
Everglades, donde los cocodrilos se sienten en casa
En el parque nacional de la Florida se pueden ver los intimidantes reptiles a poca distancia y sin rejas de por medio; una excursión para sumergirse en la naturaleza a menos de una hora de Miami
15 de febrero de 2015

MIAMI.– Tan cerca pero tan lejos. Basta andar 40 minutos por la ruta 41 para pasar del Dolphin Mall, un emblema del consumo en Miami, a la entrada del Parque Nacional Everglades, un silencioso paraíso natural donde habitan desde ranas hasta panteras, pasando por los característicos cocodrilos. Todos sueltos, sin rejas.
Hasta donde la vista alcanza, no hay nada, salvo vegetación. Ésa es, al menos, la primera impresión. Aparecen enseguida una diversidad de pájaros, reptiles, gigantes tortugas. El parque alberga 68 tipos de animales en extinción. Aquí se habla del sawgrass, pero no se refieren al outlet de compras. Es el nombre que llevan los juncos a nuestro alrededor, y que pueblan este ecosistema que cubre casi la totalidad de la punta sur de La Florida. Durante miles de años ocupó la mitad del Estado. Pero el desarrollo lo fue arrinconando hasta convertirse en parque nacional, al que se accede por alguna de sus entradas: la principal, en Homestead; la más cercana a Miami, Shark Valley, o la del golfo, Everglades City.
Un cartel sobre la ruta 41 anuncia la llegada al parque, que ocupa 6070 km2, 30 veces la ciudad autónoma de Buenos Aires. Se ven autos estacionados en la ruta. Es la entrada de Shark Valley, cuyo estacionamiento es tan pequeño, que salvo los primeros visitantes, el resto debe dejar el auto afuera.
Llevo mochila al hombro con repelente de mosquitos, sándwiches y bebidas por si el hambre me ataca en el medio de la selva". Opto por subirme al colectivo con forma de tranvía (US$ 20 adultos, US$ 13 menores), un paseo de dos horas que recorre la vuelta asfaltada de 21 km de largo. Toma el sendero del este, llega hasta la torre de observación en la punta sur, y vuelve por el Oeste. Lo más lindo, no obstante, es andarlo en bicicleta, para detenerse cuando uno quiere y obtener encuentros cercanos con los cocodrilos. Eso hace la mayoría, incluso muchos de aspecto poco atlético.
Mientras nos acomodamos en nuestros asientos junto con otros 30 exploradores (la mayoría gente grande), nuestra guía toma el micrófono que proyecta su voz en los altoparlantes del micro. Se llama Cynthia e introduce al Parque Nacional Everglades como el tercero de Estados Unidos en tamaño y el primero en diversidad biológica.
Hay que permanecer sentados, advierte. En cualquier momento el conductor aprieta los frenos para ver a un animal.
Tengo en mente lo que está por venir: pantano y cocodrilos. Apenas arranca el recorrido, a ambos costados del camino hay cada tanto, aligátores. No son cocodrilos, explica la guía, si bien son de la familia. Los aligatores son de agua dulce, de color casi negro, y cuando cierran la boca apenas se le ven unos pocos dientes. Los cocodrilos, en cambio, son de agua salada, de color verde, y se le ven todos sus dientes aún con la boca cerrada. Salvo esas diferencias técnicas, me causan los mismos nervios. A veces algunos se asoman a la orilla de la calle, y hay que sortearlos con precaución y distancia prudencial. Seguimos andando.
Nuestra guía empieza a mostrar los distintos ecosistemas, los pájaros, plantas, los terrenos elevados con densidad de arbustos (donde se esconden de los depredadores los animales más pequeños), los terrenos levemente deprimidos (donde van los cocodrilos en la temporada seca en busca de agua). Así empieza nuestra instrucción sobre los Everglades. Hay cuatro pequeños lagos, señala, son artificiales y es de donde se extrajo la tierra caliza para hacer la calle por la cual circulamos. El tren para abruptamente, pero vale la pena el susto. Un aligator con cuatro bebes a dos metros del asfalto. Nos paramos en silencio quienes estamos en el extremo más alejado, ya que Cynthia nos pide ser sigilosos: la madre es celosa de su cría.
Haciendo un paneo visual de 360 grados, se ve la nada misma. Pocos árboles, juncos, terreno chato, verdeamarillento. Es allí donde se derrumba mi otro preconcepto.
