Exigencia cero: ¿y si aflojás con tantas obligaciones?
Si sentís que te estás subiendo a demasiados mandatos y “deberías”, te damos una guía para que relajes un poco.
20 de julio de 2017
Créditos: Inés Tanoira. Realización de Diego Andrés Martinez (DAM). Producción de Virginia Gandola.
Hace poco, en nuestros encuentros de Fábrica OHLALÁ!, escuchamos atentamente a nuestras lectoras. ¿Qué decían? Que necesitan bajar un cambio, desconectarse, desobedecer mandatos, descansar, equivocarse, dejar de ser “Mujeres Maravilla”, animarse a la inacción, soltar los imperativos y ser más auténticas. Sí, todo eso. Nosotras lo resumimos con un título-bandera: “exigencia cero”. Sabemos que el cero es casi imposible, pero lo pensamos como una especie de utopía hacia la que caminar.Una idea inspiradora que nos pone en marcha: queremos aflojar. Sabemos de las dificultades del camino e incluso que la meta tal vez sea inalcanzable. Pero si podemos observar nuestra exigencia y ablandar sus efectos más nocivos, si logramos empezar a discernir entre un impulso por hacer sin descanso y la correcta acción..., ya habremos hecho buena parte del recorrido.
¿Cómo desenmascararla?
¿Sabés qué significa exigencia? Pedir imperiosamente algo a lo que se tiene derecho. En la autoexigencia, el pedido es desde el ego (el tuyo) y es sobre el individuo (vos). Hay uno que empuja y otro que no tiene recursos. Internamente, se traduce en un constante “tengo que” unido a un “no puedo”. La imagen que siempre nos recuerda nuestra psico Inés sobre esto es muy elocuente: es casi como manejar un auto apretando el acelerador y el freno al mismo tiempo. Resulta forzado y no te lleva a ninguna parte.
¿Cómo reconocer que nos estamos autoexigiendo? Vos esto lo sabés mejor que nadie. Sí: es esa vocecita casi siempre insidiosa que suena como la de un jefe malo que te marca el error, que señala lo que falta, que mete el “pero” antes que cualquier otra cosa, que te habla en lenguaje peyorativo, minimiza tus logros y todo lo ve en términos de deber.
Entonces, una vez que integramos las exigencias ajenas como propias, el listado crece al infinito: debería estar más flaca, debería ganar más guita, debería conseguir pareja, debería tener más hijos, debería hacer deporte, debería depilarme, debería limpiar, debería organizarme mejor, debería tomar más agua y así. Pero esta pila de “debería” no hace otra cosa que sofocarnos, más que estimularnos. Y andamos por la vida preocupadas, tensionadas, irritables, agobiadas.
armá un proyecto consciente
Cuando empezamos a observar toda la frustración y el malestar que nos genera ese ideal inalcanzable, es hora de ponernos en marcha y empuñar la bandera de la “exigencia cero”. Al principio, vas a querer aferrarte a tu exigencia porque es el modo bajo el que solés funcionar. Y, sobre todo, porque te seduce; viene disfrazada de la ilusión de logro, de virtud, de esfuerzo y de mérito.
Pero hay una diferencia entre “sentir proyecto” y “sentir exigencia”. En un proyecto sentimos que tenemos los recursos, en definitiva, que vamos a poder. En la exigencia, en cambio, te toma una permanente sensación de incapacidad. Tenemos el objetivo allá lejos, pero sentimos que no contamos con los recursos. ¿No los tenés o “sentís” que no los tenés? Ahí está el otro tema: todas las veces que confundimos dificultad con miedo, el corazón mismo de la exigencia.
Para decirlo más simple, somos autoexigentes porque tememos caer en el fracaso. El razonamiento es el siguiente: dejo de hacer, me dejan de querer, dejo de existir para el otro, ergo, desaparezco.
¿Cómo SENTIR ALIVIO?
