Entre los cayos de Florida, una playa casi secreta
En la costa menos visitada del estado, 300 kilómetros al noroeste de Miami y de cara al golfo de México, Sarasota es un buen punto para descubrir y también para recorrer una cadena de encantadoras islas
25 de mayo de 2014
A Frosty -así lo llaman- sólo le faltan los brazos. Los chicos corren entretenidos buscando ramas o algo que suplante las extremidades. Pero el muñeco espera sin prisa. Es blanco y parece de nieve, pero no se derrite. A sus espaldas está el golfo de México y el sol se va apagando a medida que lo tapa el agua. Siesta Beach, la playa estrella de Sarasota, en el centro del estado de Florida, tiene su arena tan blanca que no quema (¡traer anteojos de sol!) y tan fina que chilla al caminar.
Aquí hay demasiado por hacer. A veces el tiempo no alcanza para tirarse como lagarto en esta playa, elegida en 2011 por Stephen Leatherman, director del Laboratorio de Estudios Costeros de la Universidad de Florida, como la mejor del país. Su arena es 99% cuarzo, originado en los Apalaches y arrastrado por los ríos hasta aquí hace millones de años. Siesta Beach es la playa principal de este cayo -Siesta Key-, al sudeste de Sarasota y unido al continente a través de dos puentes. Dicen que antes se llamaba Sarasota Key, pero fue bautizado Siesta por su reputación como lugar de descanso y relax. Ahora tres mujeres pasean en bicicleta por la orilla mojada.
Circulan con la facilidad del asfalto, y señalan el muñeco de nieve con asombro. Noviembre muestra tallas aún mejores: durante los últimos cuatro años se celebra aquí el Crystal Classic, un torneo de escultores sobre arena que deja gigantescas maravillas que parecen de mármol. El primer puesto como playa del país radica además en los servicios que ofrece al público, como canchas de tenis, volley, baños, duchas, un bar, juegos infantiles y parking gratuito (sí, gratuito) que se llena rápidamente en temporada. La playa es muy pero muy ancha, y a medida que nos alejamos del agua está el pasto con pérgolas, mesas y parrillas. Las otras dos playas de este cayo están al sur y son menos concurridas: Crescent y Turtle, esta última de arena más gruesa y amarronada, que permite acampar y estacionar casas rodantes.
La playa es apenas uno de los atractivos. Cruzando por el puente de Siesta Dr, Sarasota tiene un downtown en crecimiento salpicado de nuevas torres de condominios y edificios comerciales modernos que miran a una bahía. Los sábados el centro se vuelve más bullicioso y amigable, cuando se monta el mercado (Farmers Market), de 7 a 13, sobre Lemon Ave.
Se convierte en peatonal, con 70 carpas que venden fruta y verdura, productos orgánicos, artesanías y comidas preparadas. Para sentir el palpitar local a la par del desayuno, puede tomar un café con pan casero o una croissant igual que en Francia, en C'est la Vie, que saca sus mesas azules a la vereda.
Marina Jack es otro de los puntos obligados. El final de Main Street, sobre la bahía, tiene un puerto lleno de embarcaciones y un moderno complejo con restaurantes que sirven comida de mar. Hay bandas en vivo y desde aquí se ve el puente John Ringling Causeway que cruza a Lido, el cayo de enfrente. Es que la ciudad está protegida del golfo de México por una cuerda de al menos cuatro islas. Apenas cinco minutos alcanzan para ingresar en la islita de Lido, y su corazón comercial St. Armands Circle, una enorme plazoleta rodeada de negocios de alto nivel, galerías de arte, pubs y restaurantes.
Derecho por Gulf Drive
Tomar el auto y descubrir uno mismo cada isla no sólo es un paseo, sino un placer. Porque si bien están una a continuación de otra como barrera, cada una tiene su personalidad. Y ahí está el sabor.
Hay una sola vía posible para empezar la travesía hacia el norte, a través de Gulf Dr, pues las islas a veces son tan angostas que es la única calle que sigue su curso. Así se van mostrando Longboat Key, una combinación de edificios y casas de élite (aquí la propiedad arranca en el millón de dólares) destinados casi en su totalidad para vacacionar; la colorida y descontracturada Coquina Beach con sus tienditas sobre Bridge Street que sacan los pareos, toallones y demás chucherías a la vereda; hasta llegar a la punta, Anna María, claramente la frutilla del postre.
Aquí se respira el aire de Florida vintage. Todo ocurre sin prisa. No hay edificios altos ni cadenas de famosos hoteles. Es necesario cruzar al continente para encontrar un McDonald's o un Starbucks. La construcción más alta tiene tres pisos y el aspecto es prolijamente agreste, hasta el punto que la arena se cuela en los jardines de las casas. No hay ostentación, aunque sí mucho dinero. Parece un país distinto al de los parques temáticos, aunque Disney esté apenas a dos horas de auto. La regla son las casas bajas, de personalidad playera, en madera y colores pastel. Como en Key West, aquí también se goza del atardecer sobre el mar, pero no hay multitudes, bares ruidosos ni vendedores a la pesca del turista. El tranvía gratuito pasa cada 20 minutos, siempre con algún nuevo transeúnte a bordo. Une la isla de Norte a Sur.
Se puede estacionar en el extremo norte, en el muelle Rod Reel Pier (permitido tentarse con ricos mariscos a precios razonables), y bordear a pie la punta de la isla. Es una caminata corta por la playa y con suerte se puede ver estrellas de mar, si la marea está baja. Uno de los puntos más concurridos para comer es el Sandbar Restaurant. Posiblemente se encuentre con uno de sus rituales: novias que se casan allí al atardecer, literalmente, en la playa. Ella de largo blanco, él de elegante negro, tres damas de honor y unas 40 sillas en la arena son un espectáculo que los allí veraneantes curiosean sin acercarse demasiado, en malla y ojotas. Pero al atardecer, la estrella es el sol y mientras los novios se van al pabellón para festejar quedamos mirando la despedida del día. Es allí cuando el Sandbar se llena y hay que esperar unos minutos para tener mesa sobre la arena. Nada grave para ser un lugar emblemático. Esta isla es un secreto bien guardado. ¡Shhh, no lo comente!