

Esta historia tiene que ver con el deporte, o con el no deporte, en tal caso. O sea, siempre he sido muy malo jugando al fútbol, y desde chico he jugado muy poco, hasta que a los 19 años hice un viaje como mochilero a Perú con un par de amigos. Viajamos en tren hasta Jujuy y ahí nos fuimos juntando con otros estudiantes -en esa época yo estudiaba Arquitectura-, y se fue haciendo un grupo más grande, con personajes de distintos lados. Al llegar a Bolivia, ya nos presentábamos como si fuéramos un grupo de estudio. Ibamos a las universidades y pedíamos que nos permitieran acceder al comedor estudiantil.
Vivíamos pidiendo favores, digamos. Así seguimos a Perú, viajamos a Cuzco y finalmente llegamos a Machu Picchu. Emocionadísimos por el lugar y su historia, recorrimos las ruinas, sacamos fotos a los encastres de las piedras que parecían hechos por extraterrestres, con toda la mística que hay en el lugar, y de golpe llegamos a una zona denominada el campo sagrado. La cuestión es que después de caminar todo el día buscamos un lugar para acampar, armamos unas carpitas y nos hicimos amigos de los mozos del único hotel que había allí, un hotel carísimo que obviamente excedía nuestro presupuesto. Resultó que los mozos, cuando llegaba un grupo numeroso como el nuestro tenían como hábito desafiarlo en un partido de fútbol, por realizarse en el mismísimo campo sagrado. Así que corrieron una especie de piedra que había en el centro, trajeron unos arcos que los tipos tenían medio escondidos y empezó el partido. En este grupo en el que yo estaba, uno jugaba en la tercera de Quilmes, otro jugaba, no sé, en las inferiores de Sacachispas.
Eran todos tipos que tenían su trayectoria en el fútbol, o por lo menos iban siempre a jugar al fútbol, y practicaban cierta disciplina. Y yo formaba parte de uno más...
Así que empezó el partido y con la altura tremenda de ese lugar, los jugadores de mi equipo corrían, hacían cinco o seis pasos y se caían muertos al suelo, ahogados por la falta de aire. Uno a cero, dos a cero, cinco a cero, seis a cero. No había forma. Nos golearon. Ibamos como once a cero abajo, y en un momento yo estaba parado y mareado, ya mal, cuando me cayó una pelota en globo de no sé dónde, me pegó en la nuca y entró.
O sea, hice un gol. ¡Un gol! Esa fue la primera vez en mi vida que pude hacer un gol, el único gol argentino, por decirlo así, en ese momento, que fue una cosa muy emocionante. Para mí, ese gol significó casi lo más importante de ese viaje a Machu Picchu, más allá de toda esta cosa de las construcciones y los estilos arquitectónicos que pasaron a un segundo plano.
El autor es humorista
Por Hugo Varela
Para LA NACION
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