Abrazar los procesos. Cuando estás metida en algún proyecto –ya sea personal, laboral o con otros–, enseguida aparecen las ilusiones, las expectativas altas. Y con ellas, la exigencia de querer “estar a la altura de”. Lo que te proponemos con “exigencia cero” tampoco es irresponsabilidad ni el abandono de decir: “Y bue, que salga lo que salga”. Puede parecer un tanto contradictorio, pero si lográs ser consciente de que estás en un proceso, de a poco vas a ir liberándote de las supuestas expectativas ajenas, del deseo de agradar a los demás; y eso, a la larga, te permite hacer muchas más cosas.
Decirte que podés. Para no sentirte exigida, necesitás sentir que podés. Este es un poder entendido no como algo que se tiene –una posesión–, sino como una permanente construcción. Para que te hagas una imagen: no es tener toda la casa bajo control –lo cual sería ilusorio–, sino saber que contás con tu propia caja de herramientas con las que, llegado el caso, vas a reparar lo que haga falta. Esa cajita sos vos, claro: tus recursos internos, tu experiencia, tus ideas, tus conocimientos, tus afectos y tu confianza.
Tomar el camino del aprendiz. Hay dos formas de encarar cada día, desde afuera de la experiencia, lo que pasa es algo externo a vos. “Uf, estas son cosas que TENGO QUE hacer, porque alguien las tiene que hacer, porque si no…” (nunca nos atrevemos a completar estas frases porque descubriríamos que no pasa NA-DA). O desde el aprendizaje, que te permite elegir qué información vas a poner dentro de vos y si vas a actuar según ella o no. Te habilita la capacidad de repensarte: “¿Tener la última pilcha de moda es un tema para mí? ¿Es importante esto hoy? ¿Esto lo hago por mí y los míos o por alguien más?”.
Dimensionar mejor el tiempo. la aceptación de que vivimos inmersas en ciclos y procesos en los que nadie –ni la más diosa del Instagram– la tiene atada nos pone a salvo de la sobreexigencia. Entonces, el mensaje para trasmitirle a tu mente es: “Me ocuparé de X cosa cuando me ocupe”. Y “cada cosa tiene su momento y su duración”.
Construir apego seguro con vos misma: el concepto del apego lo tenemos muy relacionado a lo maternal, pero también es una herramienta para usar con nosotras mismas. La propuesta de exigencia cero es que construyas “una buena mamá” para tu conciencia. Es decir, que entrenes a tu mente para desafiarte y consentirte en las dosis justas. Sin evitar las dificultades, pero sin exagerar los castigos y los dramas. Si una situación se completó, se terminó y se puede dejar ir. Si no se completó, también se puede dejar ir. Y si no podés dominar una situación, ¡no pasa nada! Podés intentarlo de nuevo, dejarla en stand by y retomarla después o pedir ayuda.
Transformar el deber en deseo: cambiá el “tengo que” por el “quiero”. “Uy, tengo que hacer algo con mi postura” suena mucho más exigido que “Ay, cómo me gustaría hacer yoga o natación”.
Generar un espacio libre de juicio: si te cuesta encontrar esos huecos donde permitirte algo completamente inútil y alejado de un resultado y/u objetivo, buscalo afuera: ¿qué onda arrancar un curso de plástica, de clown, de pintura sobre tela o clases de ruso? Que sea un ámbito 100% libre de juicio y donde puedas sorprenderte jugando.•
Y vos... ¿Sentís que tenés que parar con tanta exigencia? ¿Te cuesta encontrar tiempo para hacer nada? También leé: Cómo lograr la plenitud en el trabajo y El efecto copycat: cuando la ficción genera realidad
Expertas consultadas: Inés Dates, nuestra psicóloga y Florencia Luque, publicista, especializada en RR. HH., PNL y coaching.
Maquilló y peinó Lucrecia Fontana para Sebastián Correa estudio. Agradecemos a Uma y Paula Cahen d’Anvers su colaboración en esta nota.
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