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Garopaba, destino en sí mismo

A 15 km de Rosa, con asfalto y el encanto típico de un pueblo de pescadores

19 de octubre de 2008

Los grandes barcos suelen interceptar los cardúmenes porque utilizan radares, de manera que dificultan la tarea de los pescadores tradicionales. Para evitarlo, muchas especies han sido vedadas para ellos, por ejemplo las corvinas, como una forma de proteger la actividad artesanal, muy importante para las familias de Garopaba.

Mientras arregla una red en la placita central, a metros de la playa, Rodrigo, de 18 años, cuenta que muchos colegas están dejando de pescar. Y lo lamenta, dice. Pero hay unos 400 pescadores que mantienen su fuente de ingresos y, al mismo tiempo, la fuerte identidad del lugar.

Las casas que resguardan sus embarcaciones tienen sus pilotes casi en el agua, bajo una colina que le da un gran marco a la playa. Garopaba es también punto de partida de las lanchas que proponen avistamientos de ballenas. Las excursiones duran unas tres horas y son un poco más movidas que las conocidas en lugares como Puerto Pirámides, en Península Valdés.

Los habitantes de la región suelen visitar Garopaba para comprar insumos, ropa -especialmente de surf, ya que hay fábricas como la de Mormaii- y pescado fresco. Esta pequeña ciudad balnearia, con casas de más de cien años y varias calles asfaltadas, tiene mucho mayor movimiento comercial que Praia do Rosa, sin duda más agreste.

En el siglo XVII comenzaron a instalarse en Garopaba, como en otras partes de estas costas, los primeros inmigrantes azorianos. Sólo hace unos años se convirtió en fuerte destino turístico; no es sólo un paseo para los veraneantes de Rosa o Ferrugem, sino que tiene estructura y playas propias.

Desde Rosa son 15 km, en un camino que primero pasa junto a las dunas de Siriú, muy buscadas para el sandboard; se alquilan tablas a un costado del camino. Ellas están junto a un bosque con cascada, que incita a caminar entre bambúes, que parecen extraídos de una escena de El tigre y el dragón .

En la ruta se pasa por el centro de yoga Montanha Encantada, del norteamericano Joseph Le Page, un lugar que convoca a seguidores de todo el mundo.

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