

"El europeo ama la montaña; el argentino, la llanura. Esto caracteriza dos tendencias. Desde las alturas físicas se contemplan mejor las alturas morales. Los pueblos más libres y felices del mundo son los que viven en los picos de la Tierra. Ved la Suiza."
Reflexiones de este tipo, en este caso con ambiciones sociológicas, abundan en uno de los textos más célebres de la literatura nacional del siglo XIX, Una excursión a los indios ranqueles, seguramente el escrito más importante de Lucio Victorio Mansilla, bicho raro de la historia argentina, heterodoxo personaje que llegó a ser una importante figura política y militar de nuestro país en la segunda mitad de la centuria.
Casi llegado por casualidad al mundo de las letras --él mismo narró ese episodio en De cómo el hambre me hizo escritor--, Mansilla, nacido en 1831, provenía de una familia muy acomodada, sobrino de Juan Manuel de Rosas. De vida aventurera, ya antes de los 20 años había viajado a la India; a los 25 fue desterrado por acusar a José Mármol de haber injuriado a su padre en un pasaje de la novela Amalia; participó de la batalla de Pavón y también de la Guerra de la Triple Alianza.
Tratado de paz
Fue al finalizar esa contienda que Domingo Sarmiento, entonces presidente, le encomendó firmar un tratado de paz con los indios ranqueles, con el fin de asegurar las fronteras hacia el Sur, en un proceso que luego refirmaría Julio Argentino Roca de modo más violento.
Así, en 1870, el entonces coronel Mansilla partió con un puñado de soldados desde el sur de Córdoba hasta las tolderías de Leuvucó, cerca de Victorica, al norte de La Pampa, separados por unos 400 km de campo recorridos a caballo.
La contemplación de aquella inmensidad lo hizo escribir las palabras del comienzo. Palabras que a poco de retornar de aquella misión comenzó a publicar en forma de cartas dirigidas a su amigo Santiago Arcos en el diario La Tribuna. El sistema elegido, semejante al de un folletín por entregas, era común entonces.
Una de las características más notables de Una excursión... es el tono coloquial con que Mansilla narra su encuentro con el mundo cultural de aquellos aborígenes. Los ranqueles, en cuyos orígenes se mezclan pueblos araucanos, procedentes de Chile, con los pampas y mapuches argentinos, no escapaban a la interpretación civilizada de la gran ciudad, que acostumbraba a mostrarlos salvajes y feroces. La contrafigura del autor es el jefe ranquel Mariano Rosas, o Panghitruz Guor, que de niño había sido cautivo de Juan Manuel de Rosas, y bautizado con el apellido de su padrino y captor.
De aquella visión arbitraria escapa el texto, más bien un acercamiento de igual a igual hacia seres con costumbres distintas. Y cuando Mansilla no puede estar de acuerdo con alguna actitud, como los malones, por ejemplo, nunca dejó de contextualizar bajo qué circunstancias se produce. "¿Les hemos enseñado algo nosotros que revele la disposición generosa, humanitaria, cristiana de los gobiernos que rigen los destinos sociales? Nos roban, nos cautivan, nos incendian las poblaciones, es cierto.
¿Pero qué han de hacer si no tienen hábito de trabajo? ¿Los primeros albores de la humanidad presentan acaso otro cuadro? ¿Qué era Roma un día?
Una gavilla de bandoleros rapaces, sanguinario, crueles, traidores", escribió.
A lo largo de las líneas de ese viaje casi iniciático no faltan descripciones culinarias o de sus viviendas. Hay lugar también para relatos tangenciales, donde se cuentan episodios de la vida de distintos personajes.
Pero tal vez uno de los aspectos que más llama la atención de Una excursión... son las frecuentes disquisiciones filosóficas y metafísicas en las que Mansilla evoca de algún modo los vaivenes interiores que le provocan el recorrido y la estancia en ese rincón casi caído de los mapas.
"Lo que ayer embellecía mi vida hoy me hastía; lo que ayer me daba la vida, hoy me mata; ayer creía no poder vivir sin lo que hoy me falta, y hoy descubro en mí gérmenes inesperados para resistir y sufrir. Como la lámpara que se extingue, pero que no muere, así es nuestro corazón."
Lucio Victorio Mansilla falleció en París en 1913, y aunque tuvo reconocimiento en su época, Una excursión... comenzó a ocupar su lugar de texto fundacional a mediados del siglo XX; como libro de viajes es un espejo en el que mirarse a la hora de recorrer esas inmensidades que se pierden en el horizonte.
Luis Ini
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