos. Se dice que los pescadores tenían la tradición de pintar sus fachadas de diferentes colores para poder reconocerlas al regresar en barco las noches de niebla.
Las callecitas, cruzando canales, van conduciendo hasta la Via Baldassarre Galuppi, la calle más popular. Aquí, los restaurantes ofrecen mariscos y menús desde 15 euros, hay casas de suvenires y al fondo están la plaza y la iglesia de San Martino del siglo XV, el punto central de Burano. Allí está el campanario, inclinado poco menos que la torre de Pisa, por el movimiento de las bases que conforman el sustento.
Los percheros callejeros ofrecen el producto típico de esta isla: el encaje. Las mujeres los tejen en las puertas de sus casas, frente a angostos canales donde reposan las lanchas pesqueras. No hace falta mapa. Burano es pequeña y ofrece el encanto de caminar libremente sin riesgo de perderse.
Torcello, contrastante, apenas poblada y rural

Torcello, contrastante, apenas poblada y rural - Créditos: Corbis

Sobre mis pasos vuelvo a la estación del vaporetto para tomar el Nº 9, el servicio a Torcello. Es en efecto, el único que va y viene hasta aquella isla, con salidas cada media hora.

Un pueblo de 17 almas

Torcello recibió los primeros pobladores en la laguna de Venecia y llegó a ser su isla más importante. Fue un núcleo de comercio con iglesias, monasterios, centros sociales y artísticos. Entre los siglos VII y X llegó a tener veinte mil habitantes. Hoy tiene 17. Sí, 17 almas nada más.
Ese es uno de sus mayores encantos. El vaporetto llega a la estación, que tiene un solo camino de escape: una flamante vereda de ladrillos, que se adentra en la isla bordeando siempre el canal principal. Se llama Strada della Rosina. A la vista, sólo vegetación, esa que en Venecia escasea. Somos unas 30 personas que caminamos mientras nos acercamos al señor del acordeón. Sentado en una sillita en la vereda, nos ve venir y comienza a tocar. Sabe que cada media hora, los turistas arriban o se van en lancha y entonces pasan por allí y colaboran con una moneda. Pasos más, aparecen algunas edificaciones: unos pocos restaurantes y hosterías, rodeadas de vegetación y la más absoluta paz. Los locales se asoman al camino a ver quién pasa. Todo es prolijo. A lo lejos, techos salpicados en el paisaje rural. Hay pocos canales; se eliminaron cuando la peste y la malaria asolaron la isla. Entonces, viviendas y palacios fueron saqueados, para utilizar esos materiales en Venecia.
Torcello encanta. Por su pasado y por su presente. Porque demuestra que la historia se esfuma en tiempo y espacio. En la segunda mitad del siglo XIX, la situación de la isla mejoró con la limpieza de la laguna. Hoy se aprecia un esfuerzo por recuperar su valor histórico, como la actual restauración del campanario. Desde aquí se puede gozar de una vista al contrafrente: naturaleza al ciento por ciento, y un silencio que sólo se quiebra con el pasar de alguna canoa de motor. Junto con mis anónimos compañeros de vaporetto volvemos a la estación con el alma en paz.
Desde Fondamente Nove llego a Lido, un fino banco de arena de 12 kilómetros de largo que forma una barrera natural entre Venecia y el mar abierto. Lo primero que me impacta son esas carcasas con cuatro ruedas: los autos. La vista se había desacostumbrado a ellos. Tal vez por eso y por los colectivos que transitan, Lido es más convencional y no apabulla. Hay lindas iglesias, casas modestas, unos pocos canales. Sin duda, la ved ette aquí es la playa. Desde la estación del vaporetto, fácilmente se identifica la arteria principal, Gran Viale Santa María Elisabetta, que en 700 metros atraviesa la isla desde la laguna hasta la playa mirando al mar. Se la puede recorrer caminando o en bicicleta. Está tranquila y con algunos negocios cerrados, aunque no es siempre así. En temporada alta, de julio a septiembre, se llena de turistas en busca de playa. En esa época también se celebra el famoso Festival de Cine de Venecia.
La laguna es un tesoro, es la madre de Venecia, un ambiente en continua transformación. Tiende a ser invadida por el mar si prevalece la fuerza erosiva de las mareas, o a transformarse en tierra si predomina la sedimentación. Las islas son sus hijas, y toda madre sabe que nunca una es igual a la otra. Cada una tiene sus encantos.

El Trono de Atila

A través de los siglos, Torcello ha permanecido casi totalmente vacía con sus dos principales estructuras arquitectónicas antiguas aún en pie: la imponente catedral de Santa Maria Assunta, construida en el año 639 y decorada por magníficos mosaicos bizantino-románicos, y la iglesia de Santa Fosca, del siglo XI. Allí están, juntas, para el deleite de unos pocos. Bajo el cielo, el Trono de Atila, una silla de piedra que, se cree, era usada para impartir la justicia desde la Edad Media.

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por Redacción OHLALÁ!


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