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Estambul, la fantasía de mirar Asia desde Europa

La tensión entre Oriente y Occidente convive con barrios chic, tiendas de diseño, mercados, antiguas casas del Imperio Otomano, velos y otras postales de un país pujante, que se expande y crece a ritmo apabullante




ESTAMBUL (El Mercurio/ GDA).- Era el momento más feliz de mi vida, pero no lo sabía. La frase de Kemal, el protagonista de El Museo de la Inocencia, del Nobel turco Orhan Pamuk, está escrita en un muro del museo del mismo nombre, una de las joyas del Estambul actual. Kemal, un hombre que se enamora locamente de Füsun, pero que está comprometido con otra mujer, juega con fuego mientras colecciona objetos que han sido testigos de ese amor: objetos cotidianos del Estambul de su momento y de antes, igual que los que Pamuk ha encontrado y resignificado.
Es un museo-novela de amor fallido, cuyo escenario es Estambul, la ciudad transcontinental y milenaria; tierra de imperios y testigo de sus decadencias; inspiradora de sueños y también de nostalgias.
Un trozo de la ciudad ha sido guardado en esta casa roja del barrio de Çukurcuma, entre gatos, cafeterías y caminos zigzagueantes. Acaso Pamuk, a través de los objetos, ha querido reflejar la emoción que le produce esta ciudad: hüzün en turco puede traducirse como nostalgia o melancolía. Por lo que fue y ya no es. Por el esplendor de otros tiempos, de otros tantos tiempos mejores que hoy se intentan revivir en la Turquía moderna y del siglo XXI.
Desde el mismo Museo de Pamuk se puede caminar unos quince minutos hasta Istiklal, una calle fundamental, una vía donde los contrastes Asia-Europa, tan propios de Estambul, abundan. Hay tiendas modernas y occidentales como Top Shop o Gap, mientras el aroma del narguile impregna el paso. Hay mujeres en minifalda codeándose con otras vestidas de negro, que sólo dejan su cara a la vista. Hay lugares tan sofisticados como el mismo Museo de la Inocencia (elegido el mejor museo europeo 2014) junto a reparadoras antiguas de zapatos y taxistas aburridos que toman té y comentan el día. Hay, sobre todo, la posibilidad de subir a cualquier edificio y ver, desde arriba, la tensión Oriente-Occidente convertida en paisaje: mirar el estrecho del Bósforo, que separa a Europa de Asia, y los puentes que unen a ambos continentes. De noche, iluminados, son casi un espejismo, que se combina con las luces que emanan de la torre Gálata, la Mezquita Azul, Santa Sofía y otros sitios imprescindibles.
Se cumple la fantasía de muchos visitantes: mirar Asia desde Europa. Aunque la diferencia entre ambos no sea fácil de detectar. En Estambul se siente lo asiático y lo europeo a cada paso: no hay fronteras entre esos mundos.
¿Quiere Raki de melón? ¿Chardonnay? ¿Malbec? -pregunta el barman del 360, un restaurante de culto en la calle Istiklal-. No por elegante, sino por ecléctico, diferente, inclasificable y, sobre todo, por esa vista panorámica de la ciudad. New York Times dijo de él: "Una pequeña leyenda dentro del continente". Y hasta la entonces reina Sofía de España firmó su libro de visitas.
Llegar al 360 no es fácil: es un restaurante que parece ocultarse. Una vez en la dirección hay que subir en un extraño ascensor hasta el piso sexto y seguir a pie al octavo, sin ver demasiado hacia adónde se va. Una vez ahí, mientras se contempla su panorámica de Estambul, lo que en realidad se aprecia es posmodernidad turca pura. No hay contradicciones en esta hibridez; la hibridez es su identidad. En un país donde el 99% de la población se declara musulmán, el barman habla de alcoholes y vinos como si estuviera en Francia. En algún sentido, lo está: cuando Estambul es europea, lo es en grado máximo.
Más allá de esta modernidad, la calle Istiklal también ofrece postales de hüzün: antiguas casas de pachás y de hombres ricos del Imperio Otomano; hermosas casonas venidas a menos, que vieron tiempos mejores, con lujosos harén, fiestas y champagne. Esas huellas del pasado excesivo y glorioso también son parte de la nueva identidad. Da la impresión de que esa grandiosidad otomana, antes acaso devaluada, se ha integrado al espíritu republicano para poner en valor la Turquía actual, pujante como pocos países.
En 1850, Flaubert predijo que un siglo más tarde Estambul sería capital del mundo. No lo fue, pero sí ha tenido un crecimiento espectacular. Pasó de 2 millones de habitantes en 1970 a más de 14 millones. En los últimos años, el país se ha expandido con más fuerza que Europa, convirtiéndose en la sexta economía del Viejo Continente y en miembro del G20. De hecho, entre 2002 y 2012 su crecimiento anual promedio fue 5 por ciento, el más alto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). No es todo. En un continente con serias crisis se estima que sea el país OCDE que crezca más rápido entre 2012 y 2017. Y Estambul será la ciudad más populosa de Europa en 2020.
Se respira aire de triunfo. Aunque tenga dos almas.

