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Entre parajes silvestres y chapuzones en el río

Después de un paseo por Punta Indio y otros lugares campestres, se puede visitar la estancia Juan Gerónimo




Un plan de breve turismo, cercano y ecológico, es recorrer (provistos de una comida de campo, un par de anteojos de larga vista y una cámara fotográfica con el teleobjetivo más indiscreto) el único tramo de la ruta provincial 11 de legítimo camino de conchilla fluvial, unos 70 kilómetros que van desde Magdalena hasta el pavimento que arranca en su encuentro con la ruta provincial 36 a través de la primitiva foresta bonaerense y los más nutridos bosques de talas que quedan en la comarca.
Se trata de una reserva más bien declamada con el nombre de Parque Costero Sur -una franja de unos cinco kilómetros desde el Río de la Plata y parte de la bahía de Samborombón, surcada por la ruta silvestre, que se bendijo desde París como Reserva de Biosfera Mundial y se tuvo en cuenta en el catastro de la Unesco-, que no impide las labores agropecuarias de las estancias que se suceden a sus flancos, pero mantiene bastante del aspecto original, como lo vieron los que conocieron esa zona con sus primitivos nombres. Rincón de todos los Santos englobó a las demás denominaciones, que fueron Monte Veloz y Rincón de Viedma, entre otras, que incluían los parajes costeros que anotó -a fines del siglo XVIII- el brigadier de la Real Armada española, pero siciliano de nacimiento, Alejandro Malaspina: Punta Indio, Punta de la Memoria y Punta Piedras. El lecho del río, allí abundante de cangrejos, fue en cambio corajudamente sondeado en esos tiempos por Andrés de Oyarvide, que le dedicó al estuario cinco años de estudios (hasta que desapareció con su bote, pero legó su mapa).
Verde túnel del tiempo Después de recorrer los 106 km que llevan desde Buenos Aires hasta Magdalena, vía La Plata (3,80 pesos, como suma de dos peajes de la autopista Acceso Sudeste), se toma la ruta 11 por la calle Vélez de Magdalena que, a poco de transitarla, pasa por el penal militar y más tarde frente a las estancias El Destino y San Isidro, la primera de 1500 hectáreas de monte de talas y otras especies, y la segunda, de 2500 hectáreas, con la costa intacta como en la época de la Conquista. Basta estar atento para capturar en la imagen fotográfica algunas de las 150 variedades de aves que abundan en la zona, último refugio natural de estas especies.
Si el día es caluroso, hasta se puede tomar un baño en el río-mar de Punta Indio, población ribereña dispersa, a partir de la ruta y como centro de toda referencia la estación de combustible conocida como de Kusen, donde suelen aconsejar el acceso sur hasta la playa por donde se encuentran los campings (El Pericón, el más cercano a la playa).
Los nostálgicos y los pescadores deben acceder a las aguas mucho antes, por donde se da con las ruinas del pasado esplendor del gran hotel Argentino, en su apogeo en los años 40, y el también vecino -que se intentó remozar- Santa Bárbara. Para comer hay que volver a la ruta (una pizzería y algún comedor de campo), y para continuar el safari fotográfico, no queda otra salida que seguir por el camino de conchilla, impagable para los que gustan conducir (no levanta mucho polvo, se asienta rápido con la lluvia) y alcanzan el pavimento para retornar por la ruta 36, seis kilómetros de la 2 hasta el cruce Gutiérrez y la autopista hasta Buenos Aires.
Claro que antes de llegar al asfalto, el camino silvestre pasa por la tranquera de la estancia Juan Gerónimo, 4 mil hectáreas con orillas en la bahía de Samborombóm (con fauna autóctona además de cebúes y ciervos, ideales cabalgatas entre médanos y la costa salvaje, pero ineludible reserva previa por el 4327-0105).
El toponímico de esa vastedad se debe a Juan Gerónimo Blanco, del que se dice que era un náufrago inglés que puso su apellido en español y tuvo un juicio por tierras arrendadas y vivió fuera de la ley y hasta delinquió, aunque figurara en viejos planos la Guardia de Juan Gerónimo.
Blanco de una disputa Un reciente y casual hallazgo documental -por quien esto escribe-, en el Archivo General de la Nación, dio con una incidencia judicial que aclara en parte quién era este personaje. Interpuso en el invierno de 1815 Blanco -ya con "mis achaques habituales", como suscribió en una carta agregada a esos folios- para apelar el fallo de Cámara que lo perjudicó en la compra que hizo por 1400 pesos de los campos "expuestos al enemigo infiel" denominados Rincón de Viedma (retasado en 400 pesos) más una mayor extensión (retasado en 1260). En realidad compró -y no arrendó- una acción judicial de quien litigaba contra la propietaria y adelantó 721 pesos en espera del fallo. Del volumen de la documentación se sintetiza que Blanco apeló porque por una ventana de un corredor del Cabildo donde sesionaba la Cámara escuchó la discusión por la que se defendía su posición, que mágicamente se contrarió. Esos campos lindaban con lo que le pertenecían como herencia de Juan Blanco, su entonces finado padre (quizás el marino de quien se habla). Otro dato contundente: Juan Gerónimo no sólo nació en esas tierras, sino que fue el vigía de la guardia del lugar, ya que el testimonio judicial que suscribió lo fue "al estilo militar", como que era jefe voluntario de Fronteras.
Francisco N. Juárez

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