Los Everglades no son un pantano. Lo llaman un "grassy river", o río de pasto. En la temporada húmeda, el agua llega al sendero. No está estancada sino que por el contrario, vive en continuo movimiento. Es transparente y dado que las profundidades son bajas, en ocasiones hasta se puede ver el fondo.
Llegamos así a la torre de observación. En 1940 fue construida por una compañía petrolera, pero el líquido extraído era impuro y en aquella época no existía la maquinaria necesaria para tratarlo. La empresa desistió e intentó vender esta tierra. "¿Quién quiere un terreno que está bajo el agua la mitad del año?" pregunta la guía. Algunos mueven la cabeza como signo de negación. Entonces la donaron al gobierno y así se creó el parque, que luego completó el camino de vuelta hacia la entrada, armando este extenso recorrido, fascinante para los ciclistas.
A poca distancia de donde los humanos dejan sus bicicletas para subir a la torre, seis aligatores toman sol. Su cuerpo no es capaz de producir calor, por eso se los ve en las orillas del canal que corre al costado del sendero. Pareciera que duermen pero a no confiarse. No hay que acercarse demasiado, a punto tal que si abre el ojo ya sea demasiado tarde para correr.
Todos desenfundamos las cámaras y nos acercamos en puntas de pie al grupo de reptiles. Nos envalentonamos pues aprendimos, en boca de Cynthia, que estos animales no son por naturaleza violentos y que, desde que el parque existe en 1947, no ha habido un muerto atacado por uno de ellos. Pero cuenta la historia de un caso en 1996, cuando un chico de 7 años perdió el control de la bicicleta y cayó al canal.
Un aligator lo mordió y se lo llevaba bajo el agua cuando los padres alcanzaron a agarrarlo, y la madre logró abrirle la boca. Estuvo internado dos semanas, pero salvó su vida.
Una valiente se sienta en el pasto con los pies estirados hacia adelante, a poco menos de tres metros de los animales, y dispara la foto de sus zapatillas con las criaturas atrás. "No me sentaría en el pasto", advierte en voz alta Cynthia por los parlantes, mientras arrancamos. Pero la turista ya tiene la foto. Se para, alza la mano agradeciendo la advertencia, y se va.
"Hay gente que les patea despacito la cola, o agarran un cinturón y se lo mueven como si fuera una mascota. ¡Por Dios! ¡Tengan cuidado! Esto no es Disney, no son animatronics", dice mientras andamos de regreso.
Los pájaros son otros protagonistas del tour. A medida que el trencito va parando, la guía apunta especies como el Martín Pescador, la garza azul, ibis blanco, águila de hombro rojo? También hay serpientes (muchas de las cuales llegaron abandonadas por personas que las compraron en la veterinaria hasta que crecieron y se convirtieron en un problema), y panteras. Cynthia lamenta nunca haber visto una en sus años de guía. Espero que hoy no sea el día, pienso.
Hay dos temporadas en los Everglades, la seca y la húmeda. Hay quienes les gusta dividirlo de otra manera: la alta y la de mosquitos. La temporada seca, o alta, dura desde noviembre hasta mayo. Es cálida pero no calurosa, soleada, y con bajos niveles de agua, lo cual atrae a una enorme variedad de pájaros migratorios y sus predadores. En junio, julio y agosto es la peor época para visitarlo, salvo que el interés sean los mosquitos. La temperatura ronda los 40 grados y no se alcanza a ver la variada vida silvestre que habita el invierno.
El parque abre los 365 días del año, y si bien el centro de informes abre de 8.30 a 18, se puede ingresar a toda hora. Incluso se hacen bicicleteadas nocturnas con luna llena. Sólo para valientes o locos.
Datos útiles
Accesos: 36000 SW 8th street (ruta 41): llamada Shark Valley, es el ingreso más cercano a Miami. 815 Oyster Bar Lane, Everglades City se ubica a 50 minutos al sur de Naples, sobre la costa del golfo. 40001 State Road 9336, Homestead. Es la más austral y la más extensa, por aquí se puede andar 53km hasta el Flamingo Visitor Center.
Entrada: $ 10 dólares por auto o familia. $5 ciclistas o caminantes, el ticket es válido por una semana para cualquiera de los ingresos al parque.
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