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Galletas de la fortuna y un Buda gordo

Un vistazo al gran Chinatown, adonde es recomendable llegar en el Orient Express




Lo normal sería entrar a Chinatown por la puerta que hay instalada en Grant con Bush. Y seguir al norte por Grant, que es la cara más visible del Barrio Chino. Y quizá tomar una cerveza Tsing Tao en el bar Li Po -que queda unas cuadras más adelante y tiene un Buda dorado, gordo y grande en su interior– y luego impresionarse con la enorme variedad de tés de Ten Rea Tea Company.
Pero también es posible, y altamente recomendable, entrar en Chinatown en lo que algunos locales llaman el Orient Express. Se trata del autobús número 30, que llega al barrio por Stockton, paralela a Grant. Stockton es el lado B de Chinatown. Allí es donde los habitantes de esta miniciudad hacen su vida y donde compran extrañas verduras, y tortugas, y sapos, y pescados y langostas que patalean cuando las sacan de los recipientes con agua.
No muy lejos de ahí, en Ross Alley, está la Golden Gate Fortune Cookie Factory. Allí se produce buena parte de las galletas de la fortuna que uno después puede comer en los restaurantes chinos de San Francisco. La producción está ingeniosamente mecanizada y la laboriosa señora que ahí trabaja suele convidarle a uno pedacitos de galleta. Si ocurre que alguien más amarrete está de turno, los paquetes de galletas valen unos dos dólares.

Filbert, la más empinada

Calles por las que quizá uno no pase, pero que merecen una mención. Filbert, la reina de las calzadas en declive de San Francisco, cuya cuadra entre Hyde y Leavenworth (en Russian Hill) tiene una inclinación de 31,5 grados. Imposible subir en bicicleta. Geary, donde se encuentran los teatros y donde alguna vez debutó la bailarina Isadora Duncan. Divisadero, sólo por su nombre. Embarcadero, para los que quieran andar en bicicleta o salir a correr con una excelente vista. Columbus, pero de día, para comer algún bocadillo en las pastelerías italianas o ir de compras a Molinari (en el 373), una tienda espléndidamente especializada en colesterol. Mission, sus restaurantes y sus entretenidos murales. Marina y su excelente vista del Golden Gate. Market, sus tranvías que muy pocos usan y sus edificios triangulares.
Castro, que merece párrafo aparte por su increíble cine, una especie de apología del neón muy bien conservado, y por todo el cuento del mundo gay. De los cerca de 700 mil habitantes de San Francisco, unos 200 mil son homosexuales. Buena parte de ellos vive, trabaja y se entretiene en Castro.
Pero la verdad es que un paseo por esas tiendas, cafés y librerías vale la pena para darse cuenta de cómo una cuestión que en otros sitios es un estigma acá se convierte en un dato más de la causa.
La esquina de Haight y Ashbury es otra de las estaciones obligadas del ritual, aunque lo único que va quedando de la época hippie es uno que otro trasnochado vagabundo. El paseo por Haight termina donde empieza el Golden Gate Park, un parque de cinco km de largo cuya superficie es mayor que la del Central Park en Nueva York y desemboca en una ventosa playa.
Desde ahí lo más sensato sería volver al centro, a ver si hay tiempo para una vuelta rápida por el Museo de Arte Moderno de San Francisco, la mejor colección de su tipo en la Costa Oeste.

El barrio de Amy Tan

La escritora Amy Tan nació y vivió en esas calles. En uno de sus relatos cuenta que cuando era chica, a fines de los años 50, las tiendas exóticas solían tener un letrero que decía "todo lo que hay aquí dentro es para comer, no son mascotas". Otra de la escritora: su madre, que había llegado de China unos años antes, la bautizó con el nombre del callejón donde tenían su casa. En su más tierna infancia, Amy Tan era conocida como Waverly Place Jong. A su vez, el pasaje Waverly también era conocido como "la calle de los 15 centavos", precio que cobraban los barberos chinos instalados allí. En Waverly es posible encontrar, hoy, tres templos budistas bien escondidos, detrás de puertas y timbres diminutos.

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por Redacción OHLALÁ!


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