
La ciudad amurallada guarda tras las piedras el aire colonial que adoquines, portales y verjas evocan entre balcones rebalsados de geranios, rosas chinas y buganvillas. Cada año se premia al más bonito y se exime a sus dueños de pagar impuestos.
Para verlos hay que tomar la calle de las Damas o la angostísima Portocarrero y perderse en esa postal de farolas y ventanas bajas pintadas de colores.
Hay que seguir a pie, o en mateo, pasar por la Fundación para el Nuevo Periodismo, que dirige Gabriel García Márquez, y llegar hasta la Vitrola, el restaurante donde se suele cenar con amigos.
Un fuerte inexpugnable
Vale la pena visitar el convento San Pedro Claver, sacerdote español que protegió a los esclavos, y el fuerte San Felipe de Barajas, la construcción militar más grande de América que impresiona por su red de galerías subterráneas y su estratégica disposición de baterías perfectamente conservadas.
También merecen una visita el palacio de la Inquisición, la casa del marqués de Valdehoyos y la torre del Reloj.
Fuera de la muralla, en la cima del cerro de La Popa se encuentra el claustro de Nuestra Señora de La Candelaria, Patrona de Colombia. Cada 2 de febrero los cartagineses suben en procesión llevándole flores y candelas encendidas.
Islas del Rosario
Caribe adentro, los Fuertes San Fernando y San José, que custodiaban con la amenaza de su fuego cruzado, la entrada navegable de la ciudad.
Un poco más adelante, las islas del Rosario son una excusa perfecta para probar un típico plato costeño -arroz de coco, langosta, patacón frito y ensalada- , practicar snorkel entre arrecifes de coral o mirar el Caribe turquesa a la sombra de una palmera.
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