Hacía muchos años, décadas, que soñaba con viajar a Suecia, conocer Estocolmo y otras ciudades, y por fin lo logré hace poco. Decir que esta capital es la más linda de Europa, como dicen los suecos, no parece suficiente. Se trata, como los lectores seguramente lo saben, de una ciudad erigida sobre 14 islas, separadas por canales navegables y unidas por 57 puentes, algunos recorridos por las distintas líneas de... sí, de subterráneos, que no atraviesan esos canales por debajo de su cauce, sino por arriba, proveyendo vistas de inestimable belleza de la bahía.
En una de esas islas, una de las más grandes, se encuentra el centro comercial y administrativo de la capital, mientras que una de las menores, cercana a la anterior, alberga la Gamla Stan, la ciudad vieja, donde se inició el asentamiento hace varios siglos.
Antes de viajar reuní toda la información posible por Internet, por la embajada sueca en Buenos Aires y por algunas agencias de turismo, a pesar de lo cual me faltaron algunos datos, lo que mejoró mi viaje otorgándole ese ingrediente de aventura que se presenta cuando se desconoce algún aspecto importante.
Llegué al aeropuerto de Arlanda casi a medianoche, con un atraso de más de una hora en el vuelo; tomé el tren a la estación central y de allí el subterráneo hasta la estación que me habían indicado. Cuando salí a la calle no había nadie que conociese la calle del hotel, era cerca de la 1 de la madrugada, pero luego, con ayuda, pude llegar a destino. A la mañana siguiente, por supuesto, descubrí un cartel con indicación del lugar exacto del hotel a unos 50 metros de la boca del tunnelbara (subterráneo).
La ciudad vieja está surcada por callecitas angostas, muchas de ellas curvas o con ángulos obtusos entre distintos tramos, con restaurantes y bares que los fines de semana instalan sus mesas en la calle, como muestra la foto, con músicos que tocan en las esquinas y que desparraman una alegría contagiosa. Se ve gente de todas las nacionalidades posibles, tanto europeos como de otros continentes. En la isla central conviven el centro cultural de la capital, con salón público y gratuito de lectura de muchísimos diarios en sus versiones digitales, La Nacion por supuesto incluida; salones de exposiciones comerciales, las oficinas de los grandes diarios suecos, un mercado al aire libre de comidas típicas de unos 20 países (donde se pueden probar pequeñas muestras de casi todo, como cuadraditos de un centímetro de lado de diferentes pescados, con salsas adecuadas a estómagos resistentes).
Visité el museo donde se exhibe el Vasa, famoso barco de guerra construido para la Guerra de los Treinta Años, que navegó, en su día inaugural, 20 minutos para luego hundirse con una vuelta de campana. La historia cuenta que se desarrolló un juicio que duró dos años y que no llegó a definir quiénes habían sido los responsables del naufragio. El juicio se desarrolló en Estocolmo, no en Buenos Aires.
Al regreso, me juré a mí mismo que volvería, la próxima vez dedicándole varios días también al sur de la península.