China es uno de esos países a los que se reconoce de inmediato: por la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida, sus pagodas, las diversas leyendas... Pero, aunque siempre se me presentaba como una invitación irresistible, terminaba eligiendo otro destino. Finalmente, sin pensarlo, llegó China.
Arribamos a Pekín a mediados de otoño (noviembre de 2007), con bastante frío y una densa bruma que nunca nos abandonó. Comenzamos nuestro recorrido por la plaza de Tiananmen (Paz Celestial), un espacio público de 40 hectáreas donde sucedieron los principales acontecimientos de la historia china. Continuamos con la Ciudad Prohibida, un coloso de 800 edificios y 9999 habitaciones que durante 500 años fue morada de 24 emperadores con sus esposas, hijos, amantes y eunucos. Los ciudadanos comunes tenían prohibida la entrada bajo amenaza de muerte.
Seguimos por la Gran Muralla, 7000 km de ladrillos cocidos que serpentean hasta donde la vista lo permite, una maravilla construida por millones de hombres sufridos. Al día siguiente arribamos a Xian para visitar el principal descubrimiento arqueológico del siglo XX: Los guerreros y corceles de terracota, un ejército de 8000 soldados con sus caballos, todos de tamaño natural, construidos para acompañar al emperador de turno al más allá. Visitamos otras ciudades grandes y pequeñas como Nanjing, Luoyang, Susho, Shanghai y Hong Kong; de todas tendría bellas cosas para contar.
Pero no quiero dejar de mencionar lo que para mí resultó la perlita del viaje: las grutas de Logmen (Puerta del Dragón). Se trata de una colina rocosa bordeada por un manso lago, con un típico y pintoresco puentecito que lo cruza. Nos habían anunciado que teníamos que subir 270 escalones si queríamos disfrutar de esta excursión. Con las protestas de unos y las deserciones de otros comenzamos a escalar. Cuando pasamos más de la mitad del recorrido empezamos a ver cuevas; eran nada menos que 1300, y en cada una había esculpido un Buda; además, había estatuas de Buda de todos los tamaños, desde 10 cm hasta 17 m. Las luces del atardecer se escondían y todo comenzó a iluminarse con luces de neón. Parecía un escenario surrealista, sacado de una imaginación prodigiosa. Sentí en mi interior una sensación de paz increíble: el sonido del agua, la brisa, la montaña, las estrellas, la luna. Todo conjugaba armoniosamente. Sentí entonces que aquí sí funcionan los principios del feng shui y del yin yang que tanto pregonan los chinos.
¿Descubrimientos para compartir? ¿Un viaje memorable? Esperamos su foto (en 300 dpi) y relato (alrededor de 2000 caracteres con espacios).
Envíe sus relatos, fotos, consultas, sugerencias y compañeros de ruta a la Redacción de Turismo del diario LA NACION, por carta a Bouchard 557, 5º piso (1106), Capital Federal, o vía e-mail a turismo@lanacion.com.ar; www.lanacion.com.ar/turismo