

SAN CARLOS DE BARILOCHE.- Dice la leyenda que al ascender caminando una montaña, uno adquiere su poder. Luego de una de las más fuertes nevadas de este invierno, decidimos junto con Max Boucher y Federico Alonso subir un cerro buscando nieve virgen recién caída y disfrutar del snowboard.
Dejamos el auto a orillas de un río pedregoso que desemboca en el Nahuel Huapi y comenzamos la caminata bordeándolo hacia la cordillera. Caminamos cuatro kilómetros y unas nubes grises aparecieron amenazantes detrás de los picos cuando llegamos al bosque de cohiues, luego de pasar una laguna congelada. Los vientos y las nevadas del invierno se encargaron de tirar árboles y ramas y crearon un verdadero caos natural. Caminamos alejándonos del río y empezamos el ascenso de cara a las estribaciones del cerro. Encontramos un cañadón y lo seguimos, una delgada costra de hielo cubría el suelo y más allá, al fin la nieve.
Hundiéndonos hasta los tobillos, marchamos en zigzag para atenuar el cansancio y pronto tuvimos que parar para descansar y ponernos raquetas en los pies. Era imposible avanzar sin resbalarse. Ayudados por bastones y afirmando fuerte las raquetas, atravesamos un claro en el bosque y llegamos hasta donde comienzan las lengas con la nieve por las rodillas, eligiendo los lugares que más tarde servirían de pistas en el descenso. Al abrigo de los árboles no sentíamos frío, y luego de tres horas de caminata distinguimos, a cien metros ladera arriba, el final del monte boscoso y el comienzo de las laderas más agudas, totalmente blancas.
El sol caía a gran velocidad y el viento comenzó a silbar entre las ramas más altas, por lo que decidimos emprender el regreso. Sentados sobre un tronco, Max y Federico cambiaron raquetas por tablas de snowboard mientras planeaban la bajada y yo me acomodaba algunos metros más abajo para tomar las fotografías. Descender por la nieve polvo se parece a estar flotando en el aire.
Las cañas colihue fueron perfectas rampas, los troncos caídos, saltos y barandas. Descendimos a gran velocidad atravesando el silencio total de la montaña sin nombre, perdida entre los pliegues de la Cordillera de los Andes.
Por Javier Ortiz
Para LA NACION
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