A 87 kilómetros de Buenos Aires por la ruta 8, Capilla del Señor, declarado primer pueblo histórico de la provincia de Buenos Aires, atesora algunas curiosidades para descubrir en una tarde de sol otoñal.
Es un pueblo con encanto, de casas bajas y caballos que llegan hasta la Pulpería La Fusta y se apean, también ellos, a tomar un trago... de agua. Aunque algunos parroquianos dicen que el agua es sólo para lavarse las manos.
Al menos en la semana el movimiento de caballos es visible: en este sitio conviven el campo y la ciudad, porque todavía se permite el ingreso de vehículos con tracción animal y los equinos.
En Capilla se encuentra el Museo del Periodismo Bonaerense, inaugurado en 1972 en la casona donde se editó, en la segunda mitad del siglo XIX, los últimos números del semanario El Monitor de la Campaña, pionero defensor de los intereses rurales.
La casa, que fue restaurada en forma reciente, es de acceso libre y gratuito, y conserva sus cuartos donde se exponen las reliquias. En la parte posterior destaca la imprenta de origen francés Marinoni con la que se editó el periódico entre 1871 y 1873. Queda en Rivadavia 506 y abre de lunes a viernes, de 8 a 16, y sábado y domingo, de 10 a 16.
Sorpresas te da la vida, esta villa alberga, además, uno de los pocos museos de arte religioso del país, el Museo de Arte Sacro Amalia Sosa Palacio de Carol (Bolívar 338, abierto jueves, viernes, sábado y domingo, de 10 a 19), a cargo del restaurador y coleccionista Claudio Lerena.
En la casa-museo vivió alguien relacionado con el trágico suceso de la noche del 8 de octubre de 1923, como reza la placa al ingresar al predio. Y para averiguar este misterio habrá que llegarse hasta el museo, porque pertenece a la historia de Capilla y sólo se devela aquí.
El museo consta de una reproducción de la capilla original de 1735 que dio nombre al pueblo, oratorio del señor Francisco Casco de Mendoza que se convirtió en viceparroquia dado la distancia que debían recorrer los feligreses para llegar a las parroquias vecinas; una reproducción de celda de un monje/monja, y una sala donde se exhibe el trabajo de restauración.
Al entrar a la capilla el alma se sobrecoge: es tal la profusión de objetos religiosos de arte napolitano, colonial hispanoamericano y popular juntos, el penetrante olor a incienso y la música sacra de fondo que uno no sabe a qué tipo de museo ingresó.
Sin embargo, la pasión de Claudio al explicar cada objeto, muchas veces donado por los vecinos capillenses, contagia su entusiasmo por esta mezcla que va desde piezas de arte hispanoamericano bellísimas hasta objetos de devoción popular del siglo XX como un souvenir largavistas miniatura que se repartía en la basílica de Luján, una pintura digital, una cruz que se convierte en lápiz al accionar una palanca y aromatizadores de ambiente con la imagen de San Expedito, pasando por un hueso de Santa Maravillas de Jesús y un tablero de ajedrez hecho en tagua con las iglesias de América del Sur y un Cristo envuelto, literalmente, en la corteza de un árbol. La mezcla es ecléctica.
"El museo, que destina parte de lo recaudado al Hospital San José y con el resto custodia el pasado para contribuir al presente y al futuro -la entrada cuesta $ 7-, busca salvar la identidad argentina: al árbol no se le puede cortar las raíces", dijo este capillense por elección defensor del patrimonio histórico que también brinda charlas y conferencias. Lerena comenta que éste es el pueblo bonaerense que más ha conservado su arquitectura antigua porque "restaurar no es embellecer", concluyó.
Un pueblo donde, al decir de los capillenses, lo eterno se percibe en el aire; donde la vida, como escribió Juan Rulfo, "... se ventila como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida".
Por Silvina Beccar Varela