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Felicitas Guerrero: una historia que perdura

Por Horacio de Dios Para LA NACION




El hermoso puente de hierro sobre el Salado, con el monte de talas a un costado convertido en isla por las inundaciones, es una postal de fines del siglo XIX. Y el paisaje natural, con el paralelo camino de tierra que corre el riesgo de convertirse en un barrial sin salida si llueve, no ha cambiado nada. Yo estaba viendo lo mismo que doña Felicitas Guerrero de Alzaga poco antes de ser asesinada.
En ese momento, hace ahora 132 años, el puente se iba a inaugurar con la asistencia del gobernador Emilio Castro en la presidencia de Sarmiento. La casona colonial de La Postrera, uno de los muchos campos que había heredado, sería el escenario de la celebración que había previsto en todos sus detalles hasta que volviera de Buenos Aires, donde estaba preparando su nuevo casamiento.
Nadie podía suponer lo que luego ocurriría con ella ni con esa obra que se quedó sin fiesta y que ahora se quiere eliminar, en una de las tantas idas y vueltas oficiales y privadas para domesticar las crecidas del río. Este nuevo episodio, la destrucción del puente, podría formar parte de una historia que, si no fuera tan trágicamente real, parecería un teleteatro. Porque cuanto más se sufre más popular es la heroína y la tira.
La mujer más hermosa de la República, palabras de Guido Spano, es tema de creciente actualidad por su personalidad (coqueta o independiente) y lo que revela sobre la condición femenina en su tiempo. Así la retrató Ana María Cabrera, escritora y profesora de letras en la Universidad de California, en su libro Felicitas Guerrero, que ya agotó nueve ediciones desde 1998.
A los 26 años le había ocurrido todo lo bueno y lo malo. La hija mayor de once hermanos, linda, romántica y rebelde, tuvo que casarse a los 16 con un hombre mucho mayor por decisión de su padre para "sentar cabeza". Un matrimonio en el que tuvo la alegría de su maternidad y algunos sobresaltos, por ejemplo, la aparición de cuatro hijos extramatrimoniales reconocidos. Luego, en sólo dos años perdió a sus dos hijos y al marido, don Martín Gregorio de Alzaga. Quedó joven, rica y estanciera.
La viuda comenzó a ocuparse personalmente de los campos que luego se convertirían en Pinamar, Cariló, Madariaga, etc. Y en especial de su preferida, La Postrera, que se llamaba así porque era la última antes de entrar en la tierra dominada por los indios, muy cerca del campo en el que nació Juan Manuel de Rosas.

La sorpresa del amor

Se transformó en una empresaria rural, lo que aún hoy es difícil para una mujer y se apoyó en su hermano Carlos, que sería el primer importador de Aberdeen Angus. Una noche, al perderse su carruaje en la tormenta, la sorprendió el amor quizá por primera vez al conocer a Samuel Saénz Valiente, hacendado vecino.
Hasta aquí doña Felicitas feliz en el campo. Muy distinta del epílogo que se recuerda todos los 30 de enero cuando su enamorado despechado, Enrique Ocampo (tío de Victoria), la mata y muere en circunstancias tan poco claras que le agregan misterio policial.
La atracción por Felicitas Super Star tiene varios escenarios. El principal está en Barracas y merece otra columna. Pero podemos hacer turismo rural. Si bien son propiedades privadas, merecen verse aunque sea de lejos. Por ejemplo, el puente de hierro y La Postrera. O visitar la estancia La Raquel, el castillo que se ve al pasar desde la ruta 2 de la Fundación Guerrero. Y más cerca, en San Vicente, casi vecino al chalet que ocuparon Juan Perón y Evita, pasar el día en el quincho de la Estancia San Carlos con su castillo. Allí pude conocer, por gentileza de su lejana pariente la escultora María Josefina Guerrero, el único retrato que le pintaron, donde se la ve de luto riguroso y muy señorona a pesar de tener entonces sólo 24 años.
Por Horacio de Dios
Para LA NACION
horaciodedios@fibertel.com.ar

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