
MOSCU.- Hay mucha oferta de lujo y ocio en Moscú. Restaurantes, los hay a mares, pero abundan los temáticos: Far West, tipismo búlgaro, cuevas de Alí Babá.
Para comer muy bien es necesario lucir Visa Oro. Si uno dispone de ella, podrá hollar las alfombras mullidas del hotel Metropol, el restaurante Café Pushkin y el Gran Opera. El ocio es caro. Eso explica Ilia, un estudiante simpático que viste de forma impecable. La vida, no tanto, dice: "Los transportes públicos funcionan bien y son baratos, lo mismo que la gasolina. El gas, la electricidad y el teléfono interurbano son prácticamente gratuitos. En cambio, los sistemas de pensiones están por el suelo, lo mismo que la sanidad pública y los sueldos estatales. La construcción está por los cielos: más de cuatro millones de metros cuadrados de edificación anual; el 25%, destinado a vivienda social".
El trato en la calle no es lo que se dice especialmente cálido. En algunos mostradores, a algunas personas sólo les falta gruñir. Sin embargo, bajo una capa de frialdad, muchos moscovitas muestran deseos de comunicarse. En el metro, por ejemplo, un hombre elegante le da amistosamente la mano a un fotógrafo extranjero poco cauto, y no se decide a soltársela.
En una plaza del centro, un grupo de estudiantes se ofrece a posar en actitud irreverente ante las efigies comunistas.
En el aeropuerto, una señora le ruega a un turista español que, a su regreso, le entregue una llave a su sobrino, y en la calle. El manto occidental todavía no lo ha homogeneizado todo, y aún queda un hueco para la espontaneidad y la aventura.
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