Expansión cultural

Las dos almas de Turquía, a veces, se transforman en velos. Grandes, pequeños o ausentes del todo. Es extraño que tantas culturas hayan coincidido en cubrir el pelo femenino. Pienso eso mientras me pasan un foulard celeste para poner sobre mi cabeza y una falda con velcro a los lados para taparme las piernas en la entrada de la Mezquita Azul.
Decir que este edificio es imponente sería poco; que es maravilloso, un lugar común. Sobre una enorme alfombra muro a muro se ve a los hombres preparándose para el rezo de la tarde, mientras las mujeres, cubiertas, deben hacerlo en una sala lateral. La imagen resuena con el atraso de la mujer en otras áreas de la vida turca. Pese a su modernidad, hay sólo un 30% de mujeres en la fuerza laboral, y un 14,2% en el Parlamento.
En la Mezquita, las mujeres rezan a un lado. Pero es una mujer, seria y de ceño fruncido, quien permite o no la entrada de los hombres al sitio de oración.
Parte de la expansión turca hoy es cultural. Su industria cinematográfica es potente (de hecho, ganaron el último Festival de Cannes) y la labor de difusión literaria e intelectual de Pamuk ha sido relevante en libros como Estambul,Nieve o el mismo El Museo de la Inocencia. La cultura popular también ha adquirido un rol central: las teleseries se han exportado a 100 países, y pueden verse tanto en Estados Unidos como en lugares de África.
Muy conectado con esto está el boom del turismo: Estambul ha pasado de ser destino exótico a imperdible. En 2013, 39 millones de turistas visitaron Turquía, y la cifra aumenta cada año casi 10 por ciento. Un motor de este crecimiento está en el mayor conocimiento del país en el extranjero (Onur y Sherezade mediante, por poner un ejemplo), pero también por la enorme oferta de su aerolínea, Turkish Airlines, que tiene 211 destinos internacionales, incluyendo tres en América latina. Turkish vuela hoy a más países que cualquier otra línea: 116, y quiere seguir agregando. En eso está en sintonía con su gobierno. "Queremos expandirnos y abrir nuestra cultura en todos los continentes, y estamos muy interesados en avanzar en América latina", dice el secretario de Estado para nuestro continente, Ali Kaya Savut.
En todo caso, su relación con América latina es antigua. Desde 1860 hubo varias olas de inmigración del Imperio Otomano, y esos inmigrantes, la mayoría árabes de Palestina, Siria y Líbano, fueron llamados turcos, como se sabe, por sus pasaportes otomanos.
En los últimos años, en línea con su política exterior multidimensional, Turquía quiso tener una posición más activa en la región, aumentando relaciones económicas, culturales y políticas: por eso abren nuevas embajadas y son observadores de la Alianza del Pacífico.
Y es que hay un hito que ilumina -y ordena- estas metas: su centenario como república. Cada repartición pública tiene su objetivo centenario (que deben lograr para 2023), y no pocas empresas privadas también. Su objetivo turístico, por ejemplo, es recibir a 50 millones de visitantes, y ser el quinto destino más importante del mundo.
Es un tiburón enorme y feroz. Pero si uno se acerca ve que está hecho de pequeños retazos: es un tiburón de patchwork. Etiquetas de ropa de moda son las unidades que lo componen y es una obra que quiere alertar contra el consumismo de la sociedad actual. Estamos en el Museo de Arte Moderno de Estambul (abierto en 2004), con el Bósforo frente a sus enormes ventanales, y decenas de obras contemporáneas, conceptuales, que dialogan en sus muros con el arte turco tradicional. Es un edificio moderno, sofisticado, con obras de la vanguardia local, que dan una idea de los otros matices en el debate en torno de las contradicciones entre tradición y modernidad del país. Son 180 obras de 136 artistas, que toman el legado del pasado y lo proyectan al presente. Instalaciones de las más diversas especies, que incluyen muros besados con rouge, vidrios rotos, maletas antiguas encontradas en el Bósforo. Una mirada diferente a la hüzün de Pamuk, que termina con un café italiano en la terraza bajo el sol magnífico del mediodía de Estambul, en el restaurante del museo, uno de los mejores de la ciudad.
Pasan los barcos, cruceros, botes, sin tiempo ni apuro, a vista y paciencia del tiburón anticonsumo.
Parte de ese espíritu anticonsumo deben haber tenido, probablemente, los miles de manifestantes de Gezi Park, que se hicieron notar alrededor del mundo protestando contra la construcción de un mall en este parque cerca de la plaza Taksim, lugar clave en la ciudad. Su punto era demostrar que la libertad y la naturaleza son tan importantes como la prosperidad. Comenzaron sus manifestaciones después de que un grupo de ambientalistas protestara para salvar el parque. Tras ser duramente disueltos, concitaron apoyo de la ciudadanía en las redes sociales. Asimismo, en marzo de 2014, Twitter fue bloqueado por el gobierno, decisión revertida por la justicia. Al primer ministro Recep Tayyip Erdogan le llovieron críticas, y se alzaron voces pidiendo más libertad de expresión, participación ciudadana y pleno respeto de sus derechos.
Hoy en el parque Gezi no quedan rastros de ese movimiento. Hay escenas de normalidad propias de una tarde antes del verano: parejas con sus hijos, algo de brisa, el aroma de especias y narguile, mientras los paseantes disfrutan la textura y luz contradictorias de Estambul.

Para ver y ser vistos

En Bebek, barrio chic y de moda, se respira el aire del triunfo. Primero está el mar al frente, con su color azabache intenso y el ritmo de sus olas tranquilas. Luego, los restaurantes y cafés de moda, como si fuera un lugar en la Costa Azul. Lucca, por ejemplo, dicen que es el lugar para ver y ser vistos. Cielos altos, tonos pastel, decoración minimalista y DJ en vivo, lleno de mujeres con minifaldas y strapless, tacos aguja del zapatero Manolo Blahnik, tomando champagne y comiendo tapas o platos más sofisticados. Se respira juventud moderna, de vanguardia. Dicen que una de las ventajas de Turquía es que tiene mucha población menor a 30 años y con buen nivel de educación. Muchos están aquí.
Bebek fue un distrito de moda también en el Imperio Otomano y lo continúa siendo, pero con una elegancia más de la Turquía moderna, hecha de la mezcla y de la diferencia. Se escucha hablar inglés, francés o turco, pero también en las calles se ven mujeres cubiertas con foulard negro, discretas, mientras las rubias toman su champagne en las mesas que dan a la calle.
Hay cierta hüzün o melancolía en la Turquía que despega.
El último príncipe otomano, Ali Vâsib, inspiró a Pamuk para su museo. Visitó Estambul para una reunión familiar en 1982, ya octogenario. Pudo volver como turista después de haber sido forzado a partir tras la caída del imperio. Sus memorias póstumas, publicadas en 2004, narraban que su mayor temor era la indigencia. Trabajó como cortador de boletos y cuidador de museo en Alejandría, recordando las glorias pasadas.
Pamuk se imaginó a este príncipe cuidando un museo donde hubiera vivido él o sus antepasados; contando, con esos objetos, su vida a los paseantes. Lo personal transformado en público. Así quiso darle vida a Kemal y a Füsun en su novela-museo: quería que su fallida historia de amor en Estambul quedara reflejada para siempre en los objetos que la atestiguaron.
Orhan Pamuk ha levantado un pedazo de la historia íntima de Estambul: de las glorias que fueron y que iluminarán quizás a las nuevas que vendrán.
Paula Escobar Chavarría

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