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Estambul: una ciudad en dos continentes

Las tabernas de Beyoglu, los paseos a orillas del Bósforo, los derviches que giran como trompos; y el microcosmos de Orhan Pamuk




ESTAMBUL.- La reciente visita de Benedicto XVI a Estambul provocó entre los ciudadanos gestos de condena de distinto tipo. Los periódicos difundieron aquellos consecuencia de la desafortunada cita antimahometana, pero nadie habló del hecho que más enojó a los atareados estambulitas el 29 de noviembre: el corte de calles aledañas al centro neurálgico y absoluto de la ciudad debido a la visita del Papa.
La plaza Taksim, una rotonda ineludible de dimensiones asiáticas, está en el centro de la Estambul europea. Allí es donde empieza la excursión por los barrios alternativos de la ciudad más anfibia del mundo.
Para quien ya ha encontrado los dos mosaicos bizantinos en Santa Sofía, caminado descalzo por la Mezquita Azul, apreciado los pelos de la barba de Mahoma en Topkapi y comprado una pashmina y tres cubitos de delicia turca con pistacho en el Gran Bazar, sólo queda una cosa por hacer: cruzar el puente Gálata y dirigirse a la plaza Taksim.
Antes de hacerlo, sin embargo, es menester probar uno de los famosos sándwiches de pescado que venden en los carritos junto al puente. No hay que dejarse intimidar por la atmósfera portuaria y su dudosa higiene; el bocadillo amerita el riesgo, y cuesta un euro.
Ya en Taksim, la histórica peatonal Istiklal, antes llamada la Rue de Pera, nos conduce al corazón de la Estambul que añora ser Europa. Beyoglu es un barrio muy afrancesado, con negocios globalizados y una atmósfera políglota. No obstante, si uno se aleja sólo unos cien metros, a la altura del mercado de flores, nace y muere una estrecha calle paralela: Nevizade Sokak, el rincón con las mejores tabernas ( meyhanes ) de la ciudad.
La experiencia de la meyhane se está volviendo cada vez más turística por la difusión que le ha dado la conocida guía Lonely Planet, pero sigue siendo divertida. Mucha comida, música típica en vivo y, claro, raki , el aguardiente turco-balcánico. Puede que Ney le Mey le sea una de las mejores tabernas de la zona, aunque una velada allí le dolerá a la sufrida billetera del turista argentino no menos de 30 euros.
En cambio, si uno se dirige hacia el nordeste de Taksim bajará por la costa del Bósforo al distinguido barrio de Besiktas. Una caminata desde la estación de ferry Ortaköy hasta Kabatas, parando a tomar té en alguno de los bares que dan al estrecho y disfrutando de las mejores vistas de los gigantescos puentes colgantes, resulta un programa de lujo para una tarde en la ciudad.
Al caer el sol, los bares de Tophane, casi llegando de nuevo al puente Gálata, son un sitio perfecto para fumar en pipa de agua ( nargileh ) con sabor a manzana, tomar más té y jugar al backgammon, o ver algún partido del Galatasaray o el Fenerbahce, los dos equipos más populares de la ciudad, en pantalla gigante.

Por los pagos de Pamuk

Así como Buenos Aires tuvo a Borges y Dublín a James Joyce, Estambul tiene a Orhan Pamuk. En las novelas y memorias del ganador del Nobel de Literatura 2006, la ciudad es un personaje más y se la presenta como una sinécdoque de Turquía. La problemática de esta gran ciudad dividida entre dos continentes, idealizando la civilización de Europa, pero reticente a abandonar su espíritu asiático y su corazón musulmán, es también el conflicto de un país que se debate entre lo secular y lo religioso, y que no sabe si quiere ser Oriente u Occidente.
Estambul es además la ciudad más grande del país y una de las más pobladas de Europa, con casi nueve millones de habitantes. Como dice Pamuk, vive atravesada por un "lamentable deseo de pureza". Nadie mejor que él para guiarnos por los barrios que rodean Taksim. Tanto en su libro Estambul: Memorias de una ciudad como en El Libro Negro , los barrios que desembocan en Taksim son el escenario recurrente de la reflexión sobre la ciudad. Pamuk nació y pasó casi toda su vida entre Cihangir y Nisantasi. Hacia el sur de Taksim, el primero de estos barrios es un entramado de callecitas laberíntico y vertical, un mosaico de colores salpicado de pequeños terrenos baldíos en terrazas con una vista privilegiada del mar de Mármara y de la costa asiática.
Nisantasi está, en cambio, al norte de Taksim. Es un barrio secular y acomodado, como casi todos los de la zona, sin demasiados atractivos, pero, por estar totalmente alejado de la ruta turística y ser una postal auténtica de la vida cotidiana, se percibe en él, sin reparos, esa melancolía que, como bien señala Pamuk, recubre la ciudad como un barnizado implacable.
Mejor que cualquier guía turística, los libros de Pamuk abren al visitante las compuertas de la esencia melancólica de la ciudad. El consejo del autor es simple, y acaso sirva para explorar cualquier ciudad: para vivir Estambul hay que deambular. Deambula no quien anda sin rumbo, sino quien se dirige a su punto de destino siguiendo el camino que le marcan los chispazos irracionales y arbitrarios de su voluntad liberada.
Así como el autor en su juventud deambulaba por la Rue de Pera buscando las huellas del gran poeta Yahya Kemal en cafés y librerías de viejo, uno se encontrará vagando por Cihangir y fantaseando con toparse con Pamuk en alguna esquina desierta.

Un giro religioso y encantador

En el siglo XIII vivió en Anatolia un hombre santo llamado Mevlana Celaleddin, a quien la tradición conoció como Rumi. Este hombre fundó, en la ciudad de Konya, una secta islámica heterodoxa que aún existe.
Sus seguidores, los sufíes mevlevíes, llevan adelante un rito de celebración de su maestro y de Allah, girando como trompos hasta entrar en trance. El islam ortodoxo toleró sus prácticas poco convencionales durante siglos, pero no así Atatürk, el fundador de la Turquía moderna, que cerró sus monasterios en los años 20. En Tünel, el barrio que cae sobre el Cuerno de Oro, se encuentra la famosa tekke , o monasterio, mevleví, una de las pocas que ha quedado en Estambul. Los domingos a las 5 de la tarde, los derviches realizan su colorida ceremonia. Conviene llegar temprano porque es un
Todo ocurre con música suave. No creo que Benedicto XVI haya podido ver a los derviches mevlevíes, pero recomiendo a quienes viajen que no dejen de hacerlo; comprobarán de paso que el islam puede ser también una religión de amor y piedad.

Datos útiles

Cómo llegar

No hay vuelos directos a Estambul desde la Argentina, pero gran parte de las compañías que van a Europa ofrecen el viaje en combinación, con una tarifa que parte de los 1550 dólares, con impuestos incluidos. Por su parte, la compañía oficial turca, Turkish Airlines, tiene oficina en Buenos Aires: Avda. Santa Fe 1114, 1 °B; 4816-2307/2388. En su página www.turkishair.com.ar cuenta con tarifas promocionales desde ciudades de Europa.

Más información

La embajada de Turquía en Buenos Aires responde consultas sobre turismo e información general por correo electrónico: turquia@fibertel.com.ar .

En Internet

Por Pablo Maurette
Para LA NACION

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