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¿Espejismos? Una excursión al increíble desierto florido de Atacama


En el norte de Chile, un fenómeno natural, único y esporádico

En el norte de Chile, un fenómeno natural, único y esporádico



El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Coni Crowder. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 3000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Aquella vez que oí hablar del desierto de Atacama no presté demasiada atención. Era una charla entre astrónomos y hablaban de los mejores observatorios del mundo, telescopios, la altura ideal y noches limpias de murales de estrellas.
Unos años después supe de flores únicas en su especie que crecían en ese lugar de Chile, desafiando la norma. Desde ese momento, el desierto florido fue el tema y la incógnita. Tenía que saber más, comprobarlo. Estar ahí.
El micro avanza lento por el desierto del norte de Chile. Hojeo el libro de Benjamín Subercaseaux, un escritor que levantó bastante polémica cuando lo publicó en 1940 ya que era el primer chileno que iba a hablar de sus compatriotas mixturando el discurso científico, la filosofía y la metáfora. Dibujo, escucho música y el tiempo pasa. No tengo sueño y no podría dormirme en este momento: estoy esperando que aparezca el amarillo vibrante que me avise que allí está lo que vine a buscar: las flores del desierto.
Los desiertos, estos sitios yermos donde la naturaleza desconcierta. En este crecen flores únicas bajo increíbles cielos nocturnos, caprichosos en su desorden de tiempo y luz.

No es tierra, es arena

Me acuerdo que "a la naturaleza le place ocultarse" y pienso en la nota que leí en el hotel acerca de la búsqueda de aguas subterráneas en el desierto absoluto, como también es conocida esta región que estoy atravesando. Saco un pañuelo de papel y limpio la ventanilla. Hay tierra. No me quiero perder nada, aunque, claramente, no hay nada. Guardo el pañuelo y no es tierra. Es arena.
El sol calienta el techo del ómnibus y la temperatura sube sin piedad. Fijo mi vista a lo lejos, en las ondulaciones de la tierra y en ese horizonte fucsia que no sé si es un espejismo o si son las primeras flores. ¿Acaso no es este el lugar de oasis y espejismos?
Lo intento, pero no puedo pensar en otra cosa. Recuerdo al guía que contraté desde Buenos Aires unos días antes de partir. Sin rodeos suspendió la excursión porque no iba a haber desierto florido. ¿Ni una flor?, pregunté. "Dicen que este año no. Aunque nunca se sabe, el desierto tiene sus tiempos y, sobre todo, su propia dinámica".
La memoria es redundante, dicen. Repite los signos para que algo empiece a existir. Había visto fotos, había soñado con mantos de flores. Amarillos, rosados, naranjas, violetas. Le había dicho a mis amigos "hay un desierto con flores" y había estudiado.
Kilómetros y kilómetros del mismo paisaje ¿Es el mismo paisaje? Me arrepiento de no haber traído binoculares. Hay huellas, alambres, plantas, algunas aves que sobrevuelan el bus, hay palabras formadas con piedras. Nombres, señales, posibles recorridos.

Pasado de oro blanco

Creo que en el desierto está todo. El origen y el destino, las huellas del hombre, la caprichosa geografía que nos condiciona y nos hace muy pequeños. Todo está aquí y no quiero que nada se me escape del corazón del Desierto de Atacama. Espero las oficinas salitreras, hoy pueblos fantasma que sobreviven en sus ruinas y evocan un pasado de oro blanco. Espero que el bus tome el camino para ver la mano del Desierto. Pero sobre todo espero el color, lo deseo tanto que me parece ver, a lo lejos, algunas flores ¿Aquello es fucsia?
Avanzamos por la ruta que une Vallenar con Copiapó, a poco menos de cien kilómetros del destino. Pese a la luz intensa, el calor y el ruido del motor, todos duermen aquí arriba. Puedo ver más cerca los manchones fucsias que hace un rato eran puntos dispersos y lejanos. Unos metros más y se multiplican; ya no tengo dudas: allí está la flor Pata de Guanaco que se despliega en toda su intensidad a mi alrededor en un manto uniforme a los costados de la ruta. Todo es fucsia. Cada vez más fucsia. Aquí, allá y más allá.
No todos los años hay desierto florido. En este viaje hubo, pero escaso. Me habían dicho que además crecen mantos de suspiro, terciopelos, cacatúas, huilles, azulillos, coronas de fraile, malvillas y añañucas. Y que marean las mariposas en su vuelo impreciso. Cientos de especies que esperan la lluvia, agazapadas en la tierra seca. Semillas, tubérculos, rizomas sepultados por años, líneas de fuga de eso permanente. Y al fin sucede, el agua en ese movimiento que bulle bajo tierra, constante y diverso, que fluye y busca la luz.

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por Redacción OHLALÁ